* Las agresiones de la policía duartista * Rubén Espinosa, espiado e intimidado * Le advirtieron que terminaría como Regina, muerto * Y dice el gober que todo es “linchamiento público” * La farsa del interrogatorio
Cada golpe, cada insulto, la amenaza a su labor periodística o aquella voz que un día advirtió “deja de tomar fotos si no quieres acabar como Regina”, o sea muerto, implican a Javier Duarte, a su policía represora, a sus agentes armados que infiltran protestas, en el crimen de Rubén y en el ultraje a Nadia.
Cada acto de presión, el espionaje, la agresión, la destrucción de su material gráfico, el acoso a la activista social, o ser fotografiado a cada instante, o el asedio institucional contra las voces críticas, fue conformando el ambiente de culpabilidad que atrapa al gobernador de Veracruz.
Presionado, intimidado, Rubén Espinosa optó por el exilio. Se fue de Veracruz con el miedo en la piel, con la imagen de aquellos esbirros del duartismo que lo esperaban a unos metros de su hogar, que lo seguían a todas partes, caminando a su lado o detrás, incitándolo a callar y finalmente escuchando al que le expresó que “se hiciera a un lado”.
Víctima de una policía por demás infame, de la mente criminal que los maneja, de los sicarios con uniforme que sirven al tirano de palacio, Nadia Vera, antropóloga, productora cultural, también se fue. Categorizó a Javier Duarte como un ignorante, que entregó el poder al narcotráfico y lo hizo responsable de lo que le pudiera ocurrir. Y le ocurrió. La mataron.
Su muerte es el acabose y el clímax de un gobierno déspota, sin rumbo, sin brújula, que desdeña la crítica, que hostiga a los críticos, que reprime con premeditación, con alevosía y con ventaja; que usa la fuerza y la rudeza así sea violentando la ley, pisoteando los derechos fundamentales; que aplasta y que se escuda en la impunidad.
Rubén y Nadia son la víctimas de Javier Duarte. Se fueron al exilio, al Distrito Federal, marcando distancias, movidos por el instinto de conservación y el amor a la vida, lejos del aprendiz de tirano, de su rencor y su ira. Suponían que allá estarían a salvo.
Allá los alcanzó la muerte. Fueron por ellos y acabaron con su existencia, la tarde del viernes 31 de julio, en un departamento de la colonia Narvarte, en el 401 del edificio marcado con el número 1909 de Luz Saviñón.
Dice el gobierno del DF, vía su Procuraduría, que el móvil de ambos crímenes, y el de otras tres mujeres, es el robo. Después filtra que es una vendetta entre bandas colombianas dedicadas al narcotráfico. Insinúa que Rubén y Nadia no eran el objetivo sino una mujer de Colombia a quien primero identificó como “Nicole”, luego “Simone” , ahora Mile Virginia Martín y mañana quien sabe.
¿Y el móvil por el trabajo periodístico de Rubén Espinosa? ¿Y el activismo social de Nadia Vera? ¿Y el exilio forzado por la intimidación y violencia provocada por el gobernador Javier Duarte?
Decía el procurador Rodolfo Ríos Garza que nada se descarta. Ajá. En los hechos, el clima de hostigamiento generado por Javier Duarte hacia la prensa no se mencionaba.
Cedió ante la presión de la prensa independiente, nacional e internacional, los organismos defensores de derechos humanos, el escándalo, la crítica por informar a medias y dedicarse a filtrar versiones que alejan el multihomicidio del móvil político y la represión a la libertad de expresión.
Javier Duarte alega que fue él quien solicitó ser interrogado. Dijo el lunes 10 que habló con el jefe de gobierno del DF, Miguel Ángel Mancera Espinosa, y que así lo acordaron. Respondería al interrogatorio en un hecho inédito y ejemplar.
Sí y no. Mancera envió al personal de la Procuraduría capitalina a Xalapa. Javier Duarte no respondió de manera directa ni de viva voz. Según despachos de prensa, lo hizo mediante cuestionario. Y respondió por escrito. No hubo asedio judicial, ni preguntas insistentes.
