* Marcha de repudio en Xalapa * Tildan al gobernador de “asesino” * De la Plaza Lerdo a Casa Veracruz * Javier Duarte tendrá de declarar ante la Procu del DF * La farsa de Mancera * La humillación
“Fuiste tú”, le gritan a Javier Duarte. No lo bajan de “asesino”. Lo asedian cientos. Lo increpan con furia a las puertas de Casa Veracruz. “Javier Duarte, fuiste tú”, reprochan, en la mayor protesta, acusado de provocar la ejecución del fotoperiodista Rubén Espinosa y la activista social Nadia Vera.
Marchan por la paz. Marchan contra el aprendiz de tirano. Marchan en respuesta al deslinde cínico del gobernador de Veracruz que así, sin más, como quien tiene el alma limpia, se dice ajeno al crimen de la Narvarte.
Recogen las crónicas periodísticas el repudio y la protesta. “Gobierno fascista que mata periodistas: gobierno tirano que matas a mi hermano”, le sueltan en el trayecto a la residencia oficial. Y luego: “Fuera Duarte”, “Fue el Estado”.
Dice el portal Plumas Libres que la Plaza Lerdo o Plaza Regina, como la rebautizó un sector de la prensa crítica en honor a la corresponsal de Proceso, asesinada el 28 de abril de 2012, en Xalapa, se llenó de flores. Era un “altar con flores, velas, fotos, nombres” y que “una vez más fue testigo de la tristeza e indignación”.
Noé Zavaleta, reportero, corresponsal de Proceso, amigo, hermano de Rubén Espinosa, describe la escena en la residencia oficial del gobernador: “Sobre la placa que da la bienvenida a la ‘Casa Veracruz’, periodistas depositaron flores blancas y colocaron retratos tanto de Rubén Espinosa como de Nadia Vera”.
“Sabemos quién fue”, dice la lona negra en que se insertan los rostros de Nadia y Rubén. Con ella avanzan desde Plaza Regina hasta Casa Veracruz. Se va nutriendo el contingente, cargado de ira, de repudio al peor gobernador que Veracruz haya parido.
Hay más consignas: “¿Y si la siguiente fueran tus hijos, tu esposa, tu hermano…
seguirías diciendo que en Veracruz no pasa nada?”, “Mancera, no protejas a Javier Duarte”, “Montano, guarura de Duarte” y “la libertad de expresión es un pase a la muerte”.
Era Rubén Espinosa un fotorreportero incómodo, refieren sus compañeros. Alzaba la voz por los periodistas asesinados. Captaba la protesta, el rechazo a la arbitrariedad, al silencio oficial, a la indolencia, a la represión.
Y cuando se exilió, dejó claro que no quería ser el siguiente periodista al que le arrancaran la vida. Lo expresó en una entrevista con Rompeviento TV, asediado por los esbirros de Javier Duarte y del secretario de Seguridad pública, Arturo Bermúdez Zurita.
Fue ejecutado en el Distrito Federal. Sufrió tortura y el tiro de gracia. Su cuerpo y el de Nadia Vera, así como los de tres mujeres más, fueron hallados la noche del viernes 31 de julio, en el departamento 401 del edificio ubicado en Luz Saviñón 1909, colonia Narvarte, cerca de la Secretaría de Comunicaciones y Transportes, cerca del multifamiliar SCOP, cerca de la Torre de Telecomunicaciones.
Huyó de Veracruz. Huyó de Javier Duarte. Huyó del asedio y el espionaje, de los matarifes que el desgobierno duartista envía a las conferencias de prensa vestidos de civil, no orejear sino a captar rostros, a infiltrarse, a mezclarse entre la prensa crítica.
Luego los vio al salir de su hogar. Después los sintió caminar a su lado. Más tarde se los topó de frente, hacerle señas, hablarle, decirle que se hiciera a un lado. “Sigue tomando fotos y te va a pasar lo que a Regina”, le expresó en tono de amenaza uno de los matarifes del duartismo.
Y ahora dice Javier Duarte que nada lo implica en el crimen de Rubén Espinosa.
Nadia Vera marchaba contra la imposición de Enrique Peña Nieto. El 20 de noviembre de 2012, días antes que asumiera el poder, salió a las calles y expresó su repudio. Fue reprimida, disuelto el contingente a punta de tolete y macana, el único idioma de la policía duartista, el puño y mazo, la voz de la intolerancia.
Nadia Vera habló a Rompeviento TV. Tildó a Javier Duarte de ignorante. Dijo que no gobierna, que entregó el gobierno a los narcos.
Nadia Vera dijo que si algo le ocurría hacía responsable a Javier Duarte, que si algo le sucedía la culpabilidad sería del gobernador de Veracruz. Y le sucedió.
