Antes de desaparecer en una de las calles más transitadas de Poza Rica, Iván regresaba a casa después del gimnasio y corría a abrazar a su madre, quien bromeando lo apartaba porque estaba sudado. Ahora, Maricel Torres Melo menciona que lo que más añora es aquel abrazo. Por eso ha dejado intacta la habitación de Iván desde aquel 25 de mayo de 2011, el último día que vio a su hijo de 17 años.
Iván Eduardo Castillo Torres cursaba el tercer semestre de preparatoria y le había contado a su madre la inquietud de estudiar antropología. Irónicamente, ella a lo largo de estos años ha aprendido de antropología forense, pues está dedicada enteramente a la búsqueda de su hijo y de los demás seres queridos del colectivo María Herrera que integra a 130 familias que buscan a 145 desaparecidos.
Han pasado casi 9 años desde que ella saliera sola a cada ranchería de Poza Rica —foto de Iván en mano— a buscar “como una loca”, como se refiere a sí misma. Todos los días, por mucho tiempo, a preguntar si habían visto a su hijo.
Iván pidió permiso para ir con dos amigas y otro joven a la feria de la Cámara Nacional de Comercio de Poza Rica. La noche acabó con una ida a los tacos, sobre la Avenida 20 de Noviembre, a la altura de la colonia Cazones. Era la 1 de la mañana cuando avisó por Nextel que ya casi iba a casa, pero no llegó ni volvió a responder el celular. Lo que Maricel sabe, no por el trabajo de la Fiscalía sino por investigaciones propias, es que Iván y sus amigos fueron detenidos por la Policía Intermunicipal Poza Rica-Tihuatlán-Coatzintla, aquellas ciudades que conforman el polígono de desapariciones a manos de una institución de Seguridad Pública que terminó disuelta en 2015 por el Gobierno Estatal.
A lo largo de las siguientes semanas, Maricel se volvió blanco de la extorsión de un criminal local que le aseguró que debía comprar la libertad de su hijo. Cuando dudaba, le decía que ya lo tenían en la frontera y que acabaría en el mercado de trata. Entre 2011 y 2012, Maricel llegó a pagar casi un millón de pesos hasta agotarse moral y económicamente.
Con el tiempo, Maricel se enteró que se aprovecharon de ella ante la desesperación de no tener noticias del paradero de Iván. También aprendió que era bastante común la privación de la libertad de jóvenes como su hijo, así como entendió la colusión entre el crimen organizado y la Policía para reclutar por la fuerza a los muchachos, en una situación de esclavitud moderna, que comprobó cuando junto con su colectivo supo de un campo de entrenamiento enclavado en una zona selvática de Tihuatlán, al norte de Poza Rica, localizado por el Ejército en 2014.
En su experiencia como dirigente del colectivo María Herrera logró conocer casos de grupos de jóvenes estudiantes de clase media a los que se llevaron para trabajos forzados. Otros fueron desaparecidos por la Policía Intermunicipal e infieren que tras detenerlos los entregaba a organizaciones criminales. Incluso, en la misma avenida como en la taquería donde se llevaron a su hijo, el colectivo documentó otras desapariciones antes y después de ese caso.
Pero antes de llegar a este punto, por cinco años, Maricel recorrió sola Poza Rica y sus alrededores.
—Yo decía: si aquí desaparecen muchos, ¿por qué la gente se queda callada? ¿Por qué la gente no hace nada por buscar a sus hijos, si no son muebles que se puedan reemplazar?
Maricel, quien hasta entonces no tenía idea de trabajar en colectivo, conoció el 10 de mayo de 2016 a Juan Carlos Trujillo Herrera y a su madre, María Elena Herrera Magdaleno, a quienes les une un lazo muy fuerte con Poza Rica: en 2008, Jesús y Rafael, hijos de María Herrera, dedicados a la compra-venta de metales como el oro, fueron desaparecidos en Atoyac de Álvarez, Guerrero, cuando volvían de un viaje de trabajo de Oaxaca hacia su natal Michoacán. Dos años más tarde, Gustavo y Luis Armando, otros de sus hijos, viajaron a Veracruz continuando el negocio de sus hermanos para conseguir recursos y seguir financiando la búsqueda, pero fueron detenidos en un retén policíaco de Poza Rica, en donde los desaparecieron.
