* El sindicato, un gran negocio * Crímenes que le dieron poder * Se adueñó de Pemex hasta que el sistema lo aplastó * Theurel en el agua * Millones invertidos en limpieza de canales, y se desbordaron * Sergio Amaro: mano larga en CMAS * El protegido de Marcelo Montiel
Sin reforma energética, sin apertura a capitales privados, sin consulta nacional, sin enterar al Congreso, menos aún a sus agremiados, Joaquín Hernández Galicia traficó petróleo, ordeñó a Pemex, esquilmó al gobierno y operó el sindicato petrolero como una mafia criminal al estilo Chicago.
Apátrida, sin freno, desbocado por el poder, La Quina —murió el lunes 11— no tenía límites si se trataba de enriquecerse, así fuera afectando la riqueza nacional, así fueran negocios que le redituaban miles de millones de pesos de los que los trabajadores nunca supieron.
Aquella fechoría la encubrió con la entrega de residuos de petróleo que Pemex ponía a su alcance, sin costo alguno, bautizadas con el nombre de slop oil y que fueron parar a mercados internacionales, específicamente a Estados Unidos y a Rotterdam, Holanda.
Vía prestanombres, en 1980, el sindicato petrolero recibió la concesión, a todas luces anticonstitucional, para disponer del slop oil proveniente de las refinerías de Salamanca, Cadereyta, Tula y Minatitlán.
Suscrito por los líderes sindicales de la Sección 24 de Salamanca y el superintendente Roberto Gutiérrez Zermeño, el contrato comprendía de 1980 a 1984 y Pemex se comprometía a aportar los residuos petroleros, que tiempo después se demostraría que no eran tales sino petróleo crudo.
Eran los tiempos del lopezportillismo y la mano abierta de Jorge Díaz Serrano, entonces director de Pemex, le permitía a La Quina consumar uno de los mayores atracos a la industria petrolera nacional, algo inédito desde la expropiación de 1938: apropiarse del petróleo y comercializarlo en el extranjero, insólita audacia que ni los magnates del salinismo, ni el panismo desnacionalizado de Fox, pudieron lograr.
Hacia 1983, en abril, el STPRM suscribió un contrato con la empresa norteamericana BMR Enterprises Inc. Pactaron la venta de 300 mil barriles de “slop oil” que se hallaban almacenados y la entrega de entre 150 mil y 200 mil barriles más por mes hasta diciembre de 1984.
La Quina y su mafia se agenciaban mensualmente de 18 a 24 millones de dólares, prácticamente sin invertir nada. En suma, más de 250 millones de pesos al mes.
Por esa operación, se calcula que Hernández Galicia y su mafia habrían obtenido 3 mil millones de pesos anuales y por los más de cuatro años, 12 mil millones de pesos. Y todo gracias a una concesión anticonstitucional, disfrazada de residuo de petróleo —slop oil— pero que era petróleo crudo.
Todo se vino abajo cuando el director de Pemex, Mario Ramón Beteta solicitó a la Procuraduría General de la República una opinión jurídica, apoyada en análisis clínicos, sobre la entrega de los residuos de petróleo al sindicato de La Quina. La respuesta fue contundente: lo que se le regalaba a la mafia de Hernández Galicia era petróleo calidad istmo, el más puro de los que extrae Pemex. Y ahí acabó la aventura.
La Quina, sin privatización alguna, sin reforma energética, sin consulta al pueblo mexicano, estaba traficando petróleo; lo colocó en Estados Unidos y diversos despachos periodísticos advirtieron la presencia de petróleo mexicano calidad istmo en el mercado de Rotterdam.
Con La Quina, el obrero corrió por caminos de corrupción. Apapachado, consentido, obtenía prestaciones mayúsculas —gas gratis, gasolina gratis, puntos que era dinero para adquirir casa, bono para comprar autos que luego le rentaba a la paraestatal— y comisiones sindicales, permisos para ausentarse del empleo sin perder salario ni antigüedad, amparos médicos sin padecer enfermedad. Y todo con cargo a las arcas de Pemex. Y mientras el trabajador disfrutaba su paraíso y enriquecida la mafia quinista, la paraestatal se resquebrajaba.
