A confesión de parte, relevo de pruebas. O a explicación no pedida, acusación manifiesta.
Estos axiomas resumen de manera puntual la manera como el senador Héctor Yunes Landa buscó justificar lo que es clarísimo: su pacto de complicidad con el gobernador Javier Duarte de Ochoa para que éste no bloquee e incluso apoye sus intenciones de ser candidato del PRI a gobernador el año que entra. A cambio, seguramente, de impunidad.
Durante su “informe de labores” de este domingo 19 de julio –que fue más bien un faraónico arranque de campaña, pagado quién sabe con qué dinero–, Yunes Landa afirmó que “no tengo ataduras que me impidan actuar por el bienestar de mi estado, mucho menos tengo ataduras ni pactos de los cuales avergonzarme”.
Mientras decía esto, un muy contento Javier Duarte le aplaudía a rabiar al senador que apenas a principios de este mismo año lo acusaba a él y su administración entera de haber llevado a la quiebra financiera a Veracruz. Que lo responsabilizaba de que el estado “siga hundido y saqueado”, como vociferaba a inicios de 2015, furioso por la aprobación de la gubernatura de dos años con la que el duartismo “madrugó” a todos los Yunes, rojos y azules.
Lejos quedaron los días en los que Héctor Yunes decía a voz en cuello que “en Veracruz ya estamos hasta la madre de seguir hundidos en la pobreza. Los veracruzanos queremos un cambio verdadero”. En el olvido quedaron los encendidos discursos de enero de este mismo año en los que señalaba con dedo flamígero que la gubernatura de dos años “huele a encubrimiento, huele a pacto de silencio, huele a acuerdo de impunidad, me huele a reparto de botín. Esta propuesta parece provenir de la sinrazón, originada en el capricho y fundada en la sospecha”.
Pero tras una intervención quirúrgica en la que pareciera que más bien le hubiesen practicado una lobotomía, y una visita del gobernador Duarte durante su convalecencia, nada quedó de aquellas arengas.
En su informe, Héctor Yunes habló de “castigar al corrupto con todo el peso de la ley”, pero precisando que “se trata de hacer justicia y no de cobrar venganza”, mientras desde la zona VIP del World Trade Center de Boca del Río lo escuchaban –esbozando una sonrisa– varios funcionarios y ex funcionarios de la presente y pasada administración estatal, sobre quienes pesan señalamientos por desvíos de recursos y enriquecimiento inexplicable.
Para que no quedara ninguna duda de con quién tiene Héctor Yunes ahora una alianza que “carece de caducidad”, llegó a su informe acompañado del mismo Javier Duarte de Ochoa, junto con sus respectivas esposas. Como si se tratara de posicionar la idea de un relevo anticipado, de una entrega de estafeta, o lo que es peor, de una sucesión dinástica.
La verdad, a nadie debería extrañar esta actitud de Héctor Yunes. En 2010, llamó a una rebelión al interior del PRI para que se rechazara la imposición de Javier Duarte como candidato a gobernador. Una reunión con el delfín de Fidel Herrera bastó para que abortara su intentona golpista, aunque en el camino dejó “colgados de la brocha” a todos los seguidores que le creyeron el discurso de la democracia interna y el no a las imposiciones.
Ahora sólo está repitiendo la dosis. Y como él mismo dijo, ni vergüenza le da.
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