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Lo peor que le pudo pasar a Renato Tronco Gómez no fue dejar el poder, perder el control de la alcaldía de Las Choapas, estar a un paso de dejar la diputación local o ver frustrado su cacicazgo. Lo peor fue haberse encontrado en su camino a Fidel Herrera Beltrán.
Caído en desgracia, dejado a su suerte, Renato Tronco anunció el sábado 3 su retiro de la política, obligado a irse, mascullando su rencor, con frases hirientes, la impotencia en la piel.
Ese día, habló a su gente. Invocó un supuesto estado de crisis, la inminencia de la violencia en la elección extraordinaria municipal, un ilusorio triunfo de su hermano Miguel Ángel que no se le sería reconocido y los destellos de agitación, el conflicto electoral, la quema de documentos y algo más. Y ante la dinámica del caos fue mejor no seguir.
Renato es hablador sin tregua. Sus discursos son más lengua que sustancia. Expone, reitera, insiste y sólo a los suyos convence.
Si se trataba de que el tronquismo no contendiera por la alcaldía de Las Choapas, se lo hubieran dicho. Si se trata de no hacerlo de nuevo, le debieron marcar los límites. Su justificación es frágil y su explicación es insensata.
Pasa por iluso, sabedor que en política los signos cuentan y que sus aspiraciones de poder irritaban al fidelismo desde los días de gloria de Fidel Herrera Beltrán, e inquietaban al gobierno de Javier Duarte de Ochoa.
Tronco resume su caída como un acto de ingratitud. Duda que el próximo alcalde tenga capacidad para atender a los grupos marginados, que reaccione ante la necesidad de los pobres como, dice, lo hacía el tronquismo.
Renato es un prestidigitador de la palabra. Confunde a los suyos con palabras de Mesías y argumentos de líder social.
Su error, sin embargo, fue creer en la mieles de un sistema político que lo invitó al juego del engaño sin advertir que nada era real.
Enemigo de Fidel Herrera, en su primera alcaldía, entonces panista, lo llenó de improperios, de inquina y acusaciones al por mayor, una de ellas, quizá la más célebre ante Vicente Fox en un discurso violento, acusatorio, cargado de reproches, por más de 15 minutos, cortado por el entonces presidente de México, pues aquello ya se había salido de toda proporción.
Fidel aguantó. Toleró el ataque. Dejó correr los tiempos, reencauzó las aguas y lo condujo al redil.
Una noche, el regidor más crítico de su ayuntamiento, Alfredo Pérez Juárez, fue asesinado a mansalva. Lo cazaron y le dieron muerte. Habían acallado a la voz que cuestionaba a Renato Tronco, que advertía las ínfulas de poder, la ambición del alcalde, mareado desde que se aposentó en la silla municipal.
Se sabría después, cuando Renato Tronco ya era diputado local, que los sicarios eran tres allegados, entre ellos el jefe de la policía municipal. Y ya en la cárcel confesaron quién les había ordenado el crimen.
Cobijado por el Partido Acción Nacional, a cuya bancada pertenecía, Renato Tronco libró un juicio de desafuero. Acusado de la autoría intelectual por la Procuraduría de Veracruz, no tardaría en ser atraído al reino de la fidelidad que le ofrecía todo: poder e impunidad.
Tronco fue un iluso. Creyó en la buena fe de Fidel Herrera. Sintió ser el mejor guerrero del sur, como el ex gobernador le decía para seducirlo. Sucumbió a la lisonja, al halago, al embuste.
Luego lo hizo alcalde de nuevo, contra el sentir de los priistas de Las Choapas. Lo impuso, le allanó el camino y atropelló a la oposición.
Vivo para unas, incauto en otras, no midió Renato Tronco los alcances de la trampa fidelista. En la alcaldía fue implacable, ambicioso, falaz, maniobrero, pues suponía que así se construyen los cacicazgos.
Fue su segunda alcaldía un compendio de atropellos a la ley. Se asignaba obras que hacía ejecutar por su constructora Unión de Ejidos 25 de Abril de 2000; violaba la legislación ambiental ordenando abrir tiraderos de basura sin aval de SEMARNAT; usaba elementos y patrullas policíacas para su seguridad personal y de su familia; exhibía una riqueza escandalosa, incluida una mansión de varios millones de pesos, autos de lujo, caballos finos. Bajo su amparo, sus amigos vieron crecer sus empresas, al estilo de lo que hacen los prestanombres y los testaferros.
Mano despiadada, alma negra, no se tentó el corazón para reprimir cualquier manifestación, fuera de protesta o no. Así, cuando se le pedía su intervención ante el gobierno de Veracruz, enviaba a su policía a golpear sin reparar que fueran mujeres, niños o ancianos. Y así también con los integrantes del movimiento de Resistencia contra la Tarifas Eléctricas.
Volvió a ser diputado local en 2013. Sintió entonces la mano de la traición, los fidelistas operando en contra en el distrito XXX de Veracruz. Y ni así entendió a Fidel.
Su hermano Miguel Ángel no pudo ser alcalde de Las Choapas. Por múltiples irregularidades en la elección constitucional, el Tribuna Electoral del Poder Judicial de la Federación invalidó su elección. Ahora tampoco será candidato en la elección extraordinaria, no porque se haya retirado sino porque el PRI y sus aliados habían decidido no postularlo.
Perder el poder puede ser malo. Se esfuman sus sueños de cacique. Deja la diputación local y se olvida de controlar la alcaldía. Pero hay cosas peores en el futuro de Renato.
Presumía que el alcalde es el responsable de cuanto ocurre en su municipio. Y eso es verdad. En sus días de poder, Renato Tronco vio crecer el tráfico de migrantes por Las Choapas; vio pasar cargamentos de droga sin que nadie, ni su policía municipal, alzara la voz; vio crecer al crimen organizado que secuestra y extorsiona; vio proliferar las fosas clandestinas en que aparecieron decenas de personas, con huellas visibles de tortura, mutiladas, salvajemente asesinadas.
En su territorio, siendo aún un bosquejo de cacique, fue hallado el cuerpo sin vida, descabezado, sepultado, de Gregorio Jiménez de la Cruz, periodista de Villa Allende, reportero de Notisur, Liberal y La Red, cobijados sus asesinos por la impunidad que brinda Las Choapas.
Corrupción a granel en su ayuntamiento, todavía controlado por el tronquismo en la figura de Miguel Ángel Lendechy Ochoa; calles construidas con mala calidad; puentes que se caen a pedazos; obras que violan la ley en la materia; daño ambiental, que es delito federal; levantones a líderes obreros; golpizas a ciudadanos en la cárcel municipal, y el crimen de Alfredo Pérez Juárez, del que se le señala como autor intelectual, son los pendientes de la agenda de Renato Tronco con la justicia.
Imaginó que Fidel Herrera lo había enviado a la alcaldía de Las Choapas a enriquecerse y abusar. No intuyó que el juego de Fidel era entramparlo.
Lo peor para Renato no fue renunciar a su aspiración de ser cacique. Lo peor fue dejarse atrapar por Fidel.
Y lo peor está por venir.
Archivo muerto
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