* Ofrece legislar para evitar asentamientos en zonas de riesgo * ¿Y los lotes donde reubicaría a colonos de la Fertimex? * Duarte pretende matar de inanición a sus alacranes mediáticos * Theurel vocifera contra Flavino Ríos * Con “una lanita” el Congreso lo va a encubrir * Gersaín canjea el Día del Empleado por 250 pesos * Fidel Ronzón se promueve para el gobierno joaquinista
Disfrazada de ecologista, Mónica Robles es de las que lanzan recetas mágicas para preservar el medio ambiente y algunos conjuros para salvaguardar a quienes habitan en zonas de riesgo, pero en su vida le ha tendido la mano alguien y, en cambio, solapó la venta de áreas verdes que su marido Iván Hillman, siendo alcalde de Coatzacoalcos, urdió y perpetró.
Sus pecados son de omisión y, por supuesto, de soberbia. Pontifica cuando habla de la tragedia de Guerrero, los muertos, los reubicados, quienes perdieron todo, los sepultados por la montaña en La Pintada y ofrece con inusitado desparpajo que una vez diputada en funciones, legislará para que nadie, absolutamente nadie, enfrente en Veracruz una experiencia similar.
Podría conmover su discurso si no fuera porque Mónica no es así. Sus días al frente del DIF Municipal permitieron escanearla y saber cuán grande es su inutilidad y aún mayor su ego. A su mausoleo llegaban las voces de ayuda, se multiplicaba el grito desesperado de quienes veían irse con las lluvias y las inundaciones su precario patrimonio, una vida plagada de miserias y hasta un hálito de dignidad. Y ante la dimensión de esa desventura, la señora Hillman sólo atinaba a repartir despensas, cobertores y algo de ropa. O sea, lo que indica el protocolo, nada más.
Nunca fue sobresaliente en esa materia. No se le da la conmiseración. El DIF le sirvió para emprender una campaña de autoelogios publicitarios que terminó por saturar la paciencia de los lectores de periódicos, los audioescuchas en la radio y los televidentes, sin lograr el palomazo de una sociedad a la que Mónica Robles siempre ha menospreciado, pero que es bien correspondida.
Lo de hoy es su discurso, una oda a la alegría. Se ofrece la señora de Hillman como baluarte para no permitir más asentamientos irregulares en zonas de riesgo y así preservar la integridad de los ciudadanos. ¿Sabrá de lo que está hablando la diputada electa? ¿Sabrá que es el PRI, el partido que la llevó al Congreso veracruzano, el principal auspiciador de esos asentamientos a cambio de votos?
Ya antes trató de ser la buena samaritana y resultó un auténtico fiasco.
Inundados hasta el cuello, alcanzados por la creciente del río Calzadas, en la zona pantanosa de Coatzacoalcos, los habitantes de la colonia Fertimex le pedían ayuda. Mónica Robles aceptó y prometió un sueño: reubicaría a por lo menos cien familias.
Tocó puertas y obtuvo los cien lotes. Se realizó el estudio socioeconómico, se analizó la capacidad de pago y las condiciones del terreno. Se cubrió la tramitología y se acreditó que el proyecto iba. Cinco años después, los vecinos continúan a la espera de que la ex presidenta del DIF-Coatzacoalcos haga efectiva su palabra.
Eso pasa cuando la lengua es más falsa que la imagen publicitaria, cuando la promesa hueca suplanta al compromiso real o cuando la tragedia de los otros sirve para medrar.
Nadie sabe el destino de los cien lotes. Su valor, a precios de gobierno, oscilaba en los 7 millones de pesos y la factibilidad de uso para vivienda fue validada por la Dirección de Patrimonio del Estado, con el visto bueno del Ayuntamiento que encabezaba Iván Hillman Chapoy, esposo de Mónica Robles.
Otro episodio de la incongruente vida pública de Mónica Robles tiene que ver con el turbio desempeño de su esposo en la alcaldía, el manejo inescrupuloso de los recursos y la constante violación a la ley. Ella, como siempre, silenciosa cómplice, convidada de piedra.
