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Mussio Cárdenas Arellano

Informe Rojo

Rubén Espinosa: exilio que mata

04/08/2015 08:34 a.m.
* Los sicarios lo hostigaron y luego fueron por él  * En el DF, en un café, recibió otro amago  * Javier Duarte, señalado  * Del plato de Duarte a la protesta  * El diputado Ahued desnuda al Congreso  * El predio de los Vidal  * Grupo Ortiz se quedó con calles y área verde  * Otro lío para el alcalde
 
A regañadientes se fue Rubén Espinosa de Veracruz. Creyó en el exilio, en la distancia, en que perdido entre la mancha urbana del DF le permitiría disuadir a los sicarios y a los patrones de los sicarios, duartistas o no duartistas, bermudistas o no bermudistas, y así diluir su sentencia de muerte. Pero el exilio falló.
 
Murió a manos de chacales, pasado por la tortura, con un tiro de gracia, presumiblemente colgado, en un departamento de la colonia Narvarte donde horas antes departía con amigas y amigos, con Nadia Vera Pérez, activista social, con tres mujeres más que encontraron una final sangriento y brutal.
 
Dejó Veracruz por el asedio y las amenazas. Se fue por el clima de hostigamiento creado por el gobernador Javier Duarte contra la prensa crítica, por sus constantes reproches, por los amagos velados de agresión, represión o acción judicial.
 
Se fue después de sentir el arma en la sien o la daga en la espalda, por el discurso duartista que denostaba la labor reporteril y las críticas contra su gobierno, por el saqueo y la quiebra financiera, por el fracaso de la seguridad, por la entrega del territorio veracruzano al narcotráfico.
 
Fotoperiodista activo, parte de AVC, corresponsal y colaborador de la revista Proceso y de la agencia Cuartoscuro, Rubén Espinosa tuvo su propio calvario. Sufrió represión, golpes, el insulto, la amenaza, el embate policíaco, el ataque de las fuerzas al servicio del secretario de Seguridad Pública, Arturo Bermúdez Zurita, en aquel episodio de Plaza Lerdo, la madrugada del 13 de septiembre de 2013, cuando hubo desalojo, el escenario limpio, a modo, para el grito de Javier Duarte, el Grito desafinado de la Independencia.
 
Ese día lo agredieron los esbirros del duartismo. Le quitaron su equipo fotográfico. Fue obligado a formatear la memoria de su cámara y ver perdidas las imágenes del zafarrancho, del uso de armas tácticas, de bastones eléctricos, de toletes para aplastar movimiento magisterial.
 
Rubén Espinosa Becerril denunció el atropello. Luego explicaría que el gobierno de Veracruz le solicitó desistirse de la Acción penal, retirar la denuncia. No lo hizo. La mantuvo y la escaló a instancias nacionales, al mecanismo de protección a periodistas del gobierno federal.
 
Muerto Rubén Espinosa, dice ahora la Fiscalía General de Veracruz que no hay registro de denuncia alguna por parte del fotorreportero. No en sus archivos; sí en la instancia federal, que ha confirmado que la reactivará y el dará curso.
 
Junio fue un mes decisivo en su vida. Dio seguimiento a las protestas por la agresión a ocho estudiantes de la Universidad Veracruzana, molidos a golpes cuando un grupo parapolicíaco, los muchachos de Bermúdez, irrumpieron en el domicilio de uno de ellos, en Xalapa, sobre la calle Herón Proal, cerca de la Unidad de Humanidades y del PRI estatal, y los atacaron con machetes, palos con clavos, bates de beisbol y armas largas.
 
En las calles, los estudiantes reclamaron la represión. Gritaban que agredir a uno era agredir a la comunidad universitaria en General. Rubén Espinosa captaba con su lente la protesta. Dejaba evidencia que no solo eran alumnos de la UV, sino activistas sociales, defensores de derechos humanos, ambientalistas, militantes de partidos de izquierda.
Identificó a agentes vestidos de civil que participaron en una conferencia de prensa, convocada por el Partido del Trabajo, donde fue denunciado el espionaje de la Secretaría de Seguridad Pública del gobierno veracruzano a activistas sociales. Los tildaba de “anarquistas” y de “incómodos”. Algunos de los señalados tenían vínculos con los universitarios agredidos la madrugada del 5 de junio.
 
