* Javier Duarte, como siempre, quiere evadir la realidad * El caso del líder de la CTM secuestrado en Villa Allende, entre sus notas * Ambos cadáveres en las fosas clandestinas de Las Choapas * Romana Ortega, cesada en El Heraldo * Llamó “mentiroso” al secretario Erick Lagos * Represalias desde Xalapa
Puntual y preciso, valiente y osado, Gregorio Jiménez de la Cruz tocaba temas de inseguridad, secuestros, ejecutados, pero hubo uno que fue el detonante de su vida y que provocó su muerte: el “levantón” del líder de la CTM, Ernesto Ruiz Guillén, a manos de un comando armado.
Goyo Jiménez —así, con ese apelativo con el que trascendió fronteras— murió por lo que sabía y por lo que publicaba, por el ambiente de violencia que mantiene atrapado en la zozobra a Veracruz y por las condiciones de riesgo en que se mueve la prensa libre, la prensa crítica, la prensa de denuncia, la prensa que no le aplaude sus desatinos al gobernador Javier Duarte de Ochoa.
Hallado en una fosa clandestina, en el poblado Polanco, en la colonia J. Mario Rosado de Las Choapas, su cuerpo es la viva expresión del odio y el rencor, golpeado y presumiblemente mutilado —dos de los tres cadáveres encontrados tenían cercenada la cabeza, dicen reporteros—, ultimado a pocas horas de su plagio y finalmente agraviado con versiones infames de que algo tuvo que ver con la delincuencia que le ajustó cuentas.
Seis días sin Goyo Jiménez, agitaron de nuevo el debate en torno al periodismo de alto riesgo que se practica en Veracruz, peor ahora en los días del duartismo en que suman ya diez comunicadores muertos a manos del crimen organizado y la respuesta tan tardía como falaz del gobierno de Javier Duarte, que ni procura justicia, ni garantiza seguridad, ni tiene respeto por los muertos y mucho menos por la verdad.
Goyo Jiménez, reportero de tres medios —Notisur, Liberal del Sur, La Red, mal pagado en por lo menos dos de ellos—, conjuntaba sencillez y humildad con apego al trabajo profesional, estricto en el dato, en la declaración, en la viveza de los hechos, en el rigor de la información, traía en su agenda de trabajo los casos de secuestro, las extorsiones y los ejecutados.
Vivía en la medianía de quien recibe un salario precario —cuentan sus compañeros que su esposa habría recibido en los últimos días 2 mil pesos por algunas semanas de trabajo; o sea poco y con retraso— y se ayudaba vendiendo sus fotografías de eventos sociales, actos escolares y deportivos. Su hogar era una casa sin repello, con techo de lámina. ¿De dónde, pues, la perversa versión de que recibía su entre de los delincuentes? ¿De dónde, si la riqueza y lo malhabido es inocultable, se ostenta y se presume?
Fue levantado la mañana del 5 de febrero. Hasta su vivienda, en Villa Allende, llegó un comando en dos vehículos. Descendieron cinco sujetos. Lo esposaron al estilo de la policía que opera vestida de civil y lo subieron a uno de los autos. No se supo más de Goyo hasta que su cadáver apareció en una fosa de Las Choapas, a 40 kilómetros de Coatzacoalcos.
Goyo Jiménez surcó los espacios de la comunicación. Se alzó la voz por él, por su vida, por su regreso. Tomaron las calles sus compañeros de profesión, la prensa libre pero también la prensa indignada. A diario, en dos marchas, los periodistas de Coatzacoalcos reclamaban por Goyo y demandaban al gobernador Duarte acciones inmediatas, una pesquisa urgente, el cierre de fronteras, seguir el hilo conductor hacia los grupos criminales, a las bandas identificadas, las que son sobradamente conocidas en las corporaciones policíacas y que a menudo dan pistas de quién y por orden de quién secuestran y asesinan.
Goyo Jiménez murió a las pocas horas de haber sido “levantado”. Golpeado, torturado, presumiblemente mutilado, dejó esta vida un día después de su plagio, el jueves 6, el mismo día en que el gabinete de seguridad de Javier Duarte llegaba a Coatzacoalcos y ofrecía hallar pronto al periodista de Notisur, Liberal y La Red.
