* La pista que no sigue el procurador * ¿Le cambiaron el muerto al hijo de Moisés Sánchez? * Proculín se enreda * García Bringas y el voto de castigo * Denuncia contra aspirante a diputado * Encabeza García Alonso agresión a reportero * Eduardo Manzanilla, desesperado por ser alcalde.
Muy suficiente, el fiscal Luis Ángel Bravo Contreras sigue empeñado en su tesis de que el periodista José Moisés Sánchez Cerezo desapareció por un conflicto personal con el alcalde de Medellín de Bravo, Omar Cruz Reyes, cuando el modus operandi del “levantón” y posible desenlace corresponde a un grupo más letal: el crimen organizado.
Procurar justicia no es lo que distingue al célebre “Culín”. Guionista de lo absurdo, hacedor de historias judiciales en las que sólo él cree, Bravo Contreras marca tiempos, hace pausas, entretiene, oculta datos, inventa coartadas y manipula el caso Moisés Sánchez tan solo para confundir. Pero entre todo va dejando cabos sueltos.
Omar Cruz Reyes es un panista que en su momento fue beligerante, de palabra incendiaria, agitador, que hacía cera y pabilo de los presidentes municipales priístas. Apretaba y ganaba adeptos. Y así fue conformando un proyecto político que llevaría a la alcaldía.
Le alzó la mano el senador Fernando Yunes Márquez y hoy Omar Cruz es tildado de yunista, acusados de ser sus cómplices el ex candidato del PAN al gobierno de Veracruz en 2010, Miguel Ángel Yunes Linares, y toda su descendencia.
Otra línea de tutelaje la describe el periodista Ignacio Carvajal en el portal Expediente.mx, donde cita que el padrino es Julen Rementería del Puerto, hoy diputado local, el fiel de la balanza en las elecciones internas del PAN, y el también legislador Oscar Lara, quienes lo habrían introducido en el ánimo del gobernador Javier Duarte. O sea, el PAN rojo.
Dócil, sometido al duartismo, Omar Cruz es el villano de la obra del procurador Luis Ángel Bravo, pues la historia de encuentros y desencuentros entre el alcalde y el periodista, “taxista y activista vecinal”, según lo categorizara el gobernador, es amplia y larga.
Omar Cruz y Moisés Sánchez, de acuerdo con la puntual investigación de Ignacio Carvajal, estuvieron en la misma trinchera. Omar, candidato, prometía que de llegar a la alcaldía, Moisés sería su jefe de prensa. Era la promesa. Era el compromiso.
Lo dijo pero no cumplió. Y no le cumplió tampoco al pueblo. Abandonó la ciudad, la dejó al garete, calles destrozadas, servicios de pésima calidad, y finalmente el cobro del servicio de limpia pública, anual y por adelantado. Y la esposa y su parentela ejerciendo el poder.
Desde las páginas de “La Unión”, el tabloide de Moisés Sánchez, se documentó el caos municipal, Medellín de Bravo en el atraso por un alcalde que, independientemente de no tener palabra, de no haberle cumplido al periodista, tampoco le servía a la sociedad.
En tinta y papel, Moisés Sánchez enumeraba el caos. Advertía la falsedad. Yunista, rementerista, larista o lo que fuera, Oscar Cruz gobernaba para el gobernador Javier Duarte. Y así el pueblo nada podía esperar.
Incómodo, el periodista no cesaba su crítica hasta que la noche del viernes 2 de enero, a eso de las 19:30, un comando armado —más de 10 hombres en tres vehículos— irrumpió en su hogar, en la congregación El Tejar, la más importante de Medellín.
Nada se sabe de él. Ávido de protagonismo, mentiroso por vocación, manipulador de los hechos, el procurador Bravo Contreras actuó en una sola dirección: inculpar al alcalde.
Sobre Omar Cruz pesa la sospecha del plagio, y en gran parte se la debe a su lengua. Tres días antes del “levantón”, el alcalde hizo llegar a Moisés Sánchez la amenaza de que le iba a dar un susto, según la revelación del hijo del periodista, Jorge Sánchez Ordóñez.
Diez días después ni aparece ni, oficialmente, está muerto.
