* Turismo: lo peor está por venir * Harry Grappa, el traficante de edecarnes * Secuestran al hijo del alcalde * ¿Y el operativo Minatitlán Seguro? * Casa de Cultura, en terrenos de API de Nanchital * El bebé y el profesor de equitación *Los mensajes del regidor
En la “plenitud del pinche poder”, Fidel Herrera Beltrán solía tomar el teléfono, dictar órdenes aberrantes, instruir a sus vasallos, conminar al silencio, imponer mordazas y tender una cortina de humo de lo que a la postre sería su más grande herencia política: la instalación del santuario de Los Zetas en Veracruz.
Oscuro en sus alcances, turbio en su conducta, deslizaba instrucciones precisas que acataban sus empleados de alto y bajo nivel, su vocero, todos de ínfima moral, de no permitir, a ningún precio, que el término Zeta anidara en el ánimo de la opinión pública, mucho menos sus acciones violentas, génesis de la carnicería humana que habría de venir.
Nada, ni mencionar la palabra Zeta, se permitía en la prensa fidelista, donde halló el sultán del Golfo un ejército de lacayos bien pagados, castrados millonarios sexenales que traficaron su silencio a cambio de ocultar el avance de la narcoviolencia en todas sus formas y matices: el secuestro, la extorsión, el asesinato, el miedo, la zozobra y un estado de intranquilidad e incertidumbre social.
Mareado por el poder —la plenitud es mala consejera— Fidel concibió la presencia del grupo delictivo de Los Zetas como su mayor secreto de estado, sin advertir que la violencia y la muerte se convetirían en su más nefasta herencia.
¿A cambio de qué le fue rentado al crimen organizado el territorio veracruzano? O mejor planteado: ¿De cuánto?
Su heredero, Javier Duarte de Ochoa, un burócrata que inició su carrera cargándole la maleta, durmiendo en el lobby de hoteles porque para él no había suit ni cuarto en el hotel donde se hospedaban, ni quiso ni pudo con el paquete de lidiar con los zetas, y peor aún, de pactar con otros grupos delictivos, llámense Cártel del Golfo, Chapo Guzmán, Nueva Generación o Templarios.
Fraguaron, Fidel Herrera y Javier Duarte, darle la espalda a sus antiguos aliados por omisión, Los Zetas, y les encaramaron al gobierno federal, síndrome de Poncio Pilatos, sólo que el romano se lavó las manos con agua y éstos lo hacen con lodo de sus entrañas.
De entonces para acá, Veracruz se ha vuelto una carnicería. Sólo en septiembre de 2011, zetas y matazetas dieron un saldo de casi un centenar de cadáveres descuartizados, arrojados en la vía pública, la más escandalosa cuando 35 de esos cuerpos, mutilados, aparecieron frente a Plaza Américas, en Boca del Río, a unos pasos del hotel donde se celebraría la cumbre judicial, con procuradores y presidentes de tribunales de justicia, y donde el régimen duartista, en boca del ex procurador Reynaldo Escobar, criminalizó a las víctimas a partir de información falsa y una sobrada dosis de veneno.
Ha corrido la sangre de inocentes y el heredero de la fidelidad, que convirtió la plenitud del pinche poder en la plenitud del desmadre político, sólo ve pasar los muertos, mientras él dedica mejores tiempos a la pachanga, el reventón, la fiesta en el DF, con amigos y amigas de la Ibero, o en Xalapa, ellos con seguridad de alto nivel, hotelazos y aviones rentados.
Ultimaron a nueve periodistas y su gobierno ha sido torpe, incapaz de aplicar la ley. Su procurador, don Amadreo Flores Espinosa, dio por sentado el esclarecimiento de cuatro de los crímenes sólo porque creyó en la versión de un narcomenudista que dijo haber oído que sus cómplices los habían ejecutado porque tres de ellos pidieron a Los Zetas, como si fueran sus patrones, que asesinaran a otros tres comunicadores en el puerto de Veracruz.
Mataron a Regina Martínez, corresponsal de la revista Proceso, el 28 de abril, en Xalapa, y cinco meses después no hay una pista sólida, sólo palos de ciego, ganas de involucrar al gremio periodístico en el crimen, construyendo falsas coartadas, arrimándoles un delito que no es suyo.
De la narcoviolencia no se salva ni el mismo Javier Duarte. Su escolta fue atacada en el camino a Coatepec, cerca del colegio Las Hayas, donde estudian sus hijos. En la reyerta murieron los sicarios, pero quedó una duda: ¿pretendían secuestrar a los menores y someter así a Javier Duarte?
Han desaparecido alcaldesº; a otros los han asesinado. Su policía, supuestamente depurada, termina detenida y consignada por la Marina por sospecha de vínculos con el narcotráfico. Caen inocentes, atrapados en el fuego cruzado, y luego son presentados con el tiro de gracia, con signos de tortura, acusados de pertenecer a las mafias, como ocurrió en el caso del Lencero, cerca de Xalapa, que provocó que la policía estatal esté denunciada penalmente, no solo por la autoría material del crimen sino por complicidad de los altos mandos.
