* La diputada no representa a Coatzacoalcos * Que Erick Lagos negoció mal el caso Yuribia * Quiere la cabeza de los ejidatarios de Tatahuicapan * Casas y camionetas del Gavioto * El privilegio de ser comisionado del IPAX * El consejero electoral del Peje * Quiso ser líder de Morena y se quedó en el INE
Mónica Robles de Hillman tiene una labia de miedo, padece el síndrome de la demagogia, es una megalómana sin remedio pues se come al mundo como si tuviera el don de la perfección, pero no mueve un dedo por sus representados, el pueblo que le fue prestado. La diputada por Coatzacoalcos es una contradicción.
Dice, por ejemplo, que el conflicto del Yuribia fue mal negociado. Y suelta una insensatez tan aberrante como que a ella no le falta el agua porque tiene un tinaco grande.
Nada más falso. A Mónica Robles no le falta el agua de Coatzacoalcos porque no la usa. Simplemente vive a 405 kilómetros de su distrito.
Le aqueja el delirio por hablar de más y, sobre todo, por hablar sin razón, decir barbaridades, tocar las fibras sensibles y complicarse la vida sin siquiera imaginar el alcance de lo que acaba de expresar.
Habla, pues, y no sabe de qué.
Ajena a lo trascendente, Mónica Robles de Hillman abordó el tema de la crisis del agua, la toma de la presa del Yuribia, y sus palabras se convirtieron en un punto de conflicto con el secretario de Gobierno, Erick Lagos Hernández, el vicegobernador de Veracruz.
“En Tatahuicapan ha faltado habilidad para negociar”, dijo la diputada Mónica Robles en uno de sus habituales “primero hablo, luego pienso”.
Y soltó otra:
“De entrada el haber firmado un acuerdo de que el 4 de diciembre se destruía la presa, de ahí partimos mal, y lo firmó el secretario de Gobierno Erik Lagos Hernández.”
Le replicó la prensa que si Erick Lagos lo había negociado mal, y pudo entonces caer en la cuenta de su error.
“Yo no digo eso, pero desde ahí es partir de un punto muy complicado y la verdad es que no han sido las negociaciones como todos los ciudadanos esperamos. Esa decisión fue arriesgada, el firmar un acuerdo así y ha provocado la radicalización de ese grupo minoritario”.
Y entonces soltó a Erick Lagos y enfocó la responsabilidad sobre el “grupo minoritario”.
“Se tiene que hacer un esfuerzo mayor —expresó— entre las autoridades, estatales y municipales para llegar a un acuerdo, pero sí que se aplique la ley, porque no se pueden violentar los derechos de tanta gente por parte de un grupo minoritario”.
Dice Mónica Robles que no han sido las negociaciones “como todos los ciudadanos esperamos”. Responsabiliza al fidelista Erick Lagos de haber firmado el acuerdo que plantea la destrucción de la presa. Y pide que se le aplique la ley “a un grupo minoritario”. Quiere, pues, la diputada la ejecución de los ejidatarios de Tatahuicapan, los protagonistas del conflicto.
Hablar es lo de menos. Es el deporte de los demagogos. Pero hablar barbaridades es propio de unos cuantos.
Hay en el escenario público una pregunta que fluye y cala: ¿Qué ha hecho en los 14 días de crisis por el agua la diputada Mónica Robles?
En su burbuja, su participación es de saliva. Legisladora de membrete, ni negocia ni representa al pueblo de Coatzacoalcos, el más afectado por la interrupción del suministro, que apenas alivia sus demandas con agua salada, la que proviene de los pozos perforados de manera emergente.
A Mónica Robles no se le ve en la sierra de Santa Martha. No acude al encuentro con los ejidatarios que tienen el conflicto del Yuribia en sus manos. Riñe con el discurso conciliador. No convoca al gobierno ni a los alcaldes a construir una solución negociada. Ni tiene destellos de inteligencia que abonen a la distensión.
Su discurso es el del garrote. Vapulea al secretario de Gobierno, cuyo grupo, el fidelista, le regaló en 2005 la alcaldía de Coatzacoalcos a su marido, el ex alcalde Iván Hillman Chapoy, con desastrosos resultados, y si Mónica Robles tuviera poder ya hubiera quemado en la hoguera a los ejidatarios de Tatahuicapan.