Su muerte lo reduce a lo que fue: un líder corrupto, vulnerable, arbitrario, agobiado por el delirio de persecución, por el miedo a ser traicionado, a ser carroña de sus cómplices.
No experimentaba Hernández Galicia sentimientos de bondad. Oírlo hablar era un deleite. Agresivo, impositivo, no había en sus palabras medias tintas, la amenaza a Pemex siempre a flor de labios, la falsa defensa de su ejército de esclavos, la conquista de cada vez mayores espacios en el área de confianza, corrompiendo funcionarios, invitándolos a robar.
Acabó con sus adversarios apenas asumió la secretaría general del STPRM. Sólo un tiempo respetó el Pacto de Solidaridad Sindical, que obligaba a rotar la dirigencia nacional entre los líderes de las sección 1, 10 y 30. Luego se apropió de todo.
Deshacerse de sus enemigos fue fácil. Con vara alta en la Presidencia de México, urdía tramas para acusar de fraude por venta de plazas a los líderes menores. Así lo hizo con Sebastián Guzmán Cabrera, a quien no dejó llegar a la secretaría general del STPRM.
A otros los sorprendió la muerte. Heriberto Kehoe Vincent fue abatido a balazos cuando ya era el líder nacional electo y tuvo un desliz verbal insospechado: dijo que habría de jubilar a La Quina. Un pistolero lo sacó de este mundo sin que el gobierno hallara al autor intelectual.
Oscar Torres Pancardo, el hombre fuerte de Poza Rica, ex líder nacional del STPRM, murió en un accidente automovilístico. Estando agonizante, maltrecho, se acercó su chofer y le vació la pistola en la cabeza. Dijo el matarife que sufría y le alivió su paso a la muerte.
Muchos otros en Tabasco –Jaime Marín y Juan José de la Fuente, entre algunos— murieron de manera violenta, unos quemados otros baleados.
Con La Quina, los líderes seccionales fueron señores feudales que esquilmaban al trabajador transitorio, dilapidaban las cuotas sindicales, se enriquecían, sin olvidar su cuota al gran cacique, su derecho de piso. Actuaba Hernández Galicia como un capo del crimen organizado.
Chico Balderas, en Nanchital; Sebastián Guzmán Cabrera y David Ramírez Cruz, en Minatitlán; Arturo Pola, en Cuichapa; Roberto Ricárdez, en Agua Dulce; Onésimo Escobar, en Las Choapas; Raúl Charles, en Campeche; Carlos Romero Deschamps, en el DF; Víctor Deschamps, en Salamanca, fueron líderes que imprimieron su propio sello al aquelarre petrolero. Enriquecidos escandalosamente, lucían esplendorosas mansiones, ranchos, autos lujosos, empresas, equipos de futbol y beisbol, constructoras. Como si fueran jeques árabes.
Otro rufián, Héctor García Hernández, alias “El Trampas” —el de las cuatro actas de nacimiento—, que aún presume los millones que obtuvo con su mísero salario de empleado, le serviría para simular que el STPRM iba acorde con la “renovación moral” de Miguel de la Madrid. Algo se les descompuso en la pieza teatral, pues El Trampas fue acusado de fraude, le vaciaron el lodo, lo llevaron al cadalso y tuvo que descubrir que todo era un montaje.
Acusó el prestigiado Trampas a La Quina, Salvador Barragán Camacho y demás ratas sindicales de pretender engañar a De la Madrid. Los describió como una mafia criminal, de la que él era pieza clave, al estilo Chicago con grupos de ejecución y sin límite en su ambición.
Pero De la Madrid los terminó cobijando. La Quina y el presidente hicieron negocios con Pemex. La renovación moral quedó sepultada en el panteón del olvido.
