Pésimo actor, ya no sabe Héctor Yunes cómo deslindarse de su raíz fidelista-duartista. Le llama lastre a Javier Duarte, le dice pasivo político, le imputa actos de corrupción, fallido gobernador. Olvida que siempre fue su jefe político.
Teatral, usa los reflectores de la prensa nacional para fingir la ruptura con el gobernador de Veracruz, arrastrado por la quiebra financiera, el caos de la violencia, la nave a la deriva y la corrupción de los priistas.
“Javier Duarte es un pasivo para tu campaña, casi un lastre”, le pregunta tácitamente afirmando Ciro Gómez Leyva, en Radio Fórmula, intentando aparentar que el cuestionamiento no es pactado.
“Sí, sí lo es, sí lo es”, responde el senador con licencia, hoy precandidato del PRI al microgobierno de dos años, con gesto recio.
Pasivo y lastre, difunden entonces los textoservidores de Héctor Yunes Landa, replicando la maroma sus bots de las redes sociales, en ese esfuerzo tan inútil como costoso por convencer a los que han de votar que ya inició el rompimiento de los tramposos con los sucios.
Y se lamenta de ver el debate entre el gordobés y el precandidato de la alianza PAN-PRD, Miguel Ángel Yunes Linares, por establecer quién es el más corrupto.
“Yo mismo le pedí (a Héctor Yunes) que empezara a criticarme”, dijo Javier Duarte el 23 de febrero, quitadísimo de la pena, con ganas de echarle a perder el teatro, exhibirlo o ridiculizarlo, restando a sus palabras todo rasgo de seriedad y mucho más de credibilidad.
Aún así, Héctor Yunes habla como si los veracruzanos fueran ajenos al acuerdo con el gobernador para intentar un deslinde que ni ellos dan por cierto.
Le ha exigido a Javier Duarte que aclare qué hizo con los 35 mil 421 millones de pesos enviados por el gobierno federal a Veracruz y que la Auditoría Superior de la Federación Determinó que no fueron aplicados, o los aplicaron mal, o inflaron el monto de las obras o dilapidaron los recursos, o simularon que reintegraban el dinero y luego lo desaparecían.
Le ha demandado a Javier Duarte que garantice la seguridad, depure las policías y acabe con la violencia.
Le ha prometido que aquel que haya incurrido en actos de corrupción, que le haya metido las manos al erario, que se haya enriquecido impunemente, tendrá que enfrentar la ley.
Le sirve el foro con Ciro Gómez Leyva para embestir y crucificar a Miguel Ángel Yunes, su primo, el panista que a diario lo exhibe y le recuerdo que Javier Duarte, Fidel Herrera y Héctor Yunes son los mismos y son lo mismo.
Yunes contra Yunes, el rojo atrae el tema del enriquecimiento y las propiedades en el extranjero. Javier Duarte tiene las suyas, las que exhibió Yunes azul, las que aparecen bajo la identidad de más de 40 prestanombres, los cómplices como Edgar Espinoso Carrera y su esposa, las que adquirió Mónica Macías Tubilla, cuñada del gobernador, y su esposo José Armando Rodríguez Ayache.
Yunes azul también posee un yate, que permanece en Cancún, acusa Héctor Yunes, y casas y departamentos fuera del país, una mansión en El Estero, en Alvarado.
Tildar a Javier Duarte de lastre y pasivo político es migaja verbal. “Yo mismo le pedí que empezara a criticarme”, le expresó el gobernador y Héctor Yunes acató.
Dice también que fue un error la moda de nominar candidatos jóvenes para las gubernaturas y luego llevarlos al poder. Y ahí tiene razón. Javier Duarte, Rodrigo Medina, Roberto Borge, Manuel Velasco han sido un fiasco.
Pero ahí, frente a Ciro Gómez Leyva, lo lastre de Javier Duarte es sólo un pretexto. Le sirve para despellejar a Yunes azul, imputarle que el Chapo Guzmán se le escapó aunque no haya en su época como director de Readaptación Social del gobierno federal, o atribuirle el boquete financiero del ISSSTE.
Pactado el “rompimiento”, categorizado el gobernador como lastre de la campaña del priista, responde Javier Duarte con dulzura tricolor. Dice que a cada golpe él hará uso del Twitter. A cada golpe, difundirá un resultado de su gobierno, como si los hubiera.
¡Critícame, Héctor, critícame!
Lastre le llama Héctor Yunes a su jefe político, como afirma en entrevistas que datan de inicio del sexenio, en videos que circulan en redes sociales, que exhiben la condición lacayo del hoy precandidato del PRI a microgobernador de Veracruz.
“Como gobernador y priista, Javier Duarte es mi jefe político”, expresaba con orgullo Héctor Yunes y su voz e imagen quedaban para la historia, sellados sus destinos, uno en calidad de gobernador y el otro en vías de ser su sucesor.