Hillman cruzaba ya su último tramo de gobierno. Urgido de exprimir al ayuntamiento, un día llevó al seno del cabildo la venta de áreas verdes, sobre todo las que se encuentran entre las colonias Petrolera y Puerto México. Propuso el cambio de uso de suelo y la venta inmediata a una veintena de colonos que las requerían para ampliar sus inmuebles, para usarlas como cocheras o como acceso a sus viviendas.
Salvo cuatro ediles que no asistieron a la sesión, el punto fue aprobado por unanimidad. Y así se le remitió al Congreso de Veracruz para su conocimiento y validación. Era un auténtico robo a Coatzacoalcos.
Una vez que la Legislatura estatal lo tuvo en sus manos, identificó el abuso: Hillman obvió pasos, burló el procedimiento y transgredió la ley.
Reconvenido por el Congreso, fue obligado a tragarse su soberbia y obtener de nuevo el acuerdo de cabildo para el cambio de uso de suelo de las áreas verdes y enviarlo para su aprobación en Xalapa; una vez avalado, ser remitido a la Dirección de Desarrollo Urbano del gobierno estatal y si no había objeción, de regreso en Coatzacoalcos, vuelto a la consideración del cabildo para proceder a la venta a particulares.
Entonces pudieron sus amigos y protegidos engullirse las áreas verdes, un atentado al medio ambiente y al desarrollo sustentable.
Desenfrenado, Iván Hillman cometió otro atraco en la colonia Esperanza Azcón y terminó llevándose entre las espuelas al gobierno de Veracruz. Propuso la asignación de un área verde a un grupo de colonos priístas, a quienes así les pagaba su incondicionalidad. Acordó en cabildo y validó el despojo.
Días después, la Dirección de Patrimonio del Estado lo exhibió. Se trataba de un predio que habría de ser donado al ayuntamiento de Coatzacoalcos, pero que en los hechos aún pertenecía al gobierno de Veracruz por cuestión de trámites burocráticos. Y con ello quedó revertida la donación.
Hecho público el constante atropello a la ley, Mónica Robles calló y solapó el despojo al pueblo de Coatzacoalcos, que por el afán enfermizo de Iván Hillman por el manejo de la tierra, veía perder algunas de las escasas áreas verdes con que cuenta la ciudad.
Su discurso ecologista es tan falso como su compromiso con los colonos que habitan en zonas de riesgo. Ella misma, poseída por el conjuro de los colores cálidos y la devoción al arco iris, se agenció un parque público y lo convirtió en el parque Quetzalli, un remanso ambiental que ha resultado un jugoso negocio para la diputada electa por Coatzacoalcos.
Generosidad es un concepto que no entra en su código mental. Si alguien lo sabe son sus empleados en Diario del Istmo, periódico del que es presidenta del consejo de administración, propiedad de su padre, el periodista José Pablo Robles Martínez, el jefe del Clan de la Succión, según el ex gobernador Fidel Herrera Beltrán.
Un día sí y otro también, hay despidos injustificados, atropellos laborales, fabricación de delitos para no liquidar a empleados, juicios en Conciliación y denuncias públicas del gremio periodístico al que la diputada Mónica Robles dice pertenecer, aunque no haya escrito ni un telegrama o una tarjeta navideña.
Mónica Robles es una mujer que vive anestesiada por el poder: su madre, Roselia Barajas, fue diputada federal del PRD, vía plurinominal, y hoy da pena verla sin capital político; su marido Iván Hillman fue alcalde de Coatzacoalcos, el peor hasta la desastrosa llegada de Marco César Theurel Cotero, y su padre José Pablo chupa de aquí y chupa de allá, del PRI, del PAN y del PRD, ocultando noticias al mejor postor.
Sacerdotisa de los colores cálidos, Mónica Robles de Hillman está colmada de pecados ambientales, omisiones políticas y un aroma de complicidad.
Difícil creerle si cuando pudo se burló de quienes viven en zonas de alto riesgo.
