* Su política de comunicación es ocultar al Veracruz violento * Ocho periodistas asesinados y no les hace justicia * ¿Por qué AMLO no denunció a quienes pedían dinero en su nombre? * Los videos de Theurel * Duarte no controla a los priístas * Once fotos: la otra familia de Pepe * Joel Arcos, desactivando programas sociales federales
Javier Duarte de Ochoa no es amigo de la prensa libre, ni del pensamiento crítico, ni de la reflexión profunda, menos aún de la autocrítica. Es, desde su condición de gobernante imperfecto, hijo del fraude electoral y heredero del desastre, un gran simulador de la libertad de expresión.
Magullado, deshecho, ha visto cómo el narco tocó a las puertas de palacio, infiltró las instituciones de Veracruz, se adueñó de las policías, sembró terror y pánico, y su única respuesta fue agazaparse. Rebasado por el crimen organizado, entregó la seguridad del estado al gobierno federal y se redujo a seguir contando ejecutados, sus cuerpos partidos en pedazos.
Esa pesada lápida y la debacle económica, paralizadas las finanzas desde hace un año y medio, han sido los mayores lastres del gobierno duartista, el símbolo de su gestión.
Hoy, como en septiembre de 2011 en Boca del Río y Veracruz, el caos duartista se mide en cifras de muertos. 35, 14, 32 cuerpos inertes, estrangulados, sin brazos, sin piernas, sin cabeza, y otros 14 ejecutados ayer en Alamo, van conformando la sangrienta identidad de un gobierno priísta, el de Javier Duarte, que se cae a pedazos.
Su régimen pasará a la historia por acumular en tiempo récord, 18 meses, la muerte violenta de ocho periodistas, algo nunca visto. Resonarán en la conciencia de don Javier los nombres de Miguel Angel López Velasco, Misael López Solana, Yolanda Ordaz de la Cruz, Noel López Olguín, Regina Martínez Pérez, Gabriel Huge, Guillermo Luna y Esteban Rodríguez, más los que han emigrado en un éxodo de miedo, ejecutables por el crimen organizado.
Para ellos no ha habido justicia, salvo el caso de Noel López Olguín, periodista de Jáltipan, en el sur de Veracuz, cuyo verdugo, un sicario de nombre Alejandro Castro Chirinos, reveló su responsablidad cuando se le aprehendió en una acción policíaca, que nada tenía que ver con la desaparición del periodista.
En suma, la justicia de Javier Duarte es inservible para los veracruzanos y para un gremio, el de los periodistas críticos, que no ve para cuándo se esclarezca quién y por qué ultimaron a ocho de sus compañeros de profesión.
Agraviados, en año y medio los periodistas independientes han enfrentado una política de comunicación deleznable. Gina Domínguez Colío, la vocera del imperfecto Duarte, ha sido multiacusada de guillotinar periodistas incómodos, con las armas de la presión publicitaria, citada en los despidos de Verónica Danell y Marijose Gamboa, y en el veto a reporteros amenazados por el crimen organizado, a quienes el gobierno de Veracruz no quiere ver enrolados en los medios.
En 18 meses, el periódico El Buen Tono, de Córdoba, fue incendiado sin que la Procurduría de Veracruz haya expreado un solo avance; los periódicos Veraz y Formato 7, de Claudia Guerrero Martínez y Manuel Rosete Chávez, sufrieron la agresión del Movimiento de los 400 Pueblos, al mando del mercenario César del Angel, amigo e impulsor de la candidatura de Javier Duarte de Ochoa.
Portales en internet, como AGN, de la respetada periodista Silvia Núñez Hernández, han sido objeto de ataques cibernéticos, por su evidente línea combativa, intransigente ante los desvaríos del poder. Ser hackeado no fue, para AGN, una derrota sino la confirmación de que la crítica duele e irrita al círculo duartista.
Javier Duarte ha interpretado su política de comunicación como un embute diario a la prensa vendida, lisonjera, aduladora. Con recursos públicos —una parte tomada del presupuesto oficial y otra de origen subterráneo— silencia los graves y mayúsculos problemas que agobian a Veracruz; engaña con el espejismo de un Veracruz pujante, tercera economía nacional; minimiza la dimensión de las bandas que dominan violentamente el territorio jarocho; oculta la muerte de inocentes a manos de policías corruptos, a menudo involucrados con sicarios.
Su política de comunicación tiene como eje la mentira y la manipulación de los medios, el control de la información, el maquillaje de la noticia.
De palabra, Javier Duarte es un demócrata y, por supuesto, un súbdito de la libertad de expresión. En los hechos, es gobernador de Veracruz por un fraude electoral y enemigo de la crítica, menos de la autocrítica, del análisis que describe la dramática realidad veracruzana, de la reflexión sobre la tragedia social que enfrentan de ciudadanos empobrecidos.
En términos de libertad de expresión, Javier Duarte es simplemente un simulador.
