Transité de lado a lado
haciendo de esto y de aquello,
se fue blanqueando el cabello
de tanto camino andado.
Hice poco o demasiado
pero el tiempo que es el juez,
se fue con gran rapidez
y en misericordia inmensa,
me dejo una recompensa
como premio a la vejez.
De la nostalgia es consuelo,
bálsamo de cicatrices,
en policromos matices
un pedacito de cielo.
Con solo decirme –abuelo-
elimina mi amargura.
Manifestación más pura
del resplandeciente amor,
un cósmico portador
del encanto y la ternura.
De tanta amarga experiencia
y las múltiples caídas,
en nuestras fugaces vidas
nos hacen la diferencia.
Son inmerecida herencia
de risas, juegos y guiños.
Son encantadores niños
que con loca fantasía,
nos devuelven la alegría
y nos llenan de cariños.
Mis hijos son el sabor
que le disfruté a la vida
y hoy en colosal medida
me convierten en deudor.
Ese ser encantador
me ha atrapado en tierno lazo.
Tedio y congoja remplazo
por el gusto de estar vivo,
cuando amoroso recibo
de mis nietos tierno abrazo.