Extraordinaria, “La Jaula de Oro”, más que una película es un documental sobre el Crimen de Lesa Humanidad que constituye el fenómeno migratorio de Centro y Sudamérica en dirección al norte del continente, particularmente hacia Estados Unidos y con territorio mexicano como cementerio obligado.
A diferencia de la secuela de “X Men” o el estreno de “Godzilla”; el trabajo fílmico del mexicano Diego Quemada-Díez es visto por un número relativamente bajo de personas, pero éstas quedan marcadas por la historia de Juan, Sara, Samuel y Chauk: personajes unidos por la ilusión, el sueño, la búsqueda de un mejor destino; así como la solidaridad, el amor y la tragedia.
Se trata de una película de ficción cuyos personajes principales son interpretados por actores: Brandon López es Juan; Karen Noemí Martínez Pineda es Sara; Carlos Chajon es Samuel y Rodolfo Rodríguez es Chauk, un joven Tzotzil que se une al trío guatemalteco y comparte paso a paso sus avatares y sus contradicciones profundamente humanas.
Sin embargo, es al mismo tiempo un documental porque mezcla la participación de migrantes centroamericanos auténticos a su paso por territorio mexicano y expone escenarios reales sobre los crímenes que las mafias –incluyendo las oficiales- cometen día con día en contra de miles de mujeres y hombres cuya motivación esencial es la búsqueda de trabajo.
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La historia transcurre -en gran parte- a “lomo de la bestia”: el tren que parte de Chiapas, atraviesa Oaxaca, Veracruz, Hidalgo y llega al Distrito Federal y el Estado de México; para conectar a los migrantes con más rieles y más vagones en dirección al norte de México, la frontera de Baja California y finalmente Estados Unidos.
De los cuatro personajes que parten originalmente sólo uno logrará llegar al “sueño americano” y su poético final nos planta ante la pregunta: ¿para esto arriesgué la vida?
Un personaje más –luego de los primeros ataques- vuelve al basurero en el que busca el sustento diario y del cual intentó –infructuosamente- escapar.
Dos personajes pagarán de manera atroz su atrevimiento a cruzar la frontera de Guatemala, cruzar por México y llegar a Estados Unidos.
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El sábado 14 de junio del 2014, cuando los cines de Coatzacoalcos exhibían “La Jaula de Oro”, un comando armado atacó a ocupantes de “La Bestia” en el municipio de “José Azueta”, ubicado entre la región piñera de Isla, la cuenca del Papaloapan y la zona de Playa Vicente, atravesada por el río Tesechoacán.
El asalto cobró la vida de un migrante e hirió gravemente a dos más.
Un día antes, el viernes 13, el Cónsul de “El Salvador” Antonio Enrique Azúcar denunció en Acayucan que los crímenes contra migrantes continúan y afirmó que el gobierno de su país buscará nuevas medidas para evitarlo.
El viernes se denunció vía la diplomacia y el sábado la mafia respondió para corroborar el hecho: migrar de Centroamérica a Estados Unidos, atravesando el territorio mexicano, es poner en riesgo la vida, la integridad, la libertad; con amplias posibilidades de perderlo todo.
El mismo sábado, el cine lo señaló a través de un filme de referencia obligada, en el que se ubican sitios como Tierra Blanca, en Veracruz, convertidos en sede de secuestros y asesinatos descarados de migrantes, en muchos casos a manos de sus propios paisanos.
Aparecen también espacios entre Chiapas, Oaxaca y Veracruz, convertidos en territorios Zetas, donde la violaciones de los derechos humanos son sistemáticas y las desapariciones forzadas son asunto de todos los días con la complicidad de cuerpos policiacos.
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No es algo que esté ocurriendo en la Alemania Nazi.
Tampoco somos testigos lejanos de un drama en Bosnia, tras la caída de Tito.
Estos hechos están ocurriendo en Centroamérica, en México y en Estados Unidos.
Los gobiernos de los tres países son testigos y corresponsables de asesinatos masivos producto de la pobreza, de la ignorancia, de la falta de soluciones de fondo a la crisis económica de millones de personas y son mafias muy organizadas, sectores oficiales impunes y ciudadanos con dinero y poder convertidos en cazadores de seres humanos, quienes están cometiendo este holocausto frente a nuestra nariz y también ante nuestra cruel e inhumana indiferencia.