Archivo muerto
Brozo pidió una respuesta que no escuchó: ¿Por qué Miguel Angel Mancera sí denunció a quienes usaron su nombre en el pase de charola a empresarios por 6 millones de dólares y por qué Andrés Manuel López Obrador no hizo, legalmente, nada? Víctor Trujillo, Brozo, se lo planteaba en Tercer Grado, el programa de análisis de Televisa que más odia el perredismo por su inclinación hacia Enrique Peña Nieto, el miércoles 6. López Obrador evadió la embestida. Su argumento, en cuestión de dineros ilegales para hacer política, siempre ha sido el deslinde. En su momento, cuando pillaron a René Bejarano, ex secretario particular de AMLO, recibiendo 3 millones de pesos del empresario Carlos Ahumada Kurtz, López Obrador dijo que tenía tiempo que no cruzaba palabra con Bejarano. Falso. Ahora arguye lo mismo del uruguayo Luis Costa Bonino, el cineasta Luis Mandoki, Luis Creel y Adolfo Hellmund, a quien propone como secretario de Energía si gana la elección. Los cuatro pidieron los 6 millones en nombre del Peje y él, con fingida indignación, sostiene que no manda a nadie a pepenar dinero en su nombre. ¿Por qué, pues, no los denunció o reconvino públicamente? Es obvio. López Obrador gusta de los dineros ilegales para hacer política. En eso es como los priístas y panistas, como Peña Nieto y Josefina. Seguro así pretende don Andrés Manuel consumar el “cambio verdadero”. Orale, diría Brozo…
Rehén de sus fobias y rencores, Marco César Theurel Cotero llevó su conflicto con Marcelo Montiel Montiel, su antiguo promotor y predecesor en la alcaldía de Coatzacoalcos, a una vendetta política, plagada de delaciones, arrebatos y fractura en el PRI. Produjo una veintena de videos, actuó en papel protagónico, unos captados en su domicilio, otros en oficinas municipales, en que los entrevistados acusan al grupo marcelista de promover voto cruzado a favor de Joaquín Caballero Rosiñol para diputado federal por el distrito de Coatzacoalcos y por la candidata presidencial panista, Josefina Vázquez Mota, en detrimento de Enrique Peña Nieto. Luego los “filtró” al Clan de la Succión, el grupo encabezado por José Pablo Robles Martínez, dueño de Diario del Istmo e Imagen de Veracruz, amigo de Andrés Manuel López Obrador, a quien Marcelo Montiel, siendo alcalde, el 2008, demandó por daño moral tras una serie de señalamientos que tenían que ver con su vida privada. Theurel, con su habituales altibajos emocionales, le dio a Robles leña para la hoguera y evidenciar a Marcelo Montiel como un infiel al PRI. Quienes aparecen en los videos son súbditos de Theurel; uno de ellos, Mario Bustamante, traicionó al líder petrolero Ramón Hernández Toledo y se ligó con el equipo del dirigente plataformero Víctor Kidnie, cuyo operador en Coatzacoalcos fue el síndico Roberto Chagra Nacif, su cuñado, otro de los desterrados del marcelismo. Productor, director y actor del video home, Marcos Theurel supuso que con ese material llegaría al comando central del equipo de Peña Nieto, rendido el candidato presidencial a sus pies. Viajó al DF. Ahí lo atajaron. Del gobernador Javier Duarte recibió una recriminación en un ambiente de ira. Theurel vulneró su jerarquía; lo evidenció ante Peña Nieto. Duarte, a los ojos del mexiquense, no controla a los priístas de Veracruz. Duarte, gracias a Theurel, muestra su inoperancia política. La difusión de aquellos videos fue un soberano autogol. Escaneado por el equipo peñista, sometido al análisis el episodio de los videos, Marcos Theurel fue categorizado como un traidor al gobernador de Veracruz, como un priísta incontrolable. Saltó las trancas y lo ridiculizó. Su pretensión, en el fondo, no era alertar a Peña Nieto de un sabotaje a su campaña, sino entregar material gráfico a Pepe Robles, caja de resonancia de López Obrador, para terminar de hundir la campaña priísta, y luego justificarse. Theurel, al servicio del Peje. Esa fue la lectura en Toluca…
Son once fotografías. Describen a la otra familia del honorable Pepe, una en París, la torre Eiffel al fondo; otra en Squaw Valley, en Lake Tahoe, California, un paisaje nevado; otras en la intimidad del hogar, un escenario navideño. Ahí, se ve, sí hay amor…
Su cargo es coordinador de Contención de Programas Federales. Su esencia, la fidelidad. Joel Arcos Roldán opera en las sombras, en la campaña de Pepe Yunes Zorrilla, candidato priísta a senador por Veracruz. Es el enlace con los cuadros de Enrique Peña Nieto y su función consiste en desactivar el impacto de los programas sociales del gobierno calderonista a favor del PAN. Ojalá Joel Arcos, ex diputado local, ex subsecretario de Desarrollo Social y Medio Ambiente, líder real de Nuevo Tiempo Veracruzano, no termine vendiendo la causa como lo hizo con el cemento que debió colocar para comprar el voto entre los de abajo, colocando a Javier Duarte en riesgo de perder la gubernatura, en 2010. ¿Sabrán los peñistas cómo se las gasta don Joel?...
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