Aparecieron tres cadáveres la noche del lunes 5, en Miralejos, municipio de Soledad de Doblado, a unos kilómetros de Medellín. Llegaron policías, militares y peritos. Recogieron los cuerpos y limpiaron la escena.
Lo supo la prensa. Acudió al lugar sin hallar indicio, sin que los pobladores quisieran hablar. Regresaron a la mañana siguiente, el martes 6. Habló la población y detalló lo que vieron, el testimonio de la actuación judicial, en las sombras, bajo amenaza para el que pretendiera hablar.
Uno de los cuerpos supuestamente era Moisés Sánchez Cerezo. Reportó el portal lanigua.com que estaba cercenado y quemado. Intentó la prensa que el procurador “Culín” corroborara o desmintiera si se trataba del periodista. Evadió las llamadas, descubierta la trama, reacio a hablar pues estaba en puerta la visita del presidente Enrique Peña Nieto. Primero el acto político, luego su obligación legal.
Una vez que se fue Peña Nieto, vapuleado por los periodistas en las redes sociales de internet, admitió que había tres cuerpos hallados en Soledad de Doblado. Uno está quemado, “irreconocible”, dijo Bravo Contreras.
Dos días después, el viernes 9, hizo trasladar a la familia de Moisés Sánchez a Xalapa. Se haría el reconocimiento del cadáver. Su hijo Jorge Sánchez Ordóñez observó el cuerpo que le presentaron. Pasaba por el trago amargo, por la terrible experiencia que sería ver al ser querido ahí, sin vida, mancillado, pero descartó que fuera el periodista.
¿Cuál fue la intención del procurador? Que la propia familia descartara que Moisés Sánchez esté muerto y evitar que sea el periodista número 11 asesinado durante el gobierno duartista? ¿Cómo pudo Jorge Sánchez reconocer un cuerpo que aseguraba el procurador que estaba “irreconocible”?
Una versión que circula en medios de prensa asegura que el cadáver presentado a Jorge Sánchez no fue de los que recogieron los policías, militares y peritos en Soledad de Doblado. La intención sería que Moisés Sánchez no entre a la estadística vergonzosa de periodistas asesinados durante el período de Javier Duarte, pero es factible que su cuerpo nunca sea hallado. Entre un muerto y un desaparecido, mejor desaparecido.
Proculín es experto en la tenebra y el teatro. Ordenó el arresto de 36 policías de Medellín de Bravo, de quienes habría obtenido la confesión de que el autor intelectual del levantón es el alcalde Omar Cruz. Se lo llevaron, lo torturaron, lo quemaron para desfigurarlo y hacerlo “irreconocible” y lo cercenaron. ¿Y por qué no lo enterraron?
Frágil, la versión del procurador carece de lógica. Si los policías municipales revelaron detalles del plagio de Moisés Sánchez, ¿por qué no confesaron dónde lo tienen, si es que está vivo? Y peor: si lo mataron, ¿por qué no ubicaron el lugar donde quedó el cadáver?
El modus operandi corresponde a una acción del crimen organizado. Llega un comando de varios vehículos, descienden los individuos armados, toman a la víctima y se la llevan con rumbo desconocido. No piden rescate porque no son secuestradores. Torturan a la víctima, la dejan “irreconocible”, la cercenan y la desaparecen, o le dejan un mensaje.
Moisés Sánchez Cerezo no sólo hacía periodismo. Denunciaba y actuaba. Organizó las guardias comunitarias, integradas con personas del pueblo, armadas con machetes, palos, palas y bates de beisbol. Difundió sus escenas en un video en internet.
Afectaba, pues, a la delincuencia común pero también al crimen organizado. Moisés desplazaba con las autodefensas a la policía municipal, incapaz de enfrentar la oleada de violencia o deliberadamente omisa.
Hoy, el procurador Bravo Contreras se enfrasca en esa coartada: fue el alcalde con su policía municipal. Y de ahí no sale. “Culín” no quiere seguir la pista del crimen organizado, menos aún que el crimen organizado sea el responsable de la muerte de un periodista, el número 11 en el período duartista.
Lo que sea, pero esa opción no. ¿Por qué?
Archivo muerto
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