Indignados, reacios a aceptar la patraña como verdad oficial, la prensa libre de Coatzacoalcos trató ese día con aspereza al secretario de Gobierno, Erick Lagos Hernández; al procurador Felipe Amadeo Flores Espinoza; a la vocera intragable del gobernador, María Georgina Domínguez Colío, y al fiscal del antidoping fallido, Enoc Maldonado Caraza, el mismo que en su momento enredó el caso Regina Martínez, la corresponsal de Proceso en Veracruz, asesinada el 28 de abril de 2012.
Apareció Gregorio Jiménez, el martes 11, pero no como la prensa y la sociedad hubieran querido. Goyo se convirtió en un símbolo de paz y de lucha por el respeto al trabajo de los periodistas. Demandaban su libertad y su vida en Veracruz, en México y en todo el mundo. Lo queremos vivo, repetían compañeros de trabajo, periodistas mexicanos, españoles, argentinos. Nos unió a todos, como bien dice Marcela Turatti, de Proceso.
Irresponsable, increíblemente mentiroso, imprudente como nadie, ese día el diputado local Eduardo Sánchez Macías, el mismo que había dicho el caso Goyo Jiménez no impactaría a Veracruz, dio “la buena noticia” de que el periodista había sido hallado con vida. Vaya con semejante industrial del periodismo, dueño de los Heraldos, un consorcio que ha crecido al amparo del gordobés Javier Duarte. No sabe lo que es confirmar una información.
No era así. Hallaron las fosas clandestinas la madrugada del martes 11. En ellas, tres cuerpos: el de Goyo Jiménez; el del líder obrero de la CTM de Villa Allende, Ernesto Ruiz Guillén, “El Dragas” o “El Cometierra”, y el de otro individuo apodado “El Bemba”.
Ahí, en ese punto, comienza a descomponerse la historia oficial.
Simplista, sencillamente absurda, la versión del fiscal Enoc Maldonado habla de una venganza personal de la vecina de Goyo Jiménez, Teresa de Jesús Hernández Cruz, de quien en un principio se dijo era propietaria del bar El Mamey, y que por haber publicado el periodista que en ese escenario se registró un hecho delictivo y llamarle lugar “de mala muerte”, fue que decidió contratar a los sicarios para el levantón y crimen.
Luego se diría que no, que Teresa Hernández no tiene ningún bar, que es su ex suegra, que los hijos de ambos fueron novios y que al producirse un conflicto entre los jóvenes, vino el choque entre el periodista y la mujer. De ahí el móvil personal. ¿Absurdo? No, estúpido.
Ilimitada, la perversidad del gobierno de Duarte es capaz de incriminar a cualquiera y dejar impune lo obvio. Goyo Jiménez, para el gobierno de Veracruz, no fue “levantado” y asesinado por lo que escribía sino por un romance fallidos de tipo familiar. Lo perverso no mitiga su descaro.
Gregorio Jiménez había seguido al pie de la letra la ruta de los secuestros y levantones en Villa Allende. Reporteó muchos, pero uno de los más sonados fue el del líder cetemista Eduardo Ruiz “El Cometierra”.
“Se lo tragó la tierra”, fue el encabezado periodístico en Notisur que reseñó la nota de Goyo Jiménez sobre el plagio del dirigente de la CTM. Terminaba una reunión con afiliados, lo acompañan otros dos líderes: Roberto Nasta Ripol, “El Nasta”, y Leonardo Mendoza, “El Chaquira”. Un comando fue por ellos. Todos huyeron, menos Eduardo Ruiz. Le dispararon y dos balas dieron en sus piernas. Fue subido a uno de los autos y desapareció. Eso ocurrió el 18 de enero pasado y al día siguiente Gregorio Jiménez lo publicó. Otros medios de comunicación aseguran que pidieron 5 millones de pesos por regresarlo vivo.
Su cadáver apareció en la segunda de las fosas clandestinas. Junto al “Cometierra” fue hallado otro cuerpo, el de “El Bembas”. A 25 metros yacía, entre la tierra, Gregorio Jiménez de la Cruz.