A De la Madrid lo domó, pero su suerte quedó echada con la llegada de Carlos Salinas de Gortari a la Presidencia. El 10 de enero de 1989, La Quina acabó en la cárcel. Lo sorprendió el ejército en su hogar, en traje de noche, empijamado. Lo acusó de acopio de armas y del crimen de un agente del Ministerio Público federal. Las armas se las sembraron y el muerto fue importado desde Chihuahua, abatido en un operativo antidrogas.
Salinas usó a La Quina para enviar la señal de que iría por otros líderes. Nadie se opuso ya al inicio de la privatización de las paraestatales. Y La Quina se pasó 11 años en prisión.
Nada, sin embargo, exime a Joaquín Hernández Galicia de sus grandes fechorías, de haber traficado petróleo a espaldas de todos, incluso de sus agremiados, de haberse enriquecido controlando los contratos de obra otorgados por Pemex, de acumular una fortuna mientras a los trabajadores los endulzaba con una pequeña porción de lo que arrancaba a la paraestatal.
No fue benefactor de nadie. Su historia está manchada por lodo moral y por la sangre de líderes que le hacían sombra. Fue lo que fue, señor de horca y cuchillo, rapaz y abusivo, engañador de ignorantes, vival que contribuyó al deterioro de Pemex.
Allá los ilusos que le queman incienso.
Archivo muerto
Literalmente entre el agua, Marco César Theurel Cotero —“Te rompo tu puta madre”— recorre colonias, escucha lamentos y palpa el repudio que la sociedad no pudo contener. Su obra pública es un desastre: 40 colonias anegadas, 117 viviendas afectadas, diez familias evacuadas y miles de colonos hechos una sopa, sus enseres domésticos perdidos, tan sólo por el torrencial aguacero del martes 12. ¿Dónde está la limpieza de canales en la que invirtió más de 10 millones de pesos el alcalde de Coatzacoalcos, asignando los trabajos a Factores del Istmo, del director de Adquisiciones del ayuntamiento, Brian Carlos López Mendoza, su protegido, el que se quemó las manos cuando lo pillaron con los tapetes ecológicos clonados y que aguantó vara, detenido en los separos de la Policía Federal, sin abrir la boca para no decir que el cerebro de aquella trastada se apellida Theurel Cotero y que llevaba por nombre Marco César? En lo de ayer hubo negligencia pura. Avisado de lo que podía ocurrir, alertado por los vecinos de la Puerto México, Marcos y su runfla de funcionarios dejaron que la tragedia llegara, que la lluvia rebosara los canales, que afectara las viviendas, que arrasara con todo. Y así sucedió en 40 de las 150 colonias de Coatzacoalcos. Dice ahora el célebre Theurel —“Te inundo tu puta calle”— que lo único malo es que “hubo concentración de lluvia, de mucha agua y muy rápido”. Y sólo le faltó expresar que el agua estaba mojada. Papelazo del enriquecido junior; un fiasco, dirían los fans de la fiesta taurina…
Mago de la traición, hoy todo un potentado, Sergio Amaro Caso halló en la subdirección de Comercialización de la Comisión Municipal de Agua y Saneamiento de Coatzacoalcos una veta de oro. Desde ahí controla el abasto y cobro del servicio de agua a los sectores comercial e industrial: hoteles, empresas, escuelas y a los barcos que atracan en los muelles de la Administración Portuaria Integral (API). Sólo, frente a su equipo de cómputo, Sergio Amaro sabe a quien apretar y a quien soltar, determinar cifras en cero y así manipular el sistema, un software diseñado por la empresa ICSI. Trece años tiene en esa faena Sergio Amaro, primero con Roberto Chagra Nacif, a quien le mordió la mano, y así hasta el día de hoy. Su único jefe, el único a quien le rinde cuentas, sea quien sea el director de CMAS, es al ex alcalde Marcelo Montiel Montiel, actual delegado de la Secretaría de Desarrollo Social federal en Veracruz. Sólo ellos —y algunos empleados inquietos— saben cuánto se le cobra al comercio y la industria y cuánto ingresa al sistema contable de CMAS. Amaro requiere recursos, muchos recursos, pues no es lo mismo mantener una casa que mantener dos. La historia va…
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