La costumbre de construir efigies para adorar, honrar o ensalzar a un personaje, real o ficticio, es tan antigua como la humanidad misma. Y como muchas otras costumbres, resulta anacrónica, anticuada y a veces, ridícula.
México está poblado de estatuas cuyo objetivo fue vitorear políticos y gobernantes de diferente estofa. Desde figuras históricas hasta auténticos sátrapas. Baste recordar las estatuas ecuestres del ex presidente José López Portillo. O el adefesio en honor a Vicente Fox que sigue colocado en el malecón de Boca del Río. Dinero tirado a la basura, sin ninguna utilidad pública, que ni siquiera se justifica para el desarrollo urbano.
Actualmente está de moda la tendencia de la derecha mexicana por reivindicar la figura histórica del ex presidente de México Porfirio Díaz Mori, quien gobernó al país durante más de tres décadas. Que se le reconozca como el transformador de México y hasta que se repatríen sus restos, que permanecen en Francia.
A un alcalde veracruzano, el orizabeño y ¿priista? Juan Manuel Diez Francos, se le ocurrió que era momento de aprovechar y subirse a la ola neoporfirista, y por sus pistolas, decidió colocar una estatua del dictador en una plaza pública de la ciudad, para lo cual buscó –y recibió- el respaldo de su Cabildo.
Ello ya ha provocado una amplia polémica entre sectores políticos y sociales no
sólo del estado de Veracruz, sino a nivel nacional. Entre quienes defienden la figura de Díaz casi como si fuera el padre de la patria, y los que lo defenestran como un tirano sanguinario, que se perpetuó en el poder y con ello provocó la más violenta revuelta armada de la historia de México. ¿Se merece una estatua Porfirio Díaz?
Díaz Mori fue un poco de todo. Sin duda, un héroe por su actuación militar durante la guerra de Reforma y la intervención francesa, donde luchó al lado de otra figura histórica polémica, Benito Juárez, a quien los neoporfiristas odian con fervor, a pesar de que ambos defendieron las mismas causas y pelearon contra los mismos enemigos.
También fue el mandatario a quien se debe la industrialización de México y un desarrollo económico como nunca lo había visto el país en el siglo precedente. Su mayor legado, que a la fecha sigue vigente, aunque semiabandonado, es el tendido de vías férreas que comunicó a todo el territorio nacional.
Las contribuciones de Porfirio Díaz al país son innegables. Como tampoco se puede negar el gran costo social que tuvieron. La desigualdad en el desarrollo, que privilegió a unos pocos –lo que no ha cambiado mucho- y mantuvo en la marginación y la pobreza a la mayoría de la población del país.
La represión sangrienta de la disidencia y la censura violenta a la libertad de expresión, condición sine qua non para que una dictadura se mantenga en el poder.
Porfirio Díaz fue colocado del lado de los villanos de la historia de México por quienes lo derrocaron y fundaron el sistema político que aún rige en el país. Su figura histórica merece, sin duda, una revisión y análisis imparcial para darle su justa dimensión.
Lo que resulta inaceptable es que un presidente municipal como Juan Manuel Diez tenga como prioridad colocar una estatua, cuando el municipio que gobierna, Orizaba, vive asolado por la violencia, el desempleo y la falta de oportunidades de desarrollo.
Que disponga de recursos públicos –como la plaza pública en la que pretende colocar la efigie que, supuestamente, costeará con dinero de su bolsa- para homenajear a un político muerto hace cien años, en lugar de llevar servicios a las colonias alejadas del centro de la ciudad.
Si tanto admira Juan Manuel Diez a Porfirio Díaz, debería colocar la estatua en el jardín de su mansión. Orizaba, Veracruz y México no están para tanta frivolidad. Aunque al alcalde eso le “vale madre”.