* Marcos no puede revertir tendencia negativa de Peña Nieto * El Peje, 4 puntos arriba del Copetes en Coatza * La priísta rompecatres * Rocío Nahle, del PRD, pacto con Theurel * Destituye a su representante ante el IFE
A dos manos, dos lenguajes, Enrique Peña Nieto va definiendo su verdadero rostro: el de la intolerancia que conlleva a la represión.
Un episodio, el de su visita a la Universidad Iberoamericana, el viernes 11 de mayo, detonó el temperamento radical de quien desde el PRI aspira a gobernar México. Increpado por estudiantes, punzado por su cercanía con el ex presidente Carlos Salinas de Gortari, traído a la memoria el recuerdo de San Salvador Atenco, donde desató una brutal intervención policíaca, Peña Nieto se reveló como un intransigente del poder, su puño recio y las ganas de ajustar cuentas.
Terriblemente torpe, llegó a la Ibero con ánimos de engañar. Llevaba porra, jóvenes que le aplaudían todo y lo vitoreaban hasta por respirar. Montado en sus paleros, tiró un rollo de campaña, trillado y excesivamente sobado: el deterioro de la seguridad, el deterioro del empleo, el deterioro de la economía.
Incomodaba a Peña Nieto la presencia de estudiantes reales, de “iberos” críticos que exhibían pancartas y cartulinas con una leyenda devastadora: “Atenco no se olvida”.
Se mostraba paciente. Sonreía con aspecto actoral. Hablaba con aplomo, centro de las miradas de todos. Casi había superado la prueba. Quiso, sin embargo, encarar el reclamo por Atenco. Fue el acabose.
Peña Nieto asumió la responsabilidad del “restablecimiento del orden y la paz” en base a sus funciones y atribuciones constitucionales. Irreflexivo, no se percataba de lo que decía, su palabras en un sitio y sus neuronas en otro.
Lo que asumió realmente fue la responsabilidad de un crimen. Siendo gobernador del Estado de México, ordenó la represión del movimiento atenquista que se negaba a entregar sus tierras a precio de chatarra para la construcción del aeropuerto que sustituiría al de la ciudad de México.
Aquel acto policíaco, días de hostigamiento, agresiones a mujeres vendedoras de flores, culminó con un saldo rojo: dos muertos, cientos de heridos, 300 detenidos y 23 mujeres violadas por elementos de las fuerzas de seguridad.
Pero no paró ahí. El aparato de justicia, alfil de Peña Nieto y sus secuaces, determinó una condena de 120 años de prisión para el líder del movimiento atenquista, Ignacio del Valle; 60 años para dos de sus más allegados, y el virtual exilio de América del Valle, hija del dirigente, en la embajada de Venezuela en México.
Peña Nieto, el nuevo Díaz Ordaz, autor éste de la masacre de estudiantes en 1968, en Tlatelolco, salió de la Ibero entre gritos y abucheos, refugiado primero en un baño, cercado por dos cordones de guaruras, repudiado entre voces hirientes: “La Ibero no te quiere”; ¡Fuera, fuera, fuera”; CO-BAR-DE, CO-BAR-DE”.
Pudo inhibir el efecto en los medios de comunicación sobre los que ejerce control, vía publicidad y pagos subrepticios. No lo logró en la otra prensa: Proceso, Reforma, La Jornada, y sobre todo en las redes sociales.
En vano ha intentado revertir el impacto del zafarrancho en la Ibero. Aquel episodio reveló la fragilidad del candidato del PRI y puso en relieve la vena intolerante del priísmo cupular.
Quiso ganar la batalla en las redes sociales y la perdió.
Intentó acusar a los jóvenes que protestaban de ser agentes de Andrés Manuel López Obrador, entrenados para provocar, y se llevó una respuesta insólita: 131 iberos mostraron sus credenciales y refrendaron en un video su repudio a Peña nieto.
Un día después, el sábado 12, en Saltillo, un grupo denominado Indignados de Coahuila, intentó manifestarse cerca de donde se celebraba un evento de campaña de Peña Nieto. Fueron agredidos por huestes priístas que les arrancaron sus mantas y los golpearon. Interpusieron una denuncia penal ante agentes del Ministerio Público controlados por el PRI.
Se suma a la estela de represión, la embestida de priístas y policías vestidos de civil contra un grupo de antipeñistas, en Córdoba, Veracruz, el martes 15. Apostados en una banqueta, jóvenes vestidos con ropa de color negro y máscaras con el retrato de Salinas de Gortari, fueron agredidos brutalmente, antela mirada impasible de la policía municipal.
Responsable de la agresión, señalado de ser el orquestador del acto represivo, célebre ya en youtube, twitter y facebook, el director de política regional del gobierno de Veracruz, Juan de Dios Sánchez Abreu, ex líder del PRI en Coatzacoalcos, ex secretario de Organización del PRI estatal y ex director de Atención Ciudadana en el régimen fidelista.
