* El ex policía que falló en la seguridad * Pedía dinero prestado a feligreses * El viaje a Nueva York * “Sobrino” de Buganza * “Amigo” de Erick Lagos * Saquean la casa de Mónica Robles * Se llevan sus cuadros de colección * Federico Lagunes y su premio * El BMW de Noriel * El regidor y el dueño de gobernantes.com
Atrasito, siempre atrasito de ella, como una sombra, Gustavo Martínez Vincent pudo llegar a ser la conciencia, el guarura, consejero, manipulador, en la vida y en la obra de Luz Margarita Enríquez Reyes, alias “La Pastora Lucy”, antes y después del crimen del guía espiritual de la Comunidad de Dios, Claudio Martínez Morales, su esposo.
Siniestra su vida, oscuro su pasado, el guarura es un personaje clave, judicialmente vulnerable y sospechosamente intocado, para desentrañar el asesinato, ocurrido hace ya un año, el 17 de junio de 2013, que cimbró a Coatzacoalcos y sus comunidades religiosas.
Por él pasaba la seguridad de la Comunidad de Dios, la protección de la pastora, extraños movimientos de dinero, préstamos solicitados a feligreses a espaldas de Claudio Martínez, riguroso, rigurosísimo el control de los pasos que daba quien a la postre se convirtió en la viuda más cuestionada de Coatzacoalcos, su protectora.
Imágenes de personas, su ir y venir en la Comunidad de Dios, la frecuencia de visita, la llegada de nuevos feligreses, la presencia de gente ajena a la iglesia evangélica, todo quedaba registrado en un sistema de vigilancia vía cámaras de seguridad apostadas en lugares específicos del inmueble, todo bajo la supervisión de Martínez Vincent.
No fue así en el domicilio del pastor. Ubicada en López Mateos y Puebla, en la colonia Petrolera, zona residencial, la vivienda es una fastuosa mansión donde aquella mañana del 17 de junio se perpetrara el crimen más escandaloso de la última década.
Ahí no hubo cámaras de seguridad, ni guardaespaldas, ni códigos de conducta, ni cuidados extremos para evitar un asalto, un secuestro, un ataque armado. ¿Por qué?
Vulnerable el pastor, sin escolta, sin protección, hacía su tránsito cotidiano de su residencia a la Comunidad de Dios en cuestión de minutos. Sólo cuatro cuadras las separaban, ambas en la avenida López Mateos.
Demoledora su realidad, su vida le fue arrancada con saña y odio descarnado. Lo hallaron en un charco de sangre. Yacía en su recámara, cortada la yugular, apuñalado 10, 15, 26 veces, agredido con fuerza desmedida. Quien lo ideó no quiso correr el riesgo de que sobreviviera, hablara, denunciara a sus sicarios.
Lucy Enríquez, la viuda, vio a los asesinos. Se hallaba en la cocina cuando irrumpieron. Llevaban paliacates negros, dice, que les cubrían el rostro; no pasamontañas, no medias, no máscaras. Cuenta que la ataron, que le rompieron el vestido, que fue amenazada, que sería la siguiente en morir.
Ahí la dejaron y subieron por su presa. Lo hallaron, lo atacaron, lo sometieron y lo cocieron a puñaladas.
Se fueron sin llevarse nada de valor. No era un robo. Era una ejecución. ¿Por qué?
De Lucy Enríquez, la pastora, ni se acordaron. Atada de manos, permanecía en la cocina de la mansión. Ahí la halló la señora del servicio doméstico. La auxilió. Lucy Enríquez subió a la escena del crimen. Vio de lejos a su esposo, el pastor Claudio, y se mantuvo distante. ¿Por qué? La dejaron vivir para que fuera la principal testigo de cargo. ¿No habría sido lógico silenciarla? Corre esa versión entre feligreses allegados al círculo cupular de la Comunidad de Dios.
Un año ha modificado la vida de la pastora Lucy. Acusó a cuatro trabajadores de la Comisión Federal de Electricidad del crimen de su esposo. Dijo no haberles visto el rostro por los “paliacates negros”, pero luego afirmó y sostuvo que eran ellos. Un año estuvieron tras las rejas y finalmente, por haber sido privados ilegalmente de su libertad, por sufrir tortura para inculparse, están libres gracias a un amparo federal.
Lucy Enríquez no es la misma. Lucy dejó atrás ese episodio.
Renunció a la justicia. Imputó culpas que no pudo demostrar. ¿Perjurio? ¿Falsedad de declaraciones ante una autoridad? ¿Daño moral?
A su lado permanece su guarura de cabecera, Gustavo Martínez Vincent. Corre la vida y ella corre a su ritmo.
En un año, la pastora Lucy ya no es la misma. Rompió con la familia de Claudio Martínez, convirtió todo en billetes, remató bienes, dispuso de seguros de vida, malvendió vehículos. Va tejiendo su camino hacia la miseria.
Martínez Vincent es la pieza clave del ajedrez. Fallido jefe de seguridad, tuvo en sus manos la vida del pastor Claudio y la dejó escapar.
Policía en otros tiempos, Martínez Vincent tiene historia propia. Estuvo en el gobierno de Rosario Robles Berlanga, en el Distrito Federal, cuando la peñanietista decía ser de izquierda. Luego se hizo policía en Poza Rica. Su padre también anduvo en ese oficio.
Llegó a la Comunidad de Dios, en 2012, como un feligrés más. Le acompañaban su padre, madre y hermanas. Luego se ofrecería como encargado de la seguridad. Tuvo la confianza de Claudio Martínez y todavía más, la de Lucy Enríquez, la hoy viuda.
