* Frustra candidatura al marcelismo * García Bringas, sólo para perder * Con Tronco gana el fidelismo * Un distrito menos para Peña Nieto * Sayda Chiñas, despedida de Notisur * Encabezó protestas por el plagio del periodista Moisés Sánchez * “Escríbalo, no me gustan las cosas off the record”, me dijo Scherer
Coatzacoalcos no estaba descompuesto, pero Javier Duarte lo echó a perder. Lo llenó de piedras. Forzó una candidatura que nunca llegó. Generó un conflicto al interior del PRI. Y hoy, el distrito más seguro de Veracruz va a caer en manos de la oposición. O mejor dicho, de un infiltrado en la oposición.
Entre el marcelismo hay estupor. No asimilan cómo una candidatura que se concibió con tiempo, que obedeció a pactos y amarres, que provino de un acuerdo con el gobernador de Veracruz y más allá de él, se frustró en cuestión de minutos, en la víspera del registro en la sede estatal del PRI.
Javier Duarte fue factor clave. No es diestro el gobernador de Veracruz en operación política, pero sus mecenas —Fidel Herrera Beltrán, Enrique Jackson Ramírez y José Murat Casab— han sido los ejecutores de una trama para burlar la palabra, imponer candidatos y desplazar a los grupos que desde perfil bajo le disputan el control de la sucesión. No sabe de política Javier Duarte, pero de marrullería sí.
Fraguada y pactada, la candidatura a diputado federal por Coatzacoalcos se construyó para Marcelo Montiel Montiel en la figura de su hijo político, Víctor Rodríguez Gallegos, el dúo dinámico en la delegación de la Sedesol federal en Veracruz, uno delegado y el otro subdelegado administrativo.
Marcelo Montiel —según los insiders del duartismo— armó la estrategia con un año de antelación, tocó puertas, posicionó a su prospecto y lo introdujo en las esferas de poder. Inefable, rollero, Víctor Rodríguez “El Chochol” visitaba el distrito XI de Veracruz, Agua Dulce, Coatzacoalcos, Nanchital, entregaba útiles escolares, apadrinaba generaciones de estudiantes, encabezaba carreras por el malecón. Quería agradar.
Marchaba Víctor Rodríguez rumbo al PRI, en Xalapa, el miércoles 7. A una cuadra de su destino, sonó el celular. Escuchó y dio marcha atrás. No sería él el candidato del PRI, frustrado el sueño de ser diputado federal. Javier Duarte los reventó.
Dicen los insiders que el golpe de timón obedeció a la vinculación del delegado de la Sedesol federal con el senador José Francisco Yunes Zorrilla y la decisión de éste de torpedear la gubernatura de dos años, en 2016, tras el cambio constitucional impuesto por el gobernador de Veracruz.
Yunes Zorrilla no aspira a un minigobierno, y lo ha desdeñado, pero si se trata de enfrentar al duartismo lo está haciendo por sí o con sus operadores. Si se trata de regatearla, también lo hará.
Lo mismo le ocurrió a Juan Manuel Velázquez Yunes, que se desprendía de la diputación local cuando fue enterado que no sería candidato por Coatepec. Tuvo que dejar pasar a una priísta de ínfimo perfil, la secretaria de Protección Civil del duartismo, Noemí Guzmán Lagunes. Ser adepto de Pepe Yunes trae consecuencias.
A Marcelo Montiel no le bajaron la candidatura de golpe. Lo fueron minando desde el interior del marcelismo, desatada la guerra en su mando de operaciones, sus operadores a la greña, el desorden total.
Impulsaba Marcelo Montiel a Víctor Rodríguez Gallegos, pero el joaquinismo decía que no. Tenía su propio gallo el alcalde de Coatzacoalcos, Joaquín Caballero Rosiñol, ya con alas propias, a los pies del gobernador Javier Duarte y sin dejar de pregonar que si alguien le debía la presidencia municipal era a la primera dama, Karime Macías de Duarte.
Caballero infló, dio gas, le dio cuerda al director del DIF de Coatzacoalcos, Jesús Moreno Delgado, un personaje de vida disipada, amante de la fiesta y la botella, teñido de irregularidades en su área de trabajo, con pseudopsicólogas que carecen de título y cédula profesional —Yahana Lozada Parra y Patricia Salcedo Gómez— y a las que les permitió ejercer, dictaminar, suscribir documentos o representar a la institución. Un banquete fuera de la ley.
En las redes sociales, en la prensa, la contracampaña iba con todo. Era el poder municipal contra su patriarca Marcelo. Era el poder económico, sustentado en el plan del gobernador de Veracruz para fabricar una crisis artificial en el seno del marcelismo. Y lo logró.
Paralelamente a Marcelo Montiel, a sus espaldas, entre las sombras, un personaje del fidelismo, aliado de ocasión, se movió para generar las condiciones que permitieran asestar el golpe: Jesús Antonio Macías Yazegey, suegro del gobernador Javier Duarte, aún aspirante a ser el dueño de la plaza política.
Tejieron así una candidatura alterna, la del diputado local Rafael García Bringas, y una reserva en la oposición, la del también legislador Renato Tronco Gómez, ex alcalde de Las Choapas.
El miércoles 7, al momento en que se frustró la candidatura de Víctor Rodríguez, surgió la de García Bringas, político gris, priísta en sus orígenes, yunista cuando se fue al Partido Acción Nacional para ganar la diputación federal, en 2009, y con dotes de traidor cuando retornó al PRI, en 2013.
Con una estructura política que da pena, repudiado por los panistas, intrascendente para los priístas, García Bringas es un candidato para perder. Ese es el proyecto de Javier Duarte: perder.