Nada es inconexo en la ruta de la violencia que define el andar del PRI. Peña Nieto y su pandilla instrumentan una oleada de represión para atenuar las protestas de campaña, la indignación de sus opositores, el repudio de un sector de la sociedad y el evidente deterioro de su imagen pública.
Quizá suponga el candidato del PRI que así evitará más reclamos en sus actos proselitistas.
Doble lenguaje, doble rostro, Peña Nieto actualizó sus spots y pidió desdeñar la violencia y la provocación. Nada más falso. Sabedor de lo que se preparaba en la Universidad Iberoamericana, pronunció una frase incriminatoria, registrada por el periódico El Univeral. “Es un ambiente ni genuino ni natural”. Y remató: “Es un show montado con ánimo de descalificarme”.
Su respuesta es la violencia, su arma de gobierno, lo que vendrá una vez en Los Pinos.
Archivo muerto
Nada preocupa tanto a Marco César Theurel Cotero como el desplome de Enrique Peña Nieto en el distrito de Coatzacoalcos. Su encomienda, operar los votos que requiere el candidato presidencial priísta, está condenada al fracaso. En marzo, el candidato de las izquierdas, Manuel Andrés López Obrador (MALO) —así era su nombre originalmente, luego lo invirtió— superaba al priísta por dos puntos; en abril creció a tres; hoy, alcanza los cuatro puntos. En Xalapa, el PRI maquilla la debacle con un supuesto “empate técnico”. Peña Nieto, en su techo de intención de voto, no da para más, mientras El Peje asciende en su bastión, Coatzacoalcos. Son mediciones promovidas sigilosamente en el área de inteligencia políica del gobierno de Veracruz. Theurel, el alcalde, cómplice de la corrupción en su Ayuntamiento, tiene el encargo de revertir esa tendencia, pero su operación política es deplorable. Su principal activo es Roberto Salas, secretario de Gobierno Municipal, un engañabobos profesional, a quien las promotoras del PRI no pueden ver ni en pintura por falso y mentiroso, a menudo insultado, a riesgo de ser agredido y linchado. Convertido en una nulidad, el alcalde de Coatzacoalcos tiene abierto otro frente: el trabajo sucio de su antecesor, Marcelo Montiel Montiel, quien sólo opera para el candidato a diputado federal, Joaquín Caballero Rosiñol. De Peña Nieto, dicen los montielistas, que se ocupe Marcos Theurel, si es que puede. Saben que la derrota del candidato presidencial priísta será la muerte política del alcalde de Coatzacoalcos…
¿Quién es esa priísta de estrella fulgurante, cero a la izquierda en tareas de gobierno, pero con vetusto padrino, senil el líder, a quien le debe los 15 minutos de fama que hoy goza, categorizada en sus años mozos, juventud en éxtasis, con el alias de “la rompecatres del pantano”? Dos pistas: estudió en la escuela Margarita Olivo Lara y era amiga de Katia Carrillo Cervantes, ahora conductora de noticias en el canal DI, propiedad del Clan de la Succión de los Robles Barajas…
Infame es la campaña del PRD en Coatzacoalcos e infamias comete su candidata, Norma Rocío Nahle García. Se exhibe en videos que denotan el vacío al que la someten los perredistas, sola y su alma, sin contingentes que le hagan bulto, sin las tribus que suscribieron el pacto de la unidad y luego la volvieron a abandonar, en la búsqueda del voto imposible. Provoca desánimo y escarnio, por igual entre los allegados al sol azteca que entre panistas y priístas. Y simultáneamente, despiadada, Rocío Nahle muestra otra faceta de su largo historial de agravios al perredismo: se deshizo del representante del PRD ante el Consejo Distrital del IFE, David Riquer del Toro, por razones tan insólitas como aberrantes. Riquer del Toro había logrado extinguir la multa que le aplicó el órgano electoral por haberse acreditado que incurrió en actos anticipados de campaña; también denunció y forzó la destitución de capacitadores y supervisores electorales, a quienes les detectó ligas con el PRI. No imaginó David Riquer que una declaración a la prensa marcaría su salida de la representación perredista ante el IFE de Coatzacoalcos: advertir que denunciaría al alcalde Marcos Theurel y a su esposa Guadalupita Félix Porras por coaccionar al voto con la entrega de vales de gasolina a taxistas. Un día después, Rocío Nahle pidió su remoción. Moralmente maltrecha, su ética a discusión, Rocío Nahle también sabe de marrullería. Amarrada con Marcos Theurel, su aliado inconfesable, pretende votos priístas para enfrentar a la maquinaria marcelista que respalda al candidato del PRI, Joaquín Caballero Rosiñol. Pragmática —al diablo con la ideología—, Rocío Nahle defiende sus pactos con priístas, así sea atropellando al perredismo de lucha, así sea imitando a Gloria Rasgado Corsi, a quien se comía viva por trabar acuerdos con el PRI…
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