La familia Trujillo Herrera se partió en dos búsquedas simultáneas por cuatro de sus miembros en extremos opuestos del país. El esposo de María falleció durante esos años, así que a la cabeza quedaron los hermanos Miguel y Juan Carlos Trujillo junto con su madre.
Cuando Maricel conoció a Juan Carlos en la marcha por los desaparecidos en el Día de las Madres, asegura que le enseñaron el camino. Juan Carlos la invitó a una reunión y ella llamó a otros familiares de desaparecidos de Poza Rica que conoció por redes sociales.
En aquella junta también participó José de Jesús Jiménez Gaona, padre de Jenny Isabel Jiménez Vázquez, una de las jóvenes desaparecidas junto con Iván. José ya era parte de la Brigada Nacional de Búsqueda de Personas Desaparecidas y junto con Maricel y Juan Carlos Trujillo comenzaron a organizar el primer colectivo de búsqueda de desaparecidos en el norte de Veracruz. Dispuestos a buscar a sus seres queridos, arrancaron con 20 casos de la zona. El 15 de junio de 2016, José representó al colectivo en una reunión en el World Trade Center de Boca del Río, en donde estaban otros buscadores y autoridades estatales y federales como la Subsecretaría de Derechos Humanos, la Fiscalía General del Estado y la Fiscalía Especializada de Búsqueda de Personas Desaparecidas de la PGR. De la reunión, salió con el nombramiento de observador de las actuaciones de la FGE sobre la investigación y búsqueda de personas desaparecidas en la zona de Poza Rica. Ahí nació el colectivo Familiares en Búsqueda María Herrera de Poza Rica.
La alegría del hombre fue efímera. Recuerda Maricel que para él fue difícil armarse de valor para salir a buscar a su hija y que participó con mucho ánimo en la primera Brigada Nacional de Búsqueda que se pondría a prueba en Amatlán de los Reyes, Veracruz, pues lo consideraban el preámbulo para adquirir experiencia y descubrir los horrores en su propia tierra. Una semana después del nombramiento, lo asesinaron.
Maricel podría haber muerto también aquel 22 de junio. Cuenta que viajaba en auto con José y su esposa, Francisca, hacia el lugar donde al día siguiente tendrían una reunión con Luis Ángel Bravo Contreras, Fiscal General de Veracruz, quien por primera vez iría a Poza Rica. Ese fue un logro después de la junta del WTC. Jesús mencionó que tenía hambre, así que Maricel decidió quedarse en una Iglesia. Cinco cuadras adelante, frente a la Fiscalía de Poza Rica, abrieron fuego contra la pareja. José murió en el acto y su esposa quedó gravemente herida.
Después del atentado, Maricel fue presionada para abandonar la búsqueda de su hijo. Pero al contar la historia de la muerte de José, frente a los periodistas, decidió que seguiría.
—De ahí, pensando las cosas, dije: no, ahora me siento más comprometida para la lucha porque ya no busco nada más a mi hijo sino también a Jenny.
Posteriormente adoptaría la búsqueda de Andrés Cázares, hijo de una mujer que, dice Maricel, murió de tristeza. Finalmente, se encargó de dirigir el colectivo.
Primero las reuniones tenían como fin la distracción y comprensión. La confianza germinó entre el grupo mientras que sus propias investigaciones les llevaron a saber demasiado: a identificar quiénes dirigían el crimen en Poza Rica, quiénes ya estaban en la cárcel o cuáles terminaron asesinados. Después de eso, era muy difícil volver a ver la ciudad con los mismos ojos.
—No nos podemos quedar así porque son nuestros hijos —animaba Maricel a los familiares a unirse en búsqueda. Insistió hasta lograr que, en dos años, pasaran de ser cuatro familiares hasta agrupar a 73 en 2018 y casi duplicarse un año más tarde.
