•El Yuribia, en el centro del conflicto * El operador de Erick Lagos reventó la asamblea * Con Vicente Leñero en Proceso * Narrar y poner adjetivos * Gonzalo Guízar va por su tercera derrota * El PES ni pex * Amparo por un muro de contención * Posible desafuero del alcalde de Coatzacoalcos * El coño loco espera bebé
No siempre se ve a un alcalde ultrajado. Esta vez sí. Le tocó a Joaquín Caballero. Le tocó ir a la trampa. Le tocó recibir metralla, escuchar insultos, ser perseguido, humillado. Y salir despavorido.
Ir a Tatahuicapan fue suicida. Negada de origen, la salida al conflicto por el agua de la presa Yuribia, que abastece a Coatzacoalcos, Minatitlán y Cosoleacaque, era de antemano una batalla perdida, las ganas de revivir a un muerto o, simplemente, el escenario para sentir el odio de los hermanos de la sierra.
Joaquín Caballero Rosiñol fue al encuentro con los tatahuis y ahí vio su desprecio, evidente el resentimiento, la ira, el rencor por las promesas que el gobierno de Veracruz no cumple, por el engaño con las cuotas de agua —supuestamente 50 por ciento para Coatzacoalcos y 50 por ciento para Tatahuicapan— y que además de las obras no realizadas, han sido el punto del diferendo.
Todos —gobierno, ayuntamientos y tatahuis— tienen culpa. Unos por incumplir y los otros por radicalizarse. Por casi 30 años el gobierno engañó a los pobladores de la sierra, les prometió desarrollo, caminos, puentes, escuelas, reforestar la zona aledaña a los arroyos, los que abastecen de agua a la presa Yuribia, y no lo hizo, o lo hizo a medias, o hizo obra para que las utilidades se las llevaran los amigos del ex gobernador Fidel Herrera Beltrán, o sea sus prestanombres.
Con Javier Duarte el secuestro del Yuribia ha sido recurrente. La toman los ejidatarios o lo toman los maestros disidentes, pero el resultado es el mismo: 500 mil personas sin agua, abastecida la población por pipas, sujetas a tandeo, a expensas de los pozos de cada municipio, cuyo aforo no es ni suficiente para la demanda.
Caballero los toreó desde abril y mayo de este año. Enfrentó la amenaza de los ejidatarios y del Movimiento Magisterial Popular Veracruzano de cerrar válvulas, las bloquearon, las soldaron y provocaron aquella crisis. El acuerdo fue que ocho meses después —este 4 de diciembre— se definiría la suerte de la presa Yuribia: si se establecía un nuevo pacto o si era destruida.
A lo largo de ocho meses no hubo quincena que no subieran los enviados de Joaquín Caballero a la sierra. Iban pertrechados. Llevaban palabras de aliento. Portaban proyectos de acuerdo. Sobraban las dádivas. Una versión sostiene que fueron 12 millones entregados a los líderes ejidales para que sofocaran al pueblo. Pero no lo hicieron.
Álgida, la asamblea del 4 de diciembre fue el acabose. Rebasados los líderes ejidales, el pueblo se les echó encima. Se percibía el trasfondo político, la intención de reventar cualquier acuerdo, la intransigencia a la fueron arrastrados los tatahuis.
No llegó el secretario de Gobierno, Erick Lagos Hernández, operador de Fidel Herrera, que sólo resuelve los problemas que él mismo crea. No llegó el director de la Comisión de Aguas del Estado de Veracruz, Francisco Valencia, quien atendía el conflicto desde el hotel Terranova, renuente a subir a la sierra, sabedor de lo que iba a ocurrir.
Allá en la Casa Ejidal de Tatahuicapan, un operador del duartismo generaba las condiciones para la trifulca. José Luis Utrera Alcázar tomaba la palabra. Supuestamente llamaba a la conciliación. Trepado sobre una mesa desde donde se hacía oír, de pronto lanza el agravio. “Tatahuicapan tiene más de 21 mil habitantes y ustedes no son más de 600”.
Le llueven mentadas. Lo bajan a empellones. Es metido en la Casa Ejidal mientras afuera dos bandos encontrados se lían a golpes. José Luis Utrera era llevado a la presa Yurivia, al tiempo que les pedía perdón a los tatahuis.
Desde siempre, José Luis Utrera ha sido negociador. Sabe cómo desatar nudos y cómo reventar asambleas. Esta vez la hizo abortar.