Con sorna le han preguntado si se baña en Coatzacoalcos. Y ella, amante de los colores cálidos y otras soflamas, responde que sí. “Estuve una semana en Coatzacoalcos y sí me pude bañar porque tengo un tinaco grande. Tenía agua y por el momento no iré a Coatzacoalcos, porque tengo trabajo en el Congreso local”.
Su pureza intelectual es un caso para la psiquiatría. Mónica Robles no se baña en Coatzacoalcos porque no vive en Coatzacoalcos. Desde que su esposo dejó la alcaldía, en 2008, es una forastera en el pueblo que le fue prestado. Vivió en la lejanía. Vivió ausente. Vivió en cualquier parte, distante de la vida política, reñida con la vida social, hasta que un pacto político con el marcelismo la reactivó.
Adoradora de Andrés Manuel López Obrador, imbuida por los humores de la izquierda, supo asumir su condición succionadora, convertidos el PRI y los gobiernos priistas en fuente de la riqueza familiar. Y de ahí pasó a candidata del Verde-PRI para finalmente ser vergonzosa comparsa del duartismo en el Congreso de Veracruz.
Llegó a ser diputada local a cambio de someterse a un destino cruel: ver a sus odiados enemigos marcelistas de nuevo en la alcaldía de Coatzacoalcos. Joaquín Caballero caminó de su mano hacia la presidencia municipal, con el silencio cómplice del Clan de la Succión, los Robles-Barajas, dueños de Diario del Istmo y el consorcio depredador.
En la crisis por el agua, Mónica Robles no representa a Coatzacoalcos. No habla por el pueblo. No reclama a favor del pueblo. No tiene compromiso con el pueblo.
Yuribia exhibe su nivel. La política no se le da. No es lo suyo. No busca conciliar, ni acordar, ni suavizar tensiones.
Según Mónica Robles, la solución debe pasar por reventar a los ejidatarios.
Archivo muerto
Se llama Fernando González Ortiz, es capitán de policía y le dicen El Gavioto. Circula un informe sobre el modesto guarura del gobernador Javier Duarte de Ochoa, que ya como comisionado del Instituto de la Policía Auxiliar y Protección Patrimonial comenzó a ocurrirle lo mismo que al nopal: le aparecieron más propiedades. Vivía El Gavioto en casa rentada en la colonia 21 de Marzo, en Xalapa, dice el informe, y ahora se le sabe una en Alamo-Temapache, lugar de procedencia, con piso y cocina de mármol, un espacio embellecido por el jardinero estelar del IPAX con cargo a la corporación. Dice el informe que tiene fincada otra vivienda en Coatepec, junto a la de un “magistrado que agarra esa casa como nidito de amor”; una más en Aguasanta por 20 de Noviembre, en Xalapa, sitio donde se realizan asambleas con personal femenino del IPAX, convocado expresamente por el secretario particular y hombre de todas sus confianzas, que responde al nombre de Edgar. Tipo con suerte, allegado al desgobernador veracruzano, El Gavioto González Ortiz también muestra un gusto desenfrenado por los vehículos: una camioneta Tahoe, color blanco con placas del estado de Morelos, “que guarda en las bodegas de Piñeiro, en 5 de Febrero”; un Buggy para ir los fines de semana a Chachalacas para desestresarse, y dispone de una cuatrimoto que usa como propia aunque es propiedad del IPAX; a su esposa le asignó una camioneta Pathfinder color negra, también propiedad de la corporación, conducida y vigilada permanentemente por personal del IPAX. Buena vida se da el comisionado González Ortiz mientras a la tropa se le paga una miseria y se les escamotean los incrementos salariales. A todo esto, qué diría la Contraloría del gobierno de Veracruz si se tomara el tiempo de consultar la declaración patrimonial del Gavioto, tan sólo para saber si con el salario que percibe se puede dar una vida tan o mejor que la del gobernador...
Imparcial, lo que se dice imparcial, no es. Noé García Onofre funge como consejero electoral en el distrito XI federal de Veracruz, pero su esencia es partidista. No hace mucho buscaba ser líder local del Movimiento de Regeneración Nacional (MORENA), el partido de Andrés Manuel López Obrador, pero como ahí no hay más voz que las de Roselia Barajas y Rocío Nahle, declinó. Sin otra expectativa, decidió quedarse como consejero en el nuevo INE que, por lo que se ve, es refugio de la izquierda y más de lo mismo...