* Quiere callar al sacerdote de los migrantes * Pastores evangélicos de la cuadra duartista * ¿Y si algo le ocurre a Solalinde? * Nahle no puede gobernar Veracruz * Jesús Lastra ya reportea en otros cielos * Su estilo, irritar; su compromiso, informar * Petroleros y también aviadores
¿De qué es capaz Javier Duarte? De todo. Increpa y hostiga a Alejandro Solalinde, con su voz y a trasmano, con lodo suyo y con la visión distorsionada de un puñado de pastorcillos evangélicos que pretenden reprimir y callar, o silenciar, al sacerdote defensor de migrantes.
Ínfima su moral, invoca el gobernador de Veracruz a un Dios que sabrá si oye a los impíos y le pide que Solalinde canalice “todo ese coraje y resentimiento que expresa contra las instituciones y lo pueda canalizar en contra de los verdaderos criminales”.
Llega el discurso de Javier Duarte cuando Solalinde Guerra, el director del albergue Hermanos en el Camino, tilda al gobierno estatal de Estado criminal que atenta contra los periodistas, que recuerda que Veracruz es una fábrica de desaparecidos y que aquí el crimen organizado toma a los indocumentados y los obliga a convertirse en sicarios.
Le dice Javier Duarte que ojalá pueda canalizar ese coraje contra “aquellos que tanto dañan y lastiman a nuestra sociedad, incluidos los migrantes y los periodistas que han sido afectados por ellos”.
Y luego diría: “Es una pena que se quiera aprovechar de la desgracia de hermanos que han vivido situaciones difíciles para sacar un provecho político al hablar de partidos y organizaciones partidistas; eso definitivamente no se vale, eso es inmoral y no es propio de una persona de Dios”.
Remata el gobernador con sus lastres mentales, los fantasmas y el delirio: “Es un hombre bueno —dice— que defiende una legítima causa, sólo que lamentablemente, hay personas que se aprovechan de él para jalar agua a su molino”.
Una frase irónica definió a un Javier Duarte que debe haber aprehendido teología en un curso por correspondencia: “Que Dios bendiga al padre Alejandro Solalinde”.
Y algo más: “Quienes buscan verdaderamente el bien común, deben ser factor de unidad, no de enfrentamiento, debemos unirnos en un mismo fin y propósito”.
Dios es grande, pero quizá no para atender el ruego de un artífice de la inseguridad y, con su omisión, del baño de sangre en Veracruz, gobernador del Estado fallido, ahora Estado criminal.
Día agitado para Alejandro Solalinde. Se hallaba en el café La Parroquia. Habló y convivió con jóvenes por la mañana. Luego saludó a un grupo que se hallaba a metros de distancia. No era prensa ni seguidores. Era un grupo de pastores evangélicos.
Uno de ellos, Víctor Villalbazo Hernández, cuestionó la visión de Solalinde sobre Veracruz. Le dijo: “Para mí, viene usted a dar un mal ejemplo. No hay una inseguridad total. Hoy vemos en las calles más elementos de la Armada de México, del Ejército Mexicano, los policías que vienen. Además sí hay libre tránsito y existe libertad de expresión”.
Sin exaltarse, cuestionaba al presidente de la Pastoral Social de Movilidad Humana Pacífico Sur del Episcopado Mexicano:
“No vamos a decir que es todo miel sobre hojuelas. Pero viene usted a hablar de Veracruz muy mal, cuando en Oaxaca las cosas están peor”.
Solalinde se acercó a su mesa. Los saludó. Se expresó con respeto. Recibió a cambio un reclamo directo, cargado de falsedad. “No hay inseguridad total”, le dijo el ministro Villalbazo. “Hay libre tránsito y libertad de expresión”.
Reviró Solalinde con una felpa brutal: “Me da gusto conocer a una Iglesia agradecida. Qué bueno que el gobernador sea su ídolo, pero yo hablo de Veracruz porque soy mexicano. Jesús me envió para hablar de la verdad”.
Y remató:
“Usted por ejemplo no habla de los periodistas desaparecidos, la persecución contra éstos, de los desaparecidos, de la corrupción. ¿Usted qué está haciendo al respecto, qué ha hecho usted? Qué pena que lo haya mandado el gobernador para decir eso. Yo discutiría con usted cuando quiera hablar de la fe, pero no ahora que lo mandan”.