Enardecidos, los tatahuis van contra el alcalde de Coatzacoalcos. Joaquín Caballero Rosiñol da pasos laterales. Busca la salida. Escucha más reclamos. Un grupo lo rodea. Busca trasponer la puerta metálica que marca el límite de la Casa Ejidal. Le acompañan el secretario de Gobierno, Oliver Damas de los Santos, y el director de la Comisión de Agua y Saneamiento, Sergio Amaro Caso. Se oyen insultos, más insultos, más insultos.
Llega por fin a la camioneta, que luego diría no es suya, y la aborda. Lo mismo hace su gente. Para entonces ya vuelan las piedras. Caen sobre el vehículo. Caen sobre sus cristales.
Inicia la marcha el auto y se ve el impacto de una gran piedra sobre el medallón. Lo destroza. Joaquín Caballero emprende la huida.
En los días anteriores al zafarrancho, el alcalde de Coatzacoalcos había usado un discurso conciliador. Decía que para los “hermanos de Tatahuicapan” había una mano extendida y confiaba en renovar el acuerdo.
Al mediodía del 4 de diciembre, despertó de su sueño. Sacudido, centró su discurso en los pozos de alivio para dotar de agua a la población. Era un proyecto de 30 pozos; sólo alcanzaron a operar 14. Señalaba que paulatinamente se irían agregando los que faltaran.
En ocho meses, su director de Obras Públicas de Coatzacoalcos, Guillermo Ibarra Macías, tuvo en sus manos el proyecto de los pozos y no cumplió. Era su responsabilidad.
Oficialmente en 14 de ellos habría una inversión de 50 millones de pesos. Por los 30 pozos habría que erogar 100 millones. Son esas las cifras del joaquinismo.
Extraoficialmente se sabe que la inversión real por los 30 pozos será de 32 millones de pesos y que el negocio lo trae entre manos el violento director de Obras Públicas. No cumple con su función Guillermo Ibarra Macías pero, en cambio, ordena golpear ciudadanos que acuden a exigir servicios de su dependencia o enfrenta armado con un bastón retráctil a manifestantes por los 43 desaparecidos de Ayotzinapa.
Ultrajado en la sierra, Joaquín Caballero fue llevado a una trampa. Iba por un acuerdo y terminó apedreado. Nunca antes a un alcalde de Coatzacoalcos le había ido así.
Ahí el operador del gobierno de Veracruz se encargó de reventar el diálogo con los tatahuis. Utrera es Utrera pero se comportaba como si fuera Erick Lagos. Los agravió cuando expresó que ahí no estaban los 21 mil habitantes de Tatahuicapan, sino unos 600. ¿Qué acaso el diálogo no era con los integrantes del comisariado ejidal?
Se percibe el trasfondo político. Quizá en una declaración que traerá consecuencias, el mismo alcalde de Coatzacoalcos sostiene que los agitadores no eran de Tatahuicapan.
Sea como sea, negligente el gobierno de Veracruz, radicales los tatahuis, polarizan el conflicto. Por lo pronto, dejan sin agua a medio millón de habitantes en el sur de Veracruz.
