Tras el multihomicidio en el que fueron asesinadas cinco personas en la colonia Narvarte de la Ciudad de México, entre ellas la activista Nadia Vera y el fotoperiodista Rubén Espinosa, una oleada de visiones encontradas, contrapuestas, han poblado las redes sociales y los espacios periodísticos de opinión.
Por un lado están quienes culpan directamente al gobernador de Veracruz, Javier Duarte de Ochoa, de estar detrás del crimen, de haberlo ordenado.
Se basan en los propios señalamientos hechos por Rubén Espinosa al abandonar el estado, quien acusó hostigamiento de parte del gobierno y del titular del Ejecutivo, así como en el testimonio de Nadia Vera, quien en una entrevista para un reportaje titulado “Veracruz: la fosa olvidada”, responsabilizó al mandatario de lo que pudiera ocurrirle a ella y a otros activistas reprimidos desde 2012 por el régimen en la entidad.
Algunos otros piden esperar los resultados de las investigaciones de la Procuraduría de Justicia del Distrito Federal y no “adelantar vísperas” ni juzgar a priori en uno u otro sentido. La versión oficial les parece suficiente.
Otro grupo defiende hasta la ignominia –o el fin del chayo, lo que pase primero- a Javier Duarte.
Considera “absurdo” culpar al gobernador de Veracruz de haber ordenado un crimen contra un comunicador y una activista incómodos para su administración, a quienes tachan de “revoltosos” y “paranoicos”. Incluso se atreven a decir que el Gobernador de Veracruz tiene las “manos limpias”.
Personal y periodísticamente, no tengo elementos de prueba para asegurar que Javier Duarte o alguno de sus colaboradores ordenó la dantesca masacre del pasado viernes 31 de julio. Tampoco los tengo para exonerarlos ni colocarles una aureola de santidad, que evidentemente no merecen.
Y por experiencia, las “verdades históricas” de las procuradurías no me inspiran confianza, habida cuenta de la inmensa corrupción que mueve la procuración e impartición de justicia en México.
Pero sí tengo una firme certeza, personal y profesional, y sin ánimos de convertirme en parte de un “tribunal mediático”: Javier Duarte sí tiene responsabilidad en los asesinatos de Nadia y Rubén.
Tiene una responsabilidad política, porque es el gobernador de este estado, sumido en la violencia, el terror y la barbarie desde que lo tomó el 1 de diciembre de 2010.
Es responsable de éstas y las otras 13 muertes de reporteros en Veracruz porque ha propiciado y alentado la vulnerabilidad de todos los comunicadores de la entidad, a quienes ha hostilizado, perseguido, difamado y criminalizado durante todo su mandato.
Nunca como ahora, el periodismo en Veracruz se había visto en tal situación de fragilidad. Si el duartismo no lo hubiera amedrentado, Rubén Espinosa no se hubiera ido del estado. Quizás estaría vivo y esta pesadilla no habría sucedido.
En este espacio se ha señalado antes: al generalizar con brutal ligereza verbal que los periodistas veracruzanos están coludidos con el crimen organizado, Javier Duarte nos puso en la mira a todos. A todos. Ahora cualquiera puede matar periodistas en Veracruz, pues seguramente “se lo merecía”, andaba en “malos pasos” o era una “manzana podrida”. Y en ese paquete están incluidos los “aliados” del régimen, que creen, ilusos, que están a salvo porque lustran con la lengua las suelas del aprendiz de dictador.
Seguramente nadie llamará a cuentas a Javier Duarte. Ni por los asesinatos de Nadia y Rubén, y me atrevería decir que por ningún otro de los múltiples latrocinios cometidos durante su sexenio, con todo y que están documentados.
Pero el juicio social y el de la historia, ya los tiene perdidos.
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