Luego vendría la represión y el hostigamiento. Día y noche era vigilado. Al salir de su hogar ya lo esperaban. Lo seguían a todas partes. Después se le acercarían. Le dirían que se hiciera a un lado. Le esbozarían que estaba en sus manos. Tendría contacto cara a cara, cercanísima la distancia, al alcance de los sicarios.
Entonces se fue de Veracruz. “Me caga”, dijo cuando refirió que no poder salir era la muerte, que no tener libertad lo incomodaba, que no sabía cuando podría regresar.

Creyó en el exilio. Se trasladó al Distrito Federal. De allá era y allá retomó su camino. Vivió casi ocho años en Veracruz, pero el clima de hostigamiento gestado por Javier Duarte y sus sicarios, le obligaron a dejar la entidad.
Se fue. Iba sin recursos, según relatan las crónicas que se han escrito a raíz de su muerte. Acudía a eventos, a protestas, a marchas en las calles, cuyas gráficas difundían los medios para los que trabajaba.
 
Se imaginó libre en el exilio. Sólo lo imaginó. Existe una referencia que apunta a que un día, mientras se hallaba en un café, un individuo se le acercó y le dijo, así, directo, sin mayores preámbulos, que era Rubén Espinosa, el periodista que había tenido que salir de Veracruz.
 
Lo tenían ubicado. Los sicarios iban por él. Sólo sería cuestión de esperar.
Su cuerpo apareció sin vida, con huellas de golpes, con dos balazos, uno de ellos el tiro de gracia, en la recámara del departamento 401 de la calle Luz Saviñón, en la colonia Narvarte, delegación Benito Juárez, en el DF.
 
Fue martirizado, como si los sicarios hubieran ido a terminar con el trabajo que habían comenzado en Veracruz, cercándolo, amedrentándolo, hablándole cara a cara, diciéndole los malvivientes que se hiciera a un lado, el dedo sobre los labios, la mirada que retaba.
Fueron por él cuando todo el gremio suponía que el exilio era la mejor carta de seguridad. Lo hallaron junto a Nadie Vera, su amiga, supuestamente su pareja sentimental; junto a Jesenia Quiroz Alfaro, una joven de 19 años, maquillista; junto a Nicole, presuntamente colombiana; junto a Alejandra, la señora que se encargaba del aseo en el departamento.
 
El exilió falló. Los medios nacionales e internacionales lo reprueban. Aseguran que la ciudad de México ya no sirve para perderse entre la mancha humana.

Ningún exilio funciona si no hay un mecanismo de protección. Supuestamente Rubén Espinosa no se acogió a él. Sólo salió de Veracruz, suponiendo que aquellos a quienes habían agraviado con sus fotografías, Javier Duarte, Arturo Bermúdez Zurita, lo dejarían en paz.
 
Hoy crece la indignación. Se alzan las voces que acusan al gobernador de Veracruz del quíntuple homicidio, de su fobia contra Proceso, contra Rubén, contra Regina Martínez, la corresponsal asesinada en Xalapa, el 28 de abril de 2012.
El exilio, pues, falló.
 
Archivo muerto
 
¿Periodistas? ¿Quiénes? ¿Esos que se sientan en la misma mesa y tragan en el mismo plato del gobernador y que luego se duelen que otros periodistas, ellos sí de a de veras, como Rubén Espinosa, como Regina Martínez, como Moisés Sánchez, críticos, con la denuncia en una imagen, en un reportaje, en una nota, han sido asesinados por criticar al duartismo y al estado de caos al que Javier Duarte ha llevado a Veracruz? Acuden al llamado del gobernador por amor al chayote, por la dádiva, por evitar el riesgo de perder las canonjías y las prebendas. Los menos van para cubrir la nota, registrar el discurso, captar al gordobés en una gráfica, redactar y a ver si su medio le publica la realidad del desarticulado gobernador de Veracruz y su mundo de fantasía política, la prosperidad a la que sólo tuvo acceso la familia feliz, o sea, los truhanes y los pillos que han gobernado con él. ¿Cuántos de los que lloran y lamentan la ejecución de Rubén Espinosa, torturado y ultimado con el tiro de gracia en el exilio que se suponía le garantizaba seguridad en el DF, son los mismos serviles que aplauden a rabiar los discursos de la ilusión. Escuchan a Javier Duarte. Lo elogian. Le roban una foto en grupo, una selfie, un instante. Untan su cuerpo con el bálsamo de la demagogia. Y luego lloran por los periodistas asesinados...
 