Fue Héctor Yunes secretario particular de Fidel Herrera, el que inició el desastre que hoy viven los veracruzanos, callado su fiel seguidor, omiso ante el saqueo, el atropello, el apropiamiento de las instituciones por una pandilla que hoy tiene en la quiebra a Veracruz.
Secretario particular de Fidel Herrera Beltrán, vio y calló la llegada de los Zetas, entregado el territorio a la delincuencia, y ni habló ni alertó de la pesadilla que estaba por venir. Así se ganó ser líder del Congreso estatal.
Bajo las faldas de Fidel, Héctor Yunes asumió la Subsecretaría de Gobierno, ahí los problemas de Veracruz, el conflicto social, la desigualdad, el atropello de los caciques, la tragedia de miles de veracruzanos, agraviados desde el poder. Y el silencio le habría de ser pagado.
Fidelista, duartista, dibuja a Javier Duarte como un lastre para su campaña. Y como un pasivo político.
Es show. ¡Critícame, Héctor, critícame!
Inútil, el deslinde no es creíble. Carece Héctor Yunes de la habilidad para engañar a los veracruzanos, para llevarlos al imaginario de la ruptura con el gobernador que tiene como misión tomar los recursos que no le reintegra a la Federación y de sufragar la campaña del PRI.
Javier Duarte es un lastre. Javier Duarte es un pasivo político.
Allá quien se lo quiera creer.
Archivo muerto
Don Rubén Pérez Andrade, honorable policía de Tierra Blanca, testigo del levantón, interrogatorio, supuesta muerte de los cinco jóvenes de Playa Vicente, fue cómplice por omisión y luego se volvió un ángel. Ajá. Cuenta qué ocurrió pero no el por qué. Con esa versión, se va confeccionando la Mentira Oficial, el cerrojazo al caso, el final de esta tragedia. Súbitamente surge la coartada de Roberto Campa Cifrián, subsecretario de Derechos Humanos de la Secretaría de Gobernación, con tintes idénticos al sonadísimo Ayotzinapa, donde 43 jóvenes desaparecieron y no se les halló. Oficialmente los levantó la policía de Iguala, los entregó al crimen organizado y éste los mató; quemó sus restos y los arrojó a un río. Se repite el guión en Tierra Blanca: levantón, asesinato, cuerpos quemados, molidos y arrojados a un río. Dice el honorable policía que habló aquejado por el cargo de conciencia. Ajá. Refiere el inigualable Rubén Pérez, que el móvil fue una venganza contra uno de los jóvenes de Playa Vicente, levantados en Tierra Blanca, el 11 de febrero, pero no detalla el por qué de la venganza. ¿Creíble? Ni en sueños. Javier Duarte, “Culín”, alias el fiscal de Veracruz Luis Ángel Bravo; Arturo Bermúdez, secretario de Seguridad y protector de policías que reprueban los exámenes de control de confianza, quieren sofocar el escándalo y acallar la repulsa social. Día que pase, día que la ira de los veracruzanos se traducirá en votos de castigo en la elección del 5 de junio. Y ahora maniobra Campa Cifrián con una versión que agravia aún más. Refutan los padres de los cinco jóvenes desaparecidos y acusan que mientras no haya pruebas de la muerte de los muchachos, se reservan su derecho a creer…
No da una Marissa Cabrera. O emite boletines con datos erróneos o impide la labor de los reporteros. Le da duro a la subdirectora de Comunicación municipal el Notisur, periódico de la cuadra marcelista, o sea de casa, porque todo tiene un límite y ella lo rebasó. Refiere el rotativo que en el desfile del Carnaval de Coatzacoalcos, el domingo 28, obstaculizó la labor de fotorreporteros y camarógrafos, les alzó la voz, los trató como menos, de quinta o de arrabal. Y no es la primera. Disparado su carácter, ínfulas de diva sin mérito ni virtud, Marissa Cabrera supone que así le lava la cara al alcalde Joaquín Caballero, cuyo mayor conflicto es de imagen, amén de los haberes financieros que comienzan a escasear. Un fiasco el Carnaval de Coatza y Marissa todavía tratando a los reporteros como si fueran esclavos a los que hay que azotar con látigo… Le viene otra a Saúl Wade León, alcalde real de Minatitlán desde la tesorería, y al alcalde títere, Jesús Damián Cheng Barragán. Se insubordinan los empleados municipales, pues el presidente municipal es una auténtica nulidad, sin voz ni voto, que le pide permiso al tesorero Saúl Wade, L’enfant terrible, hasta para respirar. Nadie está dispuesto a que le bajen el salario y los burócratas de Minatitlán menos. Por eso el conflicto. Por las violaciones a sus derechos laborales. Por la tiranía de un mozalbete que, reitero una vez más, supone que los dineros públicos son un regalo de Dios. A detalle el conflicto, en la que sigue…
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