En el colectivo María Herrera no juzgan: Maricel considera que el sufrimiento de una madre es idéntico. Es como lo que la familia Trujillo siempre expone y que se ha vuelto lema de la Brigada Nacional de Búsqueda de Personas Desaparecidas: no buscan culpables, sino encontrar a sus hijos. La prioridad es el cuerpo, no un castigo.
Sin embargo, en 2017 encontraron el primer vestigio en la zona norte de lo que se conoce como “cocina humana”, un presagio de lo que hallarían tres años después en la Quinta Brigada Nacional de Búsqueda.
El colectivo dio con el rancho de “La Gallera”, un predio ubicado en Tihuatlán, al norte del río Cazones, que marca el límite de esa ciudad con Poza Rica; se trataba de un predio que Los Zetas arrebataron a una familia en 2011 para volverse punto de reunión y entierros clandestinos.
Fue en tiempos del gobierno del partido de derecha, el Acción Nacional (PAN), después de la huida de Veracruz de Javier Duarte, cuando prosperó el permiso. La Fiscalía General del Estado de Veracruz, entonces encabezada por Jorge Winckler Ortiz (actualmente prófugo), revisó el rancho “La Gallera” a inicios de 2017, pero no reportaron hallazgos. Tras insistir el colectivo María Herrera, regresaron en febrero con las buscadoras.
Maricel asegura que le impactó mucho la primera vez que entró en “La Gallera”. Después de un camino de terracería, a la izquierda se abre una vereda que va por cincuenta metros dentro de la espesa maleza hasta un claro en el que se levanta una casa y, enfrente, a unos diez metros, una galera ancha con un horno de unos dos metros de alto por tres de frente para elaborar zacahuil, un tamal gigante (el más grande de México) de carne de res y cerdo con maíz martajado, típico de la gastronomía de la Huaestaca veracruzana, en el norte.
“La Gallera” comparte su significado de muerte simultáneamente en dos lugares de México: en Poza Rica, Veracruz, y en Tijuana, Baja California, pues también así se llama el predio en donde Santiago Meza López, presentado ante los medios como “El Pozolero”, deshacía cuerpos en ácido. En “La Gallera” de Veracruz se acuñó una palabra especial para esta práctica que también liga el horror a la gastronomía, pues el colectivo descubrió que debido a las características del horno, se decía que a las personas “las zacahuileaban”.
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Atrás de la casa exhumaron los cuerpos de una mujer y cinco hombres, algunos, desmembrados. Maricel estimó que había cadáveres que tendrían enterrados veinte días, por lo que consideró que buscaban en un punto activo. De los cuerpos, una compañera del colectivo identificó a su hermano gracias a los tatuajes y la ropa, mientras que el resto no ha sido reconocido.
Dentro de la casa notaron marcas sanguinolentas como de manos talladas contra las paredes que, tres años más tarde, aún son visibles. También encontraron mucha ropa y eso les hizo pensar que debía haber más personas que las seis del patio. Concluyeron que podría haber restos óseos entre las cenizas del horno de zacahuil. La Fiscalía quería que se descartara el sitio y concluyeran las diligencias, pero el colectivo de Maricel Torres no lo permitió.
La ineptitud de la Fiscalía no sólo fue atestiguada por el colectivo de Poza Rica sino también por Luis Tapia Olivares, coordinador del área de Defensa del Centro de Derechos Humanos Miguel Agustín Pro Juárez (Centro Prodh), pues narró que los peritos eran incapaces de distinguir huesos humanos de los de animales, piedras o madera; o que no tomaban las medidas necesarias para evitar contaminar las escenas.
La tercera incursión (la segunda con presencia de familiares) se registró el 1 de marzo y en esa ocasión tuvieron el apoyo de la Brigada Nacional de Búsqueda. Ahí llegó Mario Vergara Hernández, originario de Guerrero y quien coordina las búsquedas en campo de la Brigada. Él busca a su hermano Tomás “Tommy” Vergara, secuestrado en Guerrero el 5 de julio de 2012. Narra que, como pidió una prueba de vida de su hermano y no se la proporcionaron, no pagaron el rescate.