Con Ricardo Ahued siempre hay nota. Sube a tribuna el diputado priísta, razona su posición, reclama unas veces entre líneas, otras duro y sin piedad, increpa y desecha la orden. Sorprende y no, el ex alcalde de Xalapa. Ya antes se ha abstenido de aprobar las aberraciones que envía el gobernador Javier Duarte al Congreso de Veracruz. O de plano las vota en contra. Reprobó la reclasificación de valores catastrales, solicitada por 22 municipios, porque no le enviaron la información para estudiarla, y porque el predial habrá de afectar la economía de los contribuyentes, incluidos muchos de la tercera edad. Habló de voracidad económica. “No podemos seguir legislando así compañeros, porque mañana nos la van a cobrar afuera los ciudadanos y más ahorita con un tema en donde a la gente no le alcanza para pagar, donde los pensionados tienen que pagar predial”, dijo Ricardo Ahued Bardahuil. Reclamó que no le hayan entregado las actas de cabildo de los 22 municipios con sus respectivas tablas que establecen cuáles serán los valores catastrales en 2015 y cuál será el valor en 2016. Votó en contra Ricardo Ahued en uno más de sus actos de congruencia. Se enfrentó a la borregada priísta y a los pseudopositores que todo le avalan a Javier Duarte. Hubo mayoriteo pero aún perdiendo, Ricardo Ahued exhibió que los priístas votan a ciegas, serviles, sin reparar en el daño que le provocan al pueblo.  Entre los 22 municipios que tendrán nuevos valores catastrales, están Xalapa y Coatzacoalcos. Ahued desnuda otra vez al Congreso de Veracruz...
 
Otro conflicto por tierras. Denuncian los herederos de Mario Vidal Rivera despojo de una fracción de terreno en la colonia Ampliación López Mateos. Suscrito por Irasema Marinca Vidal Aguirre, apoderada de la familia, un oficio dirigido al alcalde Joaquín Caballero Rosiñol establece que la empresa Grupo Ortiz se aposentó sobre su predio de mil 521 metros cuadrados, adquirido a Corett en 1983, pero que también se agenció parte de las calles Palmas y Gardenias, así como áreas verdes. Implica el caso al líder transportista Ramón Ortiz Cisneros, de la CTM, célebre por su protesta contra el gobierno de Veracruz por un adeudo de 10 millones de pesos en la obra del túnel sumergido de Coatzacoalcos. Amén de la demanda civil que interpondrá la familia Vidal Aguirre, al alcalde Joaquín Caballero le toca el rescate de las vialidades y el área verde. En el oficio, Irasema Marinca Vidal Aguirre esboza términos como incumplimiento del deber legal, responsabilidad, obligación. “El Sr. Ramón Ortiz Cisneros, de Grupo Ortiz, se ha aprovechado de la inoperatividad municipal —y quisiera pensar que no existe negligencia o complicidad— además de las responsabilidades en que incurra usted Señor Presidente municipal por omisión y/o incumplimiento de un deber, y así se ha apoderado de manera flagrante de la vía pública. Eso, ingeniero Joaquín Caballero, es sumamente grave”, refiere el documento. Le demanda la entrega del acuerdo de cabildo en que se haya solicitado al Congreso de Veracruz la autorización para donar o vender áreas verdes y vialidades; si no hubo venta o donación de las áreas verdes y vialidades, proceder judicialmente; identificar al notario público que pudiera haber validado el despojo a los bienes municipales, y cancelar cualquier registro en Catastro haciendo efectivo el que acredita a Mario Vidal como comprador ante Corett y a sus herederos como titulares del predio. Uno conflicto más por la tenencia de la tierra. Menudo lío para el alcalde...
 
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