Para los emperadores y el pueblo romanos el enfrentamiento entre seres humanos y animales feroces, que generalmente concluían con los cuerpos de hombres ensangrentados y devorados por leones o tigres, constituía un hecho -además de divertido- separado de lo que ellos consideraban el orden legal.
Las víctimas del Circo eran esclavos o bien rivales capturados en conquistas.
A su vez, los griegos de la época pre-cristiana fueron creadores del concepto de la democracia pero ésta operaba bajo ciertas normas: una de ellas consistía en que ni mujeres, ni gente pobre, ni esclavos tenían acceso al voto.
En el siglo XVI, tras su arribo a la gran Tenochtitlan, los soldados españoles fueron apoyados por los frailes de diversas congregaciones católicas -franciscanos y dominicos, entre ellos- en el control, dominio y exterminio de las culturas nativas.
Los representantes de etnias como los Huastecos, Chichimecas, Totonacos, Mayas, Nahuas, entre muchas otras podían ser asesinados, violados, sometidos y esclavizados sin que mediase pudor alguno entre los conquistadores.
La razón: para los sacerdotes y soldados representantes del Imperio ibérico los nativos de Mesoamérica no tenían alma y por tanto no se les reconocía la categoría de seres humanos.
Matarlos era el equivalente a dejar sin vida a un animal.
La concepción del otro, del diferente, del ajeno a la fe, la cultura y el poder propio como un Ser inferior, forma parte de la historia humana.
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Hay elementos en el mundo contemporáneo que vuelven vigentes algunos aspectos bárbaros de viejas culturas; por más que de éstas hayamos heredado buena parte de su desarrollo filosófico o científico.
En la política, por ejemplo, asoman aspectos como la codicia que sigue marcando el comportamiento humano en pleno siglo XXI y en medio de la Revolución Tecnológica que vivimos.
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Los asesinatos de niños en Michoacán y Tabasco, como resultado de los procesos de descomposición social que se padecen en ambas entidades, es un elemento que prueba la anterior aseveración.
Me refiero a niños que mueren a balazos por haber estado en el sitio donde se desató una balacera o por ser hijos de alguien que resultó ejecutado por sus enemigos en el ámbito delincuencial.
En Veracruz, la muerte del joven cantante Gibrán David Martiz Díaz es motivo de un análisis particular.
En torno a este caso hay numerosas variables que deben tomarse en cuenta.
El muchacho fue ejecutado con un tiro de gracia. Fue víctima del crimen organizado y éste incluye la complicidad de policías al mando de la Secretaría de Seguridad Pública en la entidad; cuyo titular ha reconocido tal responsabilidad y anunció la detención de 7 de ellos.
Semejantes a Gibrán David Martiz Díaz, las estadísticas nos marcan un número muy amplio de jóvenes veracruzanos víctimas de la delincuencia.
Sus casos –empero- no son tratados en las mismas condiciones que el del cantante por razones mediáticas y políticas.
- Gibrán David Martiz Díaz trabajaba para TELEVISA, una poderosa empresa que durante más de medio siglo ha monopolizado –con la complicidad estatal- el discurso masivo vía la televisión, por medio de contenidos mayoritariamente anodinos y muchas veces dirigidos a la manipulación antes que al desarrollo cultural y educativo.
- Gibrán David Martiz Díaz murió físicamente y ahora vuelve a morir mediáticamente.
- La primera muerte le vino con un balazo en la cabeza y la segunda ocurre en las redes sociales, donde aparecen fotos suyas posando junto a armas y en actitud retadora.
- Desde la perspectiva de una parte de la sociedad usualmente insensible, así como de un sector político vinculado al poder por el poder mismo, Gibrán David Martiz es una estadística más.
- Para este mismo ámbito del Estado, Gibrán David es un elemento que permite golpear al rival político, subir el rating en la TV o constituye apenas un “caso” que “calienta la plaza”.
- Ligado o no a sectores fuera de la Ley, el joven veracruzano secuestrado con el apoyo de policías, es una víctima atroz por donde se le quiera ver.
- Su historia delata un escenario social y político del México y el Veracruz actuales donde las complicidades son el pan de cada día.
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La historia de Gibrán David -por sus características particulares- exhibe la pudrición de una sociedad en la que todos somos cómplices y cuyos gobiernos, ciudadanía, medios de comunicación y el crimen organizado construimos nuestro un Coliseo social e histórico donde todos somos víctimas directas o indirectas; consolidadas o potenciales.
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Apenas el martes 14 de enero, el Secretario de Gobernación Miguel Osorio Chong acudió a la graduación de las generaciones 7 y 8 de la Academia de Policía de El Lencero.
El reconocimiento –una semana después- de la participación de policías estatales en un caso de secuestro y asesinato implica la admisión de una falla estructural grave en el organismo responsable de la seguridad veracruzana.
Se pueden hacer aseveraciones políticas a partir de estos hechos; de hecho, se están haciendo ya.
El tema, sin embargo, es mucho más grave que una simple lucha de grupos de poder de cara a la futurología electoral.
Es el presente el que se nos sale de las manos y ello ocurre en muchos de los elementos que constituyen nuestra cohesión social e histórica.
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De un modo o de otro, todos caminamos paso a paso al espectáculo donde los leones y tigres terminan devorando a los esclavos.
¿Quién es esclavo de quién?
En un escenario tan voraz y sangriento como el del México actual, donde la injusticia social y la debilidad institucional crecen momento a momento, todos nos estamos esclavizando a todos.
Unos más, unos menos.
Esa es -acaso- la única, pequeña, cruel e injusta diferencia.