Días antes los pastorcillos de Javier Duarte fueron vistos en la mesa del secretario de Gobierno, Flavino Ríos Alvarado. Niegan que les diera línea. Admiten ese encuentro.
A los periodistas que atestiguaron el choque verbal, les queda claro que “no fue un encuentro fortuito ya que su mensaje sonaba preparado”.
Sostienen los pastores que Oaxaca está peor. No es así. Allá no tienen 14 periodistas asesinados en cuatro años y medio del gobierno de Javier Duarte.
Existe en Veracruz libertad de expresión. No la usan los textoservidores, las plumas que se rentan al duartismo, los cómplices del silencio, los aplaudidores a sueldo, un ejército de inútiles que con nada, ni con el mejor de sus alaridos, podrían revertir la debacle de imagen de Javier Duarte, propiciada por el desgobierno, la crisis financiera, el rezago social y la violencia sangrienta.
Evidencian los pastores, en voz de Víctor Villalbazo, la sumisión de sus iglesias a un gobernante que dejó crecer al crimen organizado, que lo dejó pasar, que incumplió su obligación de otorgarle seguridad a la sociedad, pues fue más lucrativo que las instituciones terminaran siendo avalladas por la delincuencia. Duarte es su ídolo.
Dice Javier Duarte que Solalinde se expresa contra las instituciones de Veracruz. Falso. Alejandro Solalinde no ataca a Veracruz ni a sus instituciones. Fustiga a quienes las han pervertido, a quienes han dejado en la indefensión al pueblo, a quienes han ocultado la dimensión real de la desaparición de personas y el cementerio clandestino a lo largo de la entidad.
Solalinde no vive en el resentimiento sino en la verdad.
Exhibe la degradación de un gobierno manchado de sangre, con muertos a diario, con levantones y secuestros, con cuerpos que aparecen mutilados o con tiro de gracia, con ejecuciones a plena luz del día.
En su paso por Veracruz, Alejandro Solalinde cuestionó a la curia católica. Describió a un grupo de obispos de vida cómoda, gente de bien pero sin asumir la defensa de los veracruzanos.
Le responden con un llamado a la prudencia, a cuidar sus palabras, a no llegar a casa ajena y escandalizar.
Sin embargo, el obispo de Córdoba, Eduardo Patiño Leal, lo secunda. Solalinde no sólo habla mal de Veracruz, dice. No se tiene por qué callar una verdad si existe. De otra manera –afirma—, “¿cómo se resolverán si tapamos ojos y oídos?”.
Lava, pues, Javier Duarte sus lodos con afrentas, su lengua dispuesta para descalificar a quien viene a develar la verdad de los migrantes, su terrible realidad, muchos forzados a ser sicarios, otros al trasiego de droga, las mujeres a prostituirse.
Usa lenguaje provocador el gobernador de Veracruz, creído que Solalinde va a abdicar. Qué poco conoce al sacerdote de los migrantes, enfrentado a poderes mayores en su apostolado y en su misión por la dignidad, el rescate, la seguridad de quienes sólo buscan un mejor lugar para enfrentar la pobreza, la marginación, el olvido y la represión en sus países.
Mal tino el de Javier Duarte. Confrontar así a Solalinde implica un riesgo superlativo. ¿Qué pasaría si tras su violento discurso le ocurre algo al sacerdote de los migrantes?
Seguro que no lo pensó.
