Para agradar a su esposa
al mercado encaminó,
donde comprar pretendió
vianda exótica y sabrosa.
Pensaba hacerla dichosa,
provocar sus emociones;
en gratas cavilaciones
se la pasaba al buscar,
mas no lograba encontrar
la costalilla de ostiones.
Recorrió todo Alvarado
sin hallar lo que quería,
por lo que avanzado el día,
compró el ostión ya sacado.
Vivamente emocionado
y en presuroso tropel,
volvió a casa donde él,
en atención desbordada,
le prepararía a su amada,
un delicioso cóctel.
Peculiar afrodisíaco
presto llevó a su mujer
y hasta llegó a suponer
se ganaría un arrumaco.
Iba ajustándose el saco,
haciendo suposiciones,
pero alegres pretensiones
se convirtieron en nada
al decirle su adorada:
“¡ No me gustan los ostiones !”
“Con tantos años casados
y no conoces mis gustos ?
contigo solo disgustos
y vergüenzas he pasado”.
En fin, todo regañado
salió en aquella ocasión,
pero al sacar conclusión
creo lo tiene merecido,
porque nunca bien le ha ido
al que anda de lambiscón.