Archivo muerto
Solía verlo en Proceso. Cada semana, cada 15 días, Vicente Leñero con su trato afable, discreto, sencillo, mostraba siempre su virtud para el diálogo. Cubría yo la corresponsalía de la revista de don Julio Scherer García, allá en los años 80 y 90. “¿Eres el de Veracruz?” me dijo un día mas que preguntando, afirmando. Y hablamos de Veracruz, de la corrupción política, los negocios petroleros, las transas sindicales. Y me dio una cátedra, su voz llena de consejos. “Sea más conciso. Use adjetivos, muchos adjetivos. Narre, al lector le gusta que le narren. Recree historias; historias que se graben en la mente de quien lo lea; historias que se van a recordar siempre. Y dígalo fuerte, con mucho argumento, pero fuerte”, me expresó un día que lo vi junto a Ricardo Garibay, el célebre escritor de trato áspero, autoritario. Otra vez coincidimos en el espacio de Carlos Marín, entonces coordinador de Producción de Proceso, en la segunda planta de Fresas 13, la sede de la revista, en la colonia Del Valle. Ahí estaba Leñero, así, Leñero, pues al llamarlo “Don Vicente”, me corrigió, pero no pude dejar de decirle así. Junto a él su hija Isabel; don Tomás Gerardo Allaz, sacerdote dominico suizo, articulista, con estampa de Santa Claus de barba blanca, inmensa su figura, humilde su vida, y Federico Campbell, analista del tema que fuera, prodigiosa su pluma. Minutos después se integró don Julio y media redacción de Proceso. Garibay, Allaz, Campbell y Leñero ya no están más. Vicente Leñero se fue el miércoles 3, víctima de cáncer pulmonar. Deja una espléndida obra periodística, literaria, teatral, sus guiones en el cine: El Callejón de los Milagros, El Crimen del Padre Amaro, La Ley de Herodes y muchos más. Queda el Manual de Periodismo, en coautoría con Carlos Marín; Los Albañiles, llevada al teatro y al cine y multipremiada; Los Periodistas, que describe el golpe de Luis Echeverría a Excélsior y el nacimiento de Proceso; El Evangelio de Lucas Gavilán, la vida, pasión y muerte de Jesucristo Gómez en el DF; Asesinato, donde narra el crimen de Gilberto Flores Muñoz y esposa, o aquella crónica de la invitación a un día de campaña presidencial con Carlos Salinas de Gortari, que por fortuna no se dio pero que exhibe la falsa calidez de priísta que llegaría a gobernar México. Muere un grande, queda su legado. Señorón de las letras, don Vicente Leñero…
Desfondado, sin estructuras, sin liderazgos, el Partido Encuentro Social en Veracruz es un muerto acabado de nacer. Enfrenta el próximo proceso electoral sin nada qué ofrecer y, por supuesto, ha de cosechar vacío, indiferencia, rechazo a la mascarada y repudio social. Requiere votos para no perder su registro, pero no los tendrá. De ahí que su dirigente estatal, Gonzalo Guízar Valladares, se proyecte para contender por la diputación federal de Coatzacoalcos. Ligaría así su tercera derrota al hilo —dos alcaldías frustradas, en 2010 y 2013— y tácitamente su tumba política pues sus contlapaches le echan aire para que contienda contra el priísta Víctor Rodríguez Gallegos, como si el fracaso no impactara. Acostumbrarse a vivir con la derrota hace perder el piso… Bronca heredada, pero bronca al fin. Enfrenta ahora el alcalde de Coatzacoalcos, Joaquín Caballero Rosiñol el fantasma del desafuero. Lo emplaza un juez federal a cumplir una sentencia y, si no, ser multado y hasta desaforado. Deriva este nuevo infiernillo de una añeja demanda, interpuesta por el abogado José Luis Madrazo Morán, quien hace más de cuatro años pidió la intervención del ayuntamiento para realizar la sustitución de un muro de contención que divide su terreno de un terreno vecino, en la manzana ubicada entre las avenidas Revolución y Lerdo y que amenaza provocar una tragedia si las viviendas aledañas, por el peso de sus construcciones y las condiciones del predio se desplazan sobre las que se encuentran en la parte inferior del terreno. Madrazo Morán acudió al ayuntamiento en los días en que Raúl Cortés era director de Desarrollo Urbano, en la segunda alcaldía de Marcelo Montiel y donde Joaquín Caballero era secretario de Obras; no hubo respuesta. Prosiguió el caso ante el Tribunal de lo Contencioso Administrativo, que se prestó al juego del ayuntamiento y le negó la razón jurídica. Acudió a la justicia federal y fue ahí donde se torció la cerrazón municipal. Uno de los rebeldes a acatar fue el ex secretario de Obras Públicas en el gobierno theurelista, Marco Antonio Anaya Huerta, quien pretendió imputarle a Madrazo Morán la responsabilidad de lo que ocurriera. Hoy, el Juzgado Noveno Federal le ha concedido de nuevo la razón a Madrazo Morán y conmina al ayuntamiento —juicio de amparo 543/204— a realizar la sustitución del muro de contención antes que ocurra una tragedia. Y si no acatan el amparo, habrá desafuero. Nada bueno deja la rebeldía, los enjuagues con el Tribunal de la Contencioso Administrativo, la corrupción en el ámbito legal. Finalmente en el ámbito federal se acaba la impunidad estatal…
¿Quién es ese funcionario, titular de un Registro Público de la Propiedad en Veracruz, con complejo de galán de azotea que no bien asumía el cargo ya andaba en amoríos con peculiar empleada, simpática y querendona, y que en los próximos meses lo hará papá? Llegando y preñando el mugre coño loco…
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