En la mente del gobernador de Veracruz está entregar la plaza, conceder a la oposición el distrito de Coatzacoalcos. No repara en que sea una derrota para el PRI y un distrito menos para el Presidente Enrique Peña Nieto, urgido de sacar la elección intermedia y que la Cámara de Diputados le ayude a concretar las reformas estructurales.
Tronco no es de oposición. Es leal a Fidel Herrera, el padrino de Javier Duarte. Tronco le renta la candidatura a Movimiento Ciudadano, el partido de Dante Delgado Rannauro, que un día se queja que le compran a 10 alcaldes de su corriente y se los llevan al PRI, y al día siguiente le concede el espacio al duartismo.
Pierde Marcelo Montiel la diputación federal, ve frustrado un proyecto político, vive la traición del joaquinismo y observa cómo Javier Duarte le entrega la plaza a Tronco, un infiltrado en la oposición.
Eso pasa por no meter orden en el marcelismo.
Eso pasa cuando un gobernador del PRI está dispuesto a derrotar al PRI
Archivo muerto
Sayda Chiñas Córdova caminó por las calles, tomó la palabra, organizó a los periodistas, exigió que los secuestrados volvieran con vida, primero con Gregorio Jiménez de la Cruz y ahora con Moisés Sánchez Cerezo, y hoy sufre represión. Dejó de ser coordinadora de información del periódico Notisur, cinco años en la línea de fuego. Encabezó protestas por el levantón de Goyo Jiménez, el 5 de febrero de 2014, a manos de un comando armado que fue por él a su domicilio, en Villa Allende, congregación de Coatzacoalcos. Sayda Chiñas fue una pieza clave en la movilización del gremio, por delante la exigencia de que el gobierno de Veracruz actuara, que se preservara la vida de Goyo, que se estrechara el cerco a los plagiarios. Aguantó presiones, las de sus superiores en Notisur que le decían que mientras ellos marchaban, otros industriales del periodismo pactaban nuevos convenios de publicidad con el régimen de Javier Duarte a cambio de sofocar la protesta. Lloró al saber la muerte de Goyo, el 11 de febrero, lo dramático de haberlo hallado en una fosa clandestina en la colonia J. Mario Rosado, en el municipio de Las Choapas. Y de ahí siguió su camino. Activó de nuevo al gremio, una vez que trascendió el “levantón” de Moisés Sánchez, director y fotorreportero del semanario “La Unión” en Medellín de Bravo, el 2 de enero. Suscribió el comunicado con que más de 100 periodistas de Veracruz y del gremio nacional exigieron, el martes 6, se pusieran en marcha los protocolos de seguridad para Moisés Sánchez y su familia, y que las autoridades desplegaran todos sus recursos y asumieran el compromiso de buscar y dar con el paradero del periodista y traerlo con vida. En las redes sociales, se le pudo leer reportando los traspiés del gobierno de Veracruz para ocultar los pormenores del plagio de Moisés Sánchez, la exigencia al procurador Luis Ángel Bravo Contreras, alias “Culín”, de que esclareciera si el cadáver hallado en el municipio de Soledad de Doblado, el lunes 5 por la noche, era el del periodista; Bravo Contreras nunca respondió. Mantuvo ese nivel de presión en las redes sociales el día que Enrique Peña Nieto llegó a Veracruz y la familia de Moisés Sánchez quiso pedirle su intervención. Sayda Chiñas sufre ahora la embestida del sistema. Fue despedida del periódico Notisur —propiedad de Marcelo Montiel, Marcos Theurel y Luis Rafael Anaya, políticos, no periodistas— presuntamente porque “ya no doy resultados informativos” y porque su conducta no va con la ética de la empresa. ¿La ética del arrodillamiento ante el gobierno en turno? Su despido es porque no se sometió. En Sayda Chiñas se da el primer daño colateral del caso Moisés Sánchez, reprimida por ejercer su derecho a exigir que el compañero periodista sea rescatado de su secuestro o que el gobierno de Javier Duarte demuestre que hizo algo, verdaderamente algo digno, para salvarle la vida. Sayda no deja de ser periodista. Actualmente es corresponsal de La Jornada Veracruz en el sur de la entidad. Y tiene cuerda para rato...
Lo vi un día en la sede de la revista Proceso, en 1987. Le llevé información del sur, siendo su corresponsal. Hablé de un periodista marrullero con ínfulas de gran señor, un malviviente diestro en el chantaje. Comenzaba a decirle de sus nexos con la familia política, del contubernio. “No me platique, escríbalo. No me gustan las cosas off the record”, me dijo don Julio Scherer García. Le pedí explicar. Concedió. Vi sus ojos inquisidores en los documentos que comencé a mostrar. Ahondé en las ligas del periodista y el gobernador, el alcalde, el diputado, el líder sindical. Se puso de pie, rodeó su escritorio y llegó hasta el legajo de papeles, recortes, escrituras, fotografías. “Déjeme una copia”, pidió. “Son para usted”, le respondí. Vi en Proceso, una edición después, una crítica feroz al personaje en cuestión, exhibida su voracidad, su mala intención, su ambición, su falta de ética, la renuncia masiva de los integrantes del suplemento El Istmo en la Cultura, agraviados por la manipulación que hacía el director del medio, José Pablo Robles Martínez. Don Julio era así. Dejaba escribir, sólo condicionado a documentar el tema a publicar. Era su estilo, su escuela, su forma de hacer periodismo, cero concesiones para quien no las merecía, su pasión hasta que este 7 de enero dejó de existir. Y como ese, muchos pasajes más...
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