Archivo muerto
Morena sólo tiene dos opciones: Manuel Huerta Ladrón de Guevara, diputado federal saliente por el distrito II del DF, y Cuitláhuac García, diputado federal entrante por Xalapa Urbano. A dos se ajusta la lista de los candidateables para Veracruz, las cartas del Peje López Obrador. Manuel Huerta, xalapeño, con orígenes en Naolinco, proviene de UCISV-VER, la organización demandante de vivienda de los 80 y 90, para luego pasar al PRD, alcanzando dos curules, una de 1991 a 1994 y otra en el Congreso que está por fenecer, siendo el más crítico y contundente legislador de la Legislatura federal actual. Quien no reúne el requisito legal es Rocío Nahle García, ganadora de la diputación federal por Coatzacoalcos, y ahora coordinadora del grupo parlamentario del Movimiento de Regeneración Nacional en el Palacio Legislativo de San Lázaro, con un bagaje incuestionable en su lucha contra el desmantelamiento de la industria petrolera, aunque tormentosa en sus días en el perredismo. Dice la Constitución de Veracruz que para ser gobernador se requiere ser veracruzano por nacimiento o hijo de padre o madre veracruzano, aún habiendo nacido en el territorio nacional o en el extranjero (artículos 11 y 43). Rocío Nahle es zacatecana, nacida en Río Grande, el llamado Granero de la Nación. Su hermano es Arturo Nahle García, priísta, perredista, priísta, colaborador de Marcelo Ebrard, de Jesús Murillo Karam, secretario de gobierno con Ricardo Monreal en su estado natal, diputado federal, procurador de Zacatecas y ahora subsecretario en la SEDATU de Enrique Peña Nieto. Pudiera haber sido un as en la baraja de López Obrador para Veracruz, pero Rocío Nahle es originaria de Zacatecas. Y la Constitución de Veracruz le impide que lo gobierne, en el remotísimo caso de que Morena llegara a ganar la elección de 2016...
Rudo, perspicaz, a veces irritante, fustigaba a preguntas Jesús Lastra a sus entrevistados cuando rehuían la verdad. Unos lo evadían, otros admitían el reto, algunos más encontraban en el viejo periodista el canal para exponer la protesta, para vaciar el dato revelador, para dar la información precisa. Lastra, el callado Lastra, el bromista Lastra, el sociable Lastra, era ácido al hablar del sector público, de los corruptos, de las transas, de las fortunas malhabidas, del cinismo con que se roba el dinero del pueblo, del atesoramiento del poder. Y de eso escribía, su pluma indoblegable, donde cabía, donde le dieran cabida, donde lo aguantaran. Reporteó sin freno, en Importante, en Contacto, en Sotavento, en Diario del Istmo, en Tribuna, en Liberal, en Gráfico Sur, en Heraldo de Coatzacoalcos, en la radio, corresponsal de Uno Más Uno y luego de La Jornada. En cuatro décadas hizo periodismo crítico, aguerrido, sin dejar a un solo personaje que debiera ser confrontado con su realidad y la realidad del pueblo al que deseara gobernar, al alcalde o regidor, al diputado o gobernador o senador. Lo escuché quejarse de la viruta que producen las universidades de periodismo, “chavos que no saben ni qué chingaos preguntar”, me dijo en infinidad de veces. O “compañeros que nomás están pa’ chingarse un chayote”, reclamó enchilado y divertido. “Bueno, que las hagan pero con discreción”, y reía más. Fue periodista sin amor al dinero. Publicaba aunque no hubiera pago. Lo hacía por las simples ganas de que no se ocultara la verdad. Quiso ser un actor del presente. Pasó por el IFE como un consejero electoral que no transigía ni burlaba la ley, que obligaba a que partidos y candidatos, funcionarios y hasta a la sociedad, se apegaran a la norma electoral. Jesús “Chucho” Lastra ya reportea en otros cielos. Se fue cuando llegaba a los 71 de edad. Lo vi enfermo un día, a las puertas del Seguro Social, su presión baja, sin perder su espíritu crítico. “Y el pinche doctor quiere bajármela más, que porque me duele la cabeza”, me expresó. “Ha de ser gobiernista y me quiere matar”, soltó entre risas. Lastra se fue este viernes 28, agobiado por la enfermedad, sin que se pueda borrar de la mente esas entrevistas en que ponía a temblar al personaje público, que gozaban sus compañeros de batalla y que irritaban a los textoservidores. Para su familia, nuestra solidaridad. Para el periodismo de a de veras, una pérdida irreparable...
¿Cómo así?, pregunta Jairo, el amigo colombiano. Que trabajan en Pemex y cobran en la nómina del ayuntamiento de Coatzacoalcos. Les hace el favor conocido personaje cuyo argumento es que ahí, en la ex paraestatal, ahora empresa del estado, su clan de aviadores ganan una miseria y, por eso, sólo por eso, hay que apoyarlos para que los niños puedan seguir en colegios particulares, renovar la minivan de la señora, asegurar que cada año se den las merecidas vacaciones a las que todo cobra-sin-trabajar tiene derecho. Pero no hay dinero, dice la versión oficial...
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