La señora Rosario Lilián fue asesinada mientras buscaba a su hijo de nombre Fernando Abixahy Ramírez Rodríguez. Tenía 20 años y trabajaba de jornalero cuando fue desaparecido el 16 de octubre de 2019, por hombres armados en un carro blanco.
La señora interpuso denuncia por la desaparición en la Fiscalía de Mazatlán, a una hora de donde vive; por su cuenta recabó videos y encontró testigos de la desaparición y los presentó a las autoridades en el intento de acelerar la investigación y ubicar el paradero de Fernando.
El presunto responsable, aseguró la señora en la entrevista videograbada el 11 de junio, está detenido en San Luis Río Colorado, Sonora, pero la Fiscalía General de Sinaloa le informó que no podía realizar alguna acción de investigación contra el hombre por estar fuera de su jurisdicción. De su angustia se desprende que la fiscalía tampoco se coordinó con las autoridades de Sonora.
“Yo busco una respuesta, yo busco a mi hijo, no busco culpables”, señaló la señora apenas hace unas semanas al ser entrevistada y videograba para el proyecto #HastaEncontrarles, de la revista Espejo.
Investigar y presentar pruebas se paga caro también en Sinaloa
Con el crimen de Rosario Lilián, el proyecto A dónde van los desaparecidos ha contabilizado el asesinato de al menos 15 personas, la mayoría familiares, dedicados a la búsqueda de personas desaparecidas. No sólo las mata y enferma el paso del tiempo y la impunidad, en México también mueren por represalia a sus investigaciones y su exigencia de justicia.
“En esta lista fatal está un ranchero que en el norte buscaba a su hijo y sus secuestradores le dieron la muerte, un vendedor de mariscos que caminó por todo el país con el pendón en el que llevaba la foto de su hijo, una comerciante que buscó en silencio 12 años y los últimos excavó buscando huesos, un padre que en 15 días localizó 15 fosas clandestinas, dos madres que acecharon a quienes desaparecieron a sus hijas, un mecánico en busca de su hermano mayor y una madre en busca de un hijo a quienes les ofrecieron información y les tendieron una trampa”, documentó la periodista Analy Nuño cuando el conteo iba en 12 asesinatos.
Los 12 asesinatos ocurrieron en Chihuahua, Durango, Sonora, Veracruz, Sinaloa, Guerrero, Tamaulipas, Jalisco, Michoacán, Guanajuato y Zacatecas. A pesar de que en distintos casos advirtieron en público, ante la prensa o las autoridades del riesgo que corrían, sus muertes no fueron evitadas.
A la lista de las 12 personas que buscaban a un familiar y fueron asesinadas se suman Brenda Jazmín Beltrán Jaime, quien formaba parte del colectivo Guerreras Buscadoras de Cajeme y estaba en busca de su hermano Luis Heraldo Beltrán Jaime, secuestrado en 2018 en la comunidad de Bácum. Brenda, de 38 años, fue encontrada sin vida y con señas de tortura y golpes en la habitación de un motel en Cajeme, Sonora, en junio de este año.
En octubre de 2020, María del Rosario Zavala, fue asesinada afuera de su casa horas después de realizar la última búsqueda de su hijo Yatziri Misael Cardona Aguilar de 16 años, desaparecido en diciembre de 2019.
Ocurrido también en Sinaloa, es el caso de Sandra Luz Hernández, asesinada el 12 de mayo de 2014 en Culiacán, la capital de Sinaloa, 25 meses después de la desaparición de su hijo Edgar García Hernández, de 25 años; el 12 de febrero de 2012, personas armadas se lo llevaron de su casa por la fuerza.
Sandra Luz Hernández fue asesinada el 12 de mayo de 2014 en Culiacán, cuando buscaba a su hijo Édgar García Hernández, desaparecido el 12 de febrero de 2012. Ilustración: Colectivo Juan Panadero
Después de investigar, Sandra Luz, vendedora de cosméticos por catálogo, entregó a la Procuraduría de Justicia los nombres de los responsables de la desaparición de su hijo, sus apodos, el lugar donde vivían y la ubicación de sus ranchos. La investigación oficial nunca avanzó.
Sandra Luz señaló a los hermanos Joel y Gabriel Valenzuela, habitantes de la comunidad de Paredones, Culiacán, como los responsables de la desaparición de su hijo, quien trabajaba como office boy del entonces procurador Marco Antonio Higura Gómez.
Dos años después de la desaparición, Sandra Luz —quien ya era integrante del colectivo Voces Unidas por la Vida— recibió una llamada para pactar un encuentro con un informante que supuestamente le daría información sobre la localización de su hijo. En el camino al lugar donde se encontraría con la persona, 15 disparos terminaron con su vida.
Fernando Valenzuela, hombre señalado por la Procuraduría General de Sinaloa de ser el asesino de Sandra Luz, quedó en libertad por supuestas faltas de pruebas pese a haber confesado el homicidio y señalar la ubicación del arma con que fue asesinada la activista.
Buscar familiares: una tarea de riesgo
Tras ese crimen, en Sinaloa han ocurrido más ataques contra madres buscadoras, lo que ha provocado el desplazamiento de activistas en Concordia, El Fuerte y Guasave.
“O pagan o les quemamos la casa”. Ese era el mensaje que le dejaron a Esther Preciado López en la puerta de su domicilio ubicado en Juan José Ríos, al norte de Sinaloa, en el año 2013, mientras buscaba a su esposo Bladimir Castro Flores.
Ella no dudó que la advertencia se fuera a cumplir, sabía que esas personas no se detendrían y eran capaces de quemar su casa con todo y sus hijos adentro. Así que sin esperar a que sucediera algo, todos agarraron sus cosas y se fueron a San Blas, una comunidad ubicada en El Fuerte.
Como ellas, hay más mujeres amenazadas en Sinaloa. Entre ellas, Mirna Nereyda Medina Quiñónez, fundadora de Las Rastreadoras de El Fuerte, y María Isabel Cruz Bernal, de Sabuesos Guerreras.
Ambas mujeres han denunciado amenazas y robos en distintas ocasiones, y se han mantenido en búsqueda acompañadas por elementos de la Policía y la Guardia Nacional.
En cambio, hay colectivos, como Una Luz de Esperanza en Mazatlán, que decidió parar actividades tras la agresión contra uno de sus integrantes en 2019.
Rosario Lilián fue asesinada mientras buscaba, con el estrés de no encontrar a su hijo y la angustia de ser perseguida, pese a que las autoridades conocían de su situación.