Archivo muerto
Años de vacas flacas, de penurias y apreturas, negro su futuro, asoman para la prensa vendida de Veracruz días de llorar. Les retirará Javier Duarte de Ochoa el subsidio millonario, la publicidad que sirve para colmarlo de lisonjas y para deformar la dramática realidad de Veracruz. Secas las arcas del gobierno, no hay con qué sostener ese aparato mediático extremadamente oneroso y tan poco eficaz, pues el hecho de repetir mil veces las mentiras del gobernador no han servido para inventar la realidad. Va la voladora para tan nefasta prensa. Algunos cobraron su última factura y ni las gracias les dieron; otros ya recogieron sus documentos de cobro y se fueron con las manos vacías. La orden ha sido tajante: si saben contar, que cuenten con la publicidad del gobierno de Veracruz pero a partir de enero próximo; antes, nada. Actúa así el gobierno de Javier Duarte con su ejército de serviles, pues ni para ellos quedó un céntimo. Es como un abuso de autoridad sin que el agraviado —o sea, la prensa vendida— pueda reclamar justicia… Imprudente, bocón, Marco César Theurel Cotero —“Te rompo tu puta madre”— tiene un gusto por exhibir sus cohechos y a sus cohechados. Su última la cuenta con sorna: Carlos Brito, su gurú, le sugirió buscar al líder del Congreso de Veracruz, Flavino Ríos Alvarado; “dale su lanita”, relata Theurel que le sugirió el maestro zen de priísmo, y desde entonces duerme tranquilo el alcalde de Coatzacoalcos, libre del asedio de la Legislatura. Coronó aquella genialidad de su mentor Brito con un atracón de carnes y trago a discreción en El Trocadero. De ahí salió a contar que con una “lanita” el Congreso de Veracruz le admitirá las cuentas públicas que no aprueba el cabildo, los gastos sin comprobar, las obras no autorizadas pero sí pagadas y mil corruptelas más. Quizá Flavino Ríos haya olvidado aquella anécdota en el restaurant Los Piquitos, el día del beso de caballeros de Javier Duarte al líder petrolero Carlos Romero Deschamps, cuando acudió al baño y según la versión que dispersara Theurel, cayó de bruces. Divertidos los theurelistas, llevaron chisme a su patrón, el joven alcalde de Coatzacoalcos, para que después lo supiera el mundo. Flavino Ríos es un artista de la memoria. Difícil suponer que haya olvidado aquella afrenta…
Gersaín Hidalgo Cruz no proviene de un círculo de talento. Lidera a los empleados municipales de Coatzacoalcos por una traición y un padrinazgo político. Lo hace peor que mal, agraviados los derechos de muchos, amenazados la mayoría, sus plazas al mejor postor y su reserva de empleados eventuales convertidos en operadores del voto para que el dirigente pudiera ser regidor. Hoy enfrenta la furia de su gente. Les ha dicho que no habrá Día del Empleado, que el ayuntamiento está en quiebra, sin un peso de sobra. Gersaín ofrece 250 pesos a cada agremiado para compensar la falta de cortesía y ha provocado la condena de todos. Cada año, el festejo es una bacanal. Corre el güisqui, el brandy, el ron, la comida y los manjares, sobre todo los premios, estéreos, refrigeradores, estufas. Y ahora los quiere indemnizar con míseros 250 pesos. Gersaín olvida un detalle crucial: el festejo del Día del Empleado es contractual, obligatorio para el Ayuntamiento de Coatzacoalcos, para el alcalde Marco César Theurel Cotero —“Te rompo tu puta madre”—, a menos que quiera terminar arreglando su omisión en los tribunales laborales… Virtudes no tiene, pero Fidel Ronzón ya se ve en la silla del director de Recursos Humanos Municipales. Gonzalista desahuciado, sería la primera concesión entre los priístas rojos del marcelismo y los priístas azules que representa el ex candidato del PAN a la alcaldía de Coatzacoalcos, Gonzalo Guízar Valladares. Cuentan la historia los insiders de palacio, los que están por llegar y que se harán inquilinos de la presidencia municipal por los próximos cuatro años. No importan los pecados que dejó Fidel Ronzón en el reclusorio Duport-Ostión, reos fugados, tráfico de drogas, negocios mafiosos. Así es como funciona esa perversión que llaman gobernabilidad: a los enemigos todo, a los amigos nada. Éstos pueden esperar…
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