Decía entonces que en Poza Rica había sufrido un secuestro. Cuestionada esa versión, se supo que se trató de un autosecuestro y que lo motivaba una hipoteca sobre su casa y una deuda impagable con el banco que lo apretó.
Hay episodios que sustentan que Martínez Vincent es fundamental para desentrañar el crimen. Fue hombre de confianza y después de total desconfianza, punto de conflicto, dolor de cabeza del pastor de la Comunidad de Dios.
Saben los feligreses que en los meses previos al crimen, Claudio Martínez lo reprendió. Abusivo, el guarura se había dado el lujo de pedir cantidades de dinero a miembros de la iglesia, 30 mil que debía pagar pero no lo hacía.
Exigió el pastor asumir la deuda, que la liquidara paulatinamente, pero que lo hiciera. Le dio plazo de fecha 15 de junio de 2013. Al pastor lo asesinaron con inusitada crueldad el 17 de junio.
Otro episodio tuvo que ver con la pastora Lucy y sus viajes al extranjero. Fue un día a Nueva York, en abril de 2013, a un desfile de modas. Regresó a la ciudad de México.
Ahí la alcanzó el guarura Martínez Vincent. Enterado Claudio Martínez, hubo reunión del grupo dirigente de la Comunidad de Dios, los asociados. Terminó el cónclave con un gran malestar, el llanto de las mujeres, incierto el destino de Lucy Enríquez.
Gustavo Martínez Vincent instaló un sistema de seguridad en la Comunidad de Dios, pero no en la residencia del pastor Claudio Martínez. Desde su exterior, el enrejado permite ver la fastuosa mansión, y en sus días de felicidad los dos autos —un jaguar blanco y una camioneta Mercedes, que usaba Lucy Enríquez—, una tentación para cualquier grupo delictivo.
Instados a colocar seguridad, cámaras de vigilancia, personal que los custodiara, por la ostentosa vida que llevaban, la pastora Lucy se opuso a todo, incluso a sustituir la reja de la residencia por una barda que evitara ver cuanto ocurría en su interior y menos a instalar una reja electrificada para inhibir cualquier asalto.
Su vida hoy es vender, vender y vender. Como en venta de garaje, se deshizo de los autos, de la casa —pedía 10.5 millones de pesos y se conformó con 5—, 10 camiones del transporte urbano, dos taxis, un seguro de vida de 3.5 millones y un seguro para los estudios de sus hijos.
Desde la muerte de Claudio Martínez, al guarura incómodo le ha ido más que bien. Remodeló su casa ubicada en la calle Nuevo León, cerca de la tienda Oxxo, en la colonia Petrolera; adquirió un departamento en el puerto de Veracruz y dos terrenos en Coatzacoalcos, uno en la Vistalmar y otro en Iquisa.
De compañías cuestionables, mal visto por un cúmulo de feligreses y allegados al pastor Claudio, el guarura Gustavo Martínez Vincent presume de ser amigo del secretario de Gobierno de Veracruz, Erick Lagos Hernández, la pieza de Fidel Herrera Beltrán, y del ex titular de esa dependencia, Gerardo Buganza Salmerón, hoy secretario de Infraestructura y Obra Pública. Son su salvoconducto a la felicidad.
Así, puede dormir tranquilo. Será intocado por la justicia, impune, inmune a investigación alguna y, sobre todo, solapado por las cúpulas de poder, protegido por la pastora Lucy. Su vida es un misterio; su cercanía con Claudio y Lucy Martínez, también.
Mientras, el pastor Claudio espera que sus asesinos paguen por su muerte.
Hay más.
Archivo muerto
Brutal el golpe, hoy Mónica Robles de HILLMAN siente en la piel el efecto de la delincuencia. Le robaron a la diputada local por Coatzacoalcos una millonada, saqueada su casa de la avenida Lázaro Cárdenas y Galeana. Neutralizaron al vigilante; lo tuvieron retenido, atado, amordazado. Se llevaron dinero, joyas, artículos de valor y, sobre todo, pinturas de colección que datan de los días en que su marido, Iván Hillman Chapoy, hoy gerente regional de la Comisión Nacional del Agua, era alcalde de Coatzacoalcos. De las 6:30 de la mañana a las 10, en casi cuatro horas, poco antes del 16 de junio, se perpetró el asalto. Del asunto no hubo denuncia porque así lo determinó un tal Javier Duarte. Berrinchuda la diputada, quiere ahora que alguien le resarza el daño, impensable en el caso de las pinturas de colección. Fue instruido para ello el secretario de Desarrollo Social del gobierno jarocho, Jorge Carvallo Delfín. O sea, que lo que le roban a doña Mónica lo tiene que pagar el pueblo. Ella también instruyó que en el periódico del Clan de la Succión, Diario del Istmo, aprieten a quienes mandan en las áreas de seguridad, que los vapuleen, su venganza personal. Es algo así como “si me despelucan a mí, hay inseguridad; si el pueblo es la víctima, que el pueblo vea cómo le hace”. Machetazo a caballo de espadas...
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Engreído e imprudente, va el regidor Noriel Prot Álvarez presumiendo su BMW por las calles de Coatzacoalcos y Villa Allende, a los ojos de todos, a la vista de los buenos y de los malos, en la mira de los peores. Tanta ostentación es suicida. Pues, ¿cuánto gana?, se preguntan los de Oportunidades, los de Piso Firme, las promotoras sociales, los ciudadanos de Villa Allende, donde fue agente municipal, los que viven de la caridad y la limosna. Y qué decir de los vinos, los güisquis, los tequilas que invita a los periodistas. Sabe vivir el regidor y también presumir…
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