* Los agredidos de UV, en el DF * Golpeadores contra fotorreporteros * Revuelta en Tamiahua * El crimen que provocó la quema del palacio * ¿Fidel y las acusaciones contra Marcelo? * Las fobias del alcalde de Acayucan * Renato y el auto para la prensa * Día clave en el Caso Goyo * Resolverán el amparo
No agreden para matar. Su furia tiene otra intención. Amedrentan, buscando disuadir y sembrar terror.
Son los porros que operan en las sombras, los escuadrones parapolicíacos, el puño del sistema que intimida, a veces embozados, que se cubre el rostro, que así como usan máscara de payaso, se muestran como son.
No llevan armas. Usan tablas con clavos, bates de beisbol, machetes, toletes, bastones eléctricos, instrumentos usados para agredir. No hablan, insultan; no advierten, amenazan.
Es represión científica, calculada, sin víctimas mortales. Es represión que advierte, que lanza el mensaje, que invita a sofocar la protesta.
Llega al Distrito Federal el caso de los ocho universitarios agredidos la madrugada del 5 de junio, en Xalapa. Auspician su denuncia las agrupaciones de derechos humanos de mayor peso en el país. Los escuchan, les dan foro, exhiben el nivel de violencia que domina a Veracruz.
No hablan de un asalto ni de un conflicto casual. Es la violencia institucional, concebida y nacida en las entrañas del régimen duartista, evidente la intolerancia del gobierno de Veracruz a la protesta y al reclamo, a la manifestación pública y a la denuncia popular.
Frente a los medios de comunicación plantean tres de los ocho alumnos de la Unidad de Humanidades de la Universidad Veracruzana cómo se perpetró el ataque, sus motivaciones, la lista negra elaborada por la Secretaría de Seguridad Pública de Veracruz, muestra palpable de que el gobierno de Javier Duarte reprime violando la ley.
Dice la catedrática Giovanna Mazzotti que se trató de un atentado “perfectamente planeado para no matarlos, sino para dejarlos marcados y diseñado para generar miedo a la población movilizada”.
Retoma sus palabras el portal de la revista Proceso. Para Giovanna Mazzotti “el ataque tiene una dedicatoria para los estudiantes que apoyan diversos movimientos sociales, que se congregan usualmente en el campus de la UV, de donde parten hacia marchas.
“Por las señas de las lesiones (contusiones en el cuerpo, fracturas en brazos, cabeza y machetazos) —agrega— se trató de una estrategia para castigar la participación social ante una serie de inconformidades sociales”.
En otra parte de la reseña, cita Proceso el relato del joven Ignacio Córdova:
“Con una férula en la mano izquierda y puntos de sutura en la frente, Ignacio Córdoba recordó que los ataques al sector estudiantil, a los activistas y periodistas se agudizó a partir de 2011, en tanto que en noviembre de 2012 y septiembre de 2013 se registraron ‘detenciones arbitrarias, se sembró droga y armas’ a activistas que participaron en movilizaciones.
“Conmocionado aún por los hechos del viernes 5, Córdoba narró cómo fueron agredidos por unos 10 hombres armados con machetes, tablas con clavos, armas de fuego y bastones, uno de ellos con una máscara de payaso, otros con pasamontañas y uno más con el rostro descubierto y corte tipo militar.
“El estudiante de ingeniería relató que luego de la incursión del grupo que denominó ‘paramilitar’, acudieron policías que, lejos de ayudarlos a perseguir a los agresores, sacaron fotografías y humillaron a las víctimas, hasta que arribaron defensores de derechos humanos a los que los jóvenes buscaron.
“Fueron los defensores quienes los llevaron al hospital de la Cruz Roja, donde se levantó una denuncia de oficio que hasta ahora no ha sido desahogada, apuntó”.
Para los defensores de derechos humanos, el caso Veracruz es paradigmático de la violencia institucional. Dice Araceli Olivos, del Centro de Derechos humanos Agustín Pro Juárez, que “Veracruz es el estado que ocupa el primer lugar en desapariciones forzadas, según datos de la propia Procuraduría General de la República”.
La agresión perpetrada contra los estudiantes de la UV “se enmarca dentro de un contexto de violencia generalizada contra los movimientos sociales y la libertad de expresión en la entidad”.
Se persigue con “brutalidad extrema” y “hay persecución a activistas sociales”.
Su caso ya escaló a esferas nacionales. Advierte el nivel de represión, el uso del aparato de estado para sofocar la protesta, la movilización popular, la denuncia ante el deterioro de la seguridad y violencia, la quiebra de las finanzas, el endeudamiento brutal, el rezago social, la corrupción y el saqueo.
Javier Duarte se halla en el centro del escándalo. Le llueven acusaciones por los constantes actos represivos en que aparecen policías con uniforme y vestidos de civil.
Uno de ellos ocurre el miércoles 17. Tres fotógrafos de prensa son agredidos por supuestos campesinos que participaban en una protesta frente al palacio de gobierno de Xalapa.
Embozados, cubiertos sus rostros con pañuelos, los tipos golpean, intentan robarles sus equipos fotográficos, los intimidan. Minutos después repiten la acción.
Es la marca de la casa. Es el régimen duartista, que amedrenta para sofocar la protesta social.
Archivo muerto
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