Y no lo hubo porque quien llevó a cabo el “interrogatorio” fue la Fiscalía General de Veracruz, la antigua Procuraduría estatal, un apéndice del gobernador, encabezada por Luis Ángel Bravo Contreras, alias “Culín”, su empleado.
Buen show pero malos actores. La noche del martes 11 trascendía que aquello era una pantomima patética, Javier Duarte usando la diligencia para exculparse y los enviados de la Procuraduría del DF convertidos en patiños de carpa.
Artículo 19, la organización internacional que defiende los derechos de los periodistas y que en esta ocasión representa a las hermanas de Rubén Espinosa Becerril, advirtió que se le impidió participar en la diligencia. Su cuestionario, supuestamente lo presentó la Procuraduría del DF.
Concluida la farsa, Javier Duarte emitiría un comunicado que exhibe su pobreza mental y el desdén institucional:
“Nunca he creído en el fuero, así que en un hecho inédito de la historia política y jurídica de México, personal de la Procuraduría del Distrito Federal estuvo presente en esta jurisdicción y recabó la información que yo pudiera aportar.
“En dicha declaración respondí a todas sus preguntas y dejo claro que me deslindo totalmente de los acontecimientos ocurridos el 31 de julio en la ciudad de México.
“Así como no creo en el fuero, tampoco creo en los linchamientos públicos que lejos de crear valor, alejan de la verdad y encubren a los verdaderos culpables.
“La Verdad nos hará libres”.
Asoma la soberbia. Había presumido Javier Duarte que respondería al interrogatorio de la Procuraduría. No fue así. Respondió a un cuestionario, un ardid para evitar ser replicado y presionado por la autoridad judicial.
Se deslinda del crimen de la Narvarte, de la muerte de Rubén y Nadia, que no cita por su nombre, que dice son “los acontecimientos ocurridos el 31 de julio en la ciudad de México”.
No cree en el fuero, dice Javier Duarte, tampoco en “los linchamientos públicos que lejos de crear valor, alejan de la verdad y encubren a los verdaderos culpables”.
Altivo, como siempre, evade el gobernador de Veracruz la razón del “linchamiento público” que lo ubica como el “asesino” de la Narvarte, acusado así en marchas, en pancartas, en mantas, entre gritos y lamentos.
Nadie vio a Javier Duarte empuñar el arma que acabó con la vida de Rubén, Nadia y las otras tres mujeres. Nadie observó golpearlos hasta morir. Nadie vio que violara a tres de las cuatro mujeres. Físicamente nadie lo vio ultrajar, torturar ni soltar el tiro de gracia.
Su culpabilidad radica en la represión de su policía contra Rubén Espinosa, agredido en mítines, en el desalojo de Plaza Lerdo, ahora Plaza Regina Martínez, el asedio cuando divulga las imágenes de los ocho universitarios, la madrugada del 5 de junio, en Xalapa, a manos de un grupo parapolicíaco, presumiblemente entrenado en la Academia El Lencero, la academia de policía de la Secretaría de Seguridad Pública.
Su policía lo reprimió. Sus agentes lo asediaban, lo seguían, le tomaban fotos, lo grababan, le decían que dejara de tomar fotografías o le ocurriría lo mismo que Regina Martínez, la corresponsal de Proceso, asesinada en Xalapa, el 28 de abril de 2012.
Eso es una amenaza de muerte. Y la profirió un funcionario del gobierno de Javier Duarte.
De ahí la responsabilidad del gobernador de Veracruz.
De ahí la culpabilidad de Javier Duarte, cuyo afán por enfrentar a la prensa crítica fue generando un clima de conflicto, hostigamiento, amedrentamiento, miedo, al grado de llamarle “manzanas podridas”, vinculados a las mafias, expresión de la delincuencia, sin identificar a cada quien por su nombre, sin reconocer que sus cuerpos policíacos sirven al crimen organizado.
Rubén y Nadia se fueron de Veracruz. Se acogieron al exilio. Buscaron refugio en el DF, suponiendo que la mano criminal y la mente perversa que los hostigaba y los amedrentaba, que los seguía y los intimidaba, no los alcanzaría en la capital del país. Calcularon mal y el viernes 31 de julio fueron asesinados.