Ambos quedaron en una recámara del departamento 401. A ella la ultrajaron, la golpearon y le asestaron un balazo. A él lo tundieron a golpes y finalmente lo balearon.
Fue robó, planteó el procurador del DF, Rodolfo Ríos Garza, en las horas siguientes a la ejecución. Luego diría que una de las muertas, Mile Virginia Martín, de nacionalidad colombiana, pudo ser el objetivo de los atacantes. Varió el móvil a una vendetta entre bandas colombianas dedicadas al narcotráfico Se tardó una semana en revelar la identidad de la chica. Primero le llamó “Nicole”, después “Simone”, en un esfuerzo por ocultar su nombre.
Decía el procurador del DF que seguía todas las líneas de investigación. No descartaba el móvil de la actividad profesional de Rubén Espinosa. Lo decía pero no hubo una sola evidencia de que indagara por ahí, que siguiera las amenazas vertidas por el gobierno de Javier Duarte contra el “fotógrafo incómodo”.
Filtraba, en cambio, cuanta información servía para mantener a salvo al gobernador de Veracruz. Vendía su verdad colocándola en el buzón de la prensa afín.
Así fue hasta el lunes 10. De regreso a Veracruz, Javier Duarte abordó el tema. Contó —y cuenteó— que su gobierno ama a los periodistas, que no hay hostigamiento, que ofrece garantías para realizar su trabajo, que se respeta la libertad de expresión.
Contó —y cuenteó— Javier Duarte que los crímenes de periodistas no quedan impunes en Veracruz. Del cajón de las mentiras extrajo el expediente del embuste. Aseguró que el de Gabriel Huge, Guillermo Luna y Esteban Rodríguez fue provocado porque los tres habían pedido a una célula criminal que ultimara a Milo Vela, Yolanda Ordaz y Misael López Solana. Llegó otra banda y los ultimó.
Contó —y cuenteó— que los asesinos de Marco Antonio Báez Chino fueron identificados. Eran zetas. Convenientemente murieron en un enfrentamiento con efectivos militares. O sea, si fueron o no se llevaron el secreto a la tumba.
Contó —y cuenteó— que el crimen de Regina Martínez fue resuelto. A Jorge Antonio Hernández Silva le echaron 38 años de cárcel por el robo y homicidio, y que el cómplice Está prófugo. Falso. “El Silva” fue recapturado luego que lo liberaran por haberle violado sus derechos, ser torturado y carecer de un abogado que o asesorara. Volvió a prisión, pero no puede ser juzgado por homicidio sino sólo por robo.
Dice que están resueltos los crímenes de Gregorio Jiménez de la Cruz, Moisés Sánchez Cerezo, que aún se encuentran en juicio, sin sentencia.
Y así los embustes de Javier Duarte.
Algo pasó en el fin de semana. Miguel Mancera, jefe de gobierno del Distrito Federal, da un vuelco al caso. Presionado por un sector de la prensa, nacional e internacional, por intelectuales y organismos independientes de derechos humanos, ordena que la Procuraduría capitalina tome la declaración del gordobés.
Javier Duarte lo admite. Dice que lamenta la muerte de Rubén Espinosa. Advierte que colaborará con la Procuraduría del DF en el esclarecimiento del crimen.
Tongo o no, teatro o no, Javier Duarte está sentado en el banquillo de los acusados. Lo citan en calidad de testigo, no indiciado, en un ardid carente de lógica.
¿Testigo de qué? ¿De las golpizas que recibió el corresponsal gráfico de Proceso y Cuartoscuro, así como fotógrafo de la agencia AVC, a manos de policías duartistas? ¿Del asedio de los agentes de gobierno que lo espiaban, que lo seguían, que lo intimidaban, que lo amenazaban?
La farsa es total. Javier Duarte comparece en su feudo. No se traslada al DF. Le envían personal de la Procuraduría del DF, pero la diligencia la realizará la Fiscalía General de Veracruz, o sea Luis Ángel Bravo contreras, alias “Culín”, o sea su empleado y su brazo ejecutor un sinnúmero de injusticias.
Es evidente la marrullería. Simulan justicia cuando a Javier Duarte se le da calidad de testigo en un hecho, la persecución a Rubén Espinosa, que tiene tintes de represión de Estado.
Es una farsa y a la vez una humillación. Nunca antes un gobernador veracruzano había sido llevado al terreno judicial. Quizá sea para atenuar el escándalo y luego salir con certificado de impunidad, pero la humillación queda ahí.
“Fuiste tú”, le dicen cientos o miles en Xalapa. Van a la residencia oficial y le plantan flores. De “asesino” no lo bajan. Le imputan la autoría de un crimen que está cimbrando a Veracruz y a México entero.
Terminan sus vacaciones. Bienvenido a la realidad, don Javier.
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