Aunque para los fieles seguidores de Andrés Manuel López Obrador y su Movimiento de Regeneración Nacional (Morena) la especie es un absurdo, cada vez suena más verosímil y con mayor fuerza la versión de un acuerdo o “alianza de facto” entre el lopezobradorismo y el priismo veracruzano para atajar el paso a la alianza PAN-PRD.
En su columna del miércoles 27 de enero, titulada “Alianzas tóxicas”, el bien informado periodista Raymundo Rivapalacio refiere el impacto que las coaliciones entre el PAN y el PRD pueden tener en los comicios estatales que se celebrarán este año en varias entidades, siendo Veracruz la más importante.
“La alianza más tóxica para el partido gobernante es en Veracruz, el tercer estado con mayor peso electoral (7.0 por ciento), cuyo gobernador Javier Duarte tiene rendimientos decrecientes”, señala Rivapalacio. Y agrega:
“La alianza los convierte en altamente competitivos, y llevó a Duarte a pactar con el diablo. Para ayudarse y evitar la derrota, estableció nexos con Andrés Manuel López Obrador, para que Morena le ayude en dispersar el voto de oposición, a cambio de apoyos políticos y económicos. Morena se convirtió en la tercera fuerza en el estado en las elecciones de diputados el año pasado”, sostiene el periodista.
El análisis de Rivapalacio está lejos de ser un disparate. Es conocida la postura actual de López Obrador en contra de las alianzas, a pesar de que el crecimiento de su corriente política, que le permitió a la postre crear su propio partido, se fincó en innumerables alianzas y no precisamente con los políticos más honorables del país. Era pragmatismo, puro y duro.
Con el surgimiento de Morena -al que se le concedió su registro como partido político poco antes de las discusiones sobre la reforma energética, durante las cuales López Obrador guardó un sospechoso silencio-, el partido que más ha resentido la escisión de la izquierda es precisamente el PRD, que para salvarse de desaparecer del firmamento electoral emprendió una complicada estrategia aliancista con el PAN, como la que está por concretarse formal y legalmente en Veracruz este fin de semana.
Y hacia allá ha dirigido sus baterías el “Peje”, que cada vez que se para por Veracruz le “atiza” con todo a la alianza entre la izquierda y la derecha, mientