El “timing” con el que fue lanzada la iniciativa de la gubernatura de dos años no deja lugar a duda de que, como se vanaglorian los defensores de esa propuesta, contó con la venia del presidente Enrique Peña Nieto.
El día que concluyó la Cumbre Iberoamericana de Jefes de Estado en el puerto de Veracruz, Peña Nieto debía volar a Perú a las tres de la tarde, pero lo hizo varias horas después.
Ése habría sido el espacio en el que el gobernador Javier Duarte lo “convenció” de que le permitiera presentar su iniciativa ante el Congreso local, donde cuenta con mayoría para aprobarla, incluidos varios diputados de dizque oposición.
¿Por qué Peña Nieto accedió a entregarle el estado al grupo político que lo hizo perder en Veracruz su propia elección en 2012, y que lo ha metido en serios aprietos por su impericia política y su voracidad para enriquecerse y operar elecciones a costa del erario?
La respuesta la podemos encontrar en la caída de la figura presidencial a raíz de la desaparición de los normalistas de Ayotzinapa, de las ejecuciones en Tlatlaya, del escándalo de la mansión de Angélica Rivera en Las Lomas, y ahora, de la fragilidad económica de México, cuya estabilidad financiera pende de un hilo.
Enrique Peña Nieto es un presidente débil, sin autoridad moral y política. Y está visto, sin fuerza para contener las ambiciones de quienes en Veracruz pretenden torcer la ley para satisfacer sus particulares –y nocivos– intereses.
Porque no es por simpatía hacia el duartismo-fidelismo que Peña Nieto le firmó un cheque en blanco a esta corriente política para intentar enquistarse en el poder por dos años más. Simplemente, ya no pudo evitarlo. Tiene problemas más serios que atender, como su misma viabilidad como presidente de México, que cada vez está más en entredicho.
Y mientras Peña Nieto se ocupa de salvar su presidencia, a Veracruz se le deja a la deriva, en manos del grupo político más inescrupuloso de la historia del estado, que aprovechando esa circunstancia busca –porque todavía tendrán que ganar las elecciones en 2016– permanecer al menos otros dos años más al frente del Ejecutivo, con el único objetivo de borrar las evidencias del mal uso que se ha dado a los recursos públicos estatales, y de garantizarse a sí mismos impunidad.
Pero si Enrique Peña Nieto no puede frenar ni siquiera a los sátrapas veracruzanos, ¿cómo podrá enfrentar y solucionar todos los problemas del país? Si se doblegó ante un grupo político mafioso y saqueador, ¿qué podemos esperar de su “lucha” contra el crimen organizado? ¿A qué justicia se puede aspirar en México con un presidente reducido a su mínima expresión?
A toda máquina
El diario Reforma publicó este sábado, en su columna Templo Mayor: “todavía ni se concreta la reforma, pero ya hay candidato. Allá en Veracruz, el gobernador Javier Duarte promueve la instauración de un gobierno de sólo dos años, a fin de emparejar el calendario electoral estatal con el federal. Y en Xalapa se dice que quien quedaría al frente de esa mini gubernatura sería el vocero estatal, Alberto Silva, graaan cuate de Duarte. Ésa es amistad y no la de las películas de Pedro Infante y Luis Aguilar”.
Los aplaudidores de Silva de inmediato lo interpretaron –y vociferaron– como un destape de Reforma al “amigo” del Gobernador.
Sería bueno que alguien les enseñe a leer entrelíneas, y sobre todo que les expliquen el trasfondo de la relación de los personajes de la película “A toda máquina”.
Se llevarían una sorpresa.
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