Madre, nada se compara
a tu celestial figura,
eres de divina hechura
como la gema más rara.
Reflejos de luna clara
sobre fuente cristalina.
Tienes la magia divina
que te concede el creador,
cuando semilla de amor
en tu cuerpo se germina.
Si el nacer asusta tanto
que brota el llanto a raudales,
unos brazos maternales
apaciguan ese llanto.
Es un arrullo su canto
colmado de mimos tiernos,
armoniza los inviernos
con su cálido corpiño
y el apetito de niño
sacian los senos maternos.
Nos ayuda al primer paso
y a la palabra primera,
sin dudar su vida entera
la da pedazo a pedazo.
De la alborada al ocaso
hemos de seguir su huella.
Sabes que cuentas con ella
viendo su rostro bendito,
o si está en el infinito…
en el guiño de una estrella.
Luz que en las sombras cintila,
el consuelo en las condenas,
bálsamo para las penas,
sosiego en noche intranquila.
Penélope que deshila
por hijo que ha de volver.
Siembras amor por doquier
pues en tu excelsa bondad,
tienes de ángel la mitad
y la otra mitad: mujer.