—Te vas a arrepentir —le dijeron como represalia— y nunca vas a encontrar a tu hermano.
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Si bien no se describe como ‘gente de campo’, por necesidad empezó a salir a buscar en terreno y aprendió a detectar cuando la tierra había sido removida recientemente como señal de una fosa. Así como sucedió con Maricel, Mario conoció a Juan Carlos Trujillo y descubrió que en todo México había gente que buscaba a sus desaparecidos.
Aunque desde entonces Mario recorre distintas partes del país ayudando en las búsquedas en campo, “La Gallera” es uno de los lugares más crueles que recuerda porque casi siempre que han encontrado restos, se trata de gente adulta. En la tercera búsqueda dentro de “La Gallera” exhumaron el cráneo de un niño y de recordarlo, a Mario se le eriza la piel.
—Ahí sí me pegó mucho. —El discurso criminalizante del Gobierno repite que quienes andan en ‘malos pasos’ terminan en fosas, pero—, ¿un niño? —reflexiona.
Maricel dice que, además del cráneo del menor, por primera vez encontraron fragmentos de huesos calcinados. Al hallazgo sumaron otro cráneo, un maxilar, más pedazos de huesos, costillas y muchísimas cenizas del horno.
A esto se refiere Mario Vergara con tener ‘suerte’ de desaparecer en otro estado: explica que mientras en otras partes de México entierran cuerpos, en Veracruz los reducen a polvo. Una sola persona puede reducirse a cientos, miles de fragmentos. Procesar todo requerirá años y recursos que se elevan a millones de pesos. Es como armar un rompecabezas genético, descubrir qué pedacito le pertenece a quién, si es que no está lo bastante calcinado como para extraer el ADN, de lo contrario la identificación se vuelve imposible. Mario también destaca que buscar en Veracruz es complicado por la humedad y la rapidez con la que la vegetación cubre todo.
El colectivo María Herrera, con el apoyo del Centro Prodh, solicitó al Ministerio Público federal que la investigación del sitio la llevara la entonces Procuraduría General de la República (PGR) y no la Fiscalía del Estado, alegando una incapacidad tecnológica y de recursos humanos para el procesamiento de tal cantidad de indicios. La Fiscalía guardó los restos humanos de “La Gallera” hasta que la PGR se los pidió.
—Que no hay presupuesto, no hay reactivos, no hay ganas. Al Gobierno no le interesa la identificación y esa es la preocupación de nosotros. ¿De qué sirve que busquemos si se están acumulando restos? —recrimina Maricel.
Después de estas diligencias, se hicieron otras en noviembre de 2017 y en mayo de 2018 con las que a los seis cuerpos y cientos de fragmentos óseos les sumaron más de 200 pedazos de huesos y aún más ropa: de mujeres adultas y jóvenes, de niños y hasta pañales.
Si desde entonces en cada visita encontraron nuevos indicios, la quinta vez que las familias volvieron al rancho, en marco de la quinta Brigada Nacional de Búsqueda de Personas Desaparecidas de 2020, no fue la excepción.
Para Maricel es difícil localizar a otros, porque aún no encuentra a Iván. En 2018, a un año de los descubrimientos de “La Gallera”, confesó creer que su hijo ya no está vivo, pero se aferraba a la idea de hallarlo —aunque sea— en restos, para que pueda descansar en paz.
—Los utilizaron por su juventud. No es justo que le hayan robado su vida y nos hayan destruido la nuestra. Él merece un lugar donde podamos ir a verlo.
En ese entonces señaló que lo único a lo que le temía era a morirse sin encontrar a su hijo. Que ya no sabía de otra vida. Que su búsqueda es su meta. Y que si él pudiera escucharla, le diría:
—Iván, desde donde sea que estés, tu mamá te ama y te dice que te va a encontrar