De la violencia que distinguió a la fidelidad, hay para escribir un libro y faltaría una segunda edición. Haber convertido a Veracruz en santuario de Los Zetas, luego endosarle, vía Javier Duarte, la seguridad al gobierno federal y darle carta de identidad al caos, provocó la muerte de muchos y el reclamo de todos.
Aquel secreto de estado —el ocultamiento mediático de Los Zetas— hoy es su narcoherencia. ¿Será que no lo midió Fidel?
Archivo muerto
Fuera de ser amigo del gobernador Javier Duarte de Ochoa, ningún mérito tiene Harry Grappa Guzmán para acceder a la Secretaría de Turismo. Precedido de la peor fama, “conseguidor de todo”, como definió el periodista César Vásquez Chagoya, lo unico que se le sabe son sus negocios al amparo del erario público y un obstáculo inconveniente que pudiera enviarlo a la banca de nuevo: no tener título profesional, requisito ineludible de acuerdo con la Ley Orgánica del Poder Ejecutivo de Veracruz. Traficante de edecarnes, hizo fama pública desde el sexenio de la fidelidad por su buena mano para llevar chamacas divertidas —y atrevidas— a las orgiásticas encerronas del primer círculo de gobierno. Cerraba antros para que Fidel Herrera se divirtiera, como relata en su columma la periodista Maryjose Gamboa. Hizo mil negocios con el World Trade Center de Boca del Río, donde contratarlo sólo se hacía a través de sus empresas Reservaciones Internacionales, Standver y Audirent. Otro giro es la renta de equipos de cómputo para el gobierno de su protector —¿solapador?— Javier Duarte. Leticia Perlasca Núñez, a quien relevó en la Secretaría de Turismo, es un juego de niños junto al señor Grappa, un voraz y despiadado negociante metido a político. Qué mala mano tiene el gobernador Javier Duarte: puro inútil vividor lo rodea, amigos que lo divierten y que a Veracruz le cuestan una fortuna. Lo bueno es que ahí los pone, y que aguanten metralla de aquí a que termina el sexenio… A dos fuegos, entre el gobierno de Veracruz y su familia, el alcalde de Minatitlán, Leopoldo Torres García, enfrenta el secuestro de su hijo Marlon Torres Fuentes. De Xalapa le recomendaron negar el plagio, ocurrido el martes 2, sabida la vergüenza de tener en marcha el operativo Minatitlán Seguro con cientos de soldados y navales combatiendo al crimen organizado, y les pegan un golpe demoledor desapareciendo al hijo de la primera autoridad. Dos días después, se sabe que los plagiarios han dejado de llamar a la familia. El negociador del alcalde es el tesorero municipal, Manuel Alvarado Martínez, lo que ha desatado otro escándalo pues se infiere que el rescate se pagaría con fondos municipales, incurriendo con ello en desvío de recursos públicos. Enredado, todo descoordinado, Leopoldo Torres no sabe cómo enfrentar el dilema. Niega que Marlon Torres sea hijo, aunque todo mundo sabe que es un pecadillo muy a su estilo —la ficha policíaca le atribuye 13 herederos, casi todos fuera de los dos matrimonios que se le conocen—; niega que hubiera plagio pero no presenta públicamente al “sobrino” para frenar especulaciones; da tiempo a que el Ejército o la Marina actúen y liberen a Marlon para acreditar que no estuvo plagiado. Lo que sea, pero a dos días de ocurrido el secuestro no hay comunicación con los plagiarios, crispando los nervios de muchos y evidenciando la efectividad del operativo Minatitlán Seguro…
Extraviado en sus limitaciones, no hay día que Alfredo Yuen Jiménez no la pifie. Eso de construir la Casa de Cultura de Nanchital en terrenos de la Administración Portuaria Integral, es de locos. Acaba de recibir el alcalde de Nanchital más de 30 millones solicitados a BANOBRAS, de los cuales tiene en pasivo 15 millones; o sea, supuestas cuentas por pagar, que se infiere son gastos inflados o inexistentes. Con lo que le queda edificará la Casa de Cultura, obra que asignó a la compañía Consorcio Constructor Inmobiliaro Pegaso, S.A. de C.V., que opera con un prestanombre, pero cuyos dueños reales son el director de Obras Públicas, César Chang Ricárdez, y el notario Miguel Yuen Ricárdez, sobrino e hijo del alcalde de Nanchital. De por sí, instalar la Casa de Cultura en terrenos de API, es un absurdo mayor porque es una zona de riesgo, pero que la construya la empresa de la familia, es corrupción pura…
Perdido entre las copas, la tarde-noche del viernes 28 de septiembre, enviaba mensajes desde su celular el más incómodo entre los amigos incómodos. Escribía que Marcos vociferaba que el bebé en camino es de autoría distinta, un maestro de equitación. Como Dios le daba a entender, embrutecido por el alcohol —más bruto de lo que ya es—, trataba de hilar frases, todas sobre el empeño de Marcos porque se sepa de lo que fue capaz el especialista en la monta de caballos. Reía solo; gozaba en sus malas intenciones. Un rato después, recibió respuesta: Marcos lo habría de pagar. ¿Una pista? Es un regidor que ladra…
twitter: @mussiocardenas