¿Coincidencia? ¿Casualidad? Goyo Jiménez, el autor de la nota en que se advertía del secuestro del dirigente cetemista, y Eduardo Ruiz Guillén, el líder obrero, juntos y víctimas de sus mismos verdugos.
¿Dónde, pues, se perdió la coartada del régimen duartista de que el periodista Gregorio Jiménez fue ultimado a causa de una venganza personal de su vecina y ex suegra?
Insólita, la versión oficial es un insulto a la inteligencia de los veracruzanos; es el inútil y obsesivo empeño de Javier Duarte de que los periodistas en Veracruz son asesinados por todo, menos por su trabajo periodístico. Así fue con Regina Martínez, de quien también dijo que la ahorcaron por intimar con sus victimarios; de Milo Vela, Misael López Solana y Yolanda Ordaz, dizque por afectar los intereses de otro grupo de periodistas, Guillermo Varela, Gabriel Huge y Esteban Rodríguez, quienes a su vez le habrían pedido a sicarios del narcotráfico que los ultimaran, y que luego otro grupo del crimen organizado le hizo lo mismo por andar cobrándoselas a sus colegas. Santo enredo duartista.
Así de infumables, absurdas y perversas son las coartadas de Javier Duarte si se trata de justificar la muerte de los periodistas. Mueren, según el gobernador, porque tienen problemas personales, porque se ligan a grupos criminales, o porque su vecina y ex consuegra los manda matar. Pero nadie, absolutamente nadie, por denunciar el clima de inseguridad y violencia que agobia a Veracruz.
Van diez periodistas muertos en el sexenio duartista. La sangre de diez periodistas ha marcado a Javier Duarte. Murieron Milo Vela, Misael López Solana, Yolanda Ordaz, Noel López Olguín, Regina Martínez, Gabriel Huge, Guillermo Varela, Marco Antonio Báez Chino y ahora Gregorio Jiménez. Y en todos los casos el móvil oficial no tuvo que ver con su trabajo periodístico.
Presa del síndrome del avestruz, el gobernador Javier Duarte se empeña inútilmente en negar la realidad y en faltarle a la verdad.
Gregorio Jiménez, y todo Veracruz lo sabe, murió por lo que escribía.
Esa pista, aunque el gobernador no lo quiera, se habrá de seguir.
Archivo muerto
Brava, de palabras recias, Romana Ortega fue la primera damnificada del caso Gregorio Jiménez. La cesó del periódico El Heraldo de Coatzacoalcos por llamarle “mentiroso” al secretario de gobierno, Erick Lagos Hernández. Romana, una joven reportera, allegada a Goyo Jiménez y su familia, quizá la más allegada dentro del gremio, encaró a Erick Lagos la noche del jueves 6, fallida la rueda de prensa que devino en un episodio de recriminaciones por las promesas fallidas del gobierno duartista, por el clima de inseguridad que sigue produciendo ciudadanos levantados, ciudadanos secuestrados, ciudadanos extorsionados. Romana Ortega expresó que la policía no tuvo capacidad de reacción como decía Erick Lagos, que llegó dos horas después del plagio y que sólo preguntó el nombre del levantado y se retiró. “Es usted un mentiroso”, le dijo a quien ya se siente gobernador de Veracruz —¿de cuál fuma señor secretario?— y ahí marcó su suerte. Tajante, la orden fue no recibirle más notas a Romana Ortega en El Heraldo de Coatzacoalcos, el heraldo de los Sánchez Macías, serviles al gobernador Javier Duarte, emparentados con él vía Karime Macías Tubilla, la verdadera “gobernadora”. Justo le habían expresado los periodistas de Coatzacoalcos al pull de funcionarios que llegaron a sofocar el fuego por el levantón de Goyo Jiménez, que por ejercer su libertad de expresión no se generaran presiones hacia los dueños de los medios ni conflictos laborales, y lo primero que hacen los Sánchez Macías es cerrarle la puerta a Romana Ortega. Vivales, desvergonzados, los Sánchez Macías; insidioso y fascista, Erick Lagos, van al anecdotario del caso Goyo Jiménez, mientras Romanita va a las redes sociales, a los foros en que se vigila la libertad de expresión, convertida en damnificada del poder rapaz, víctima de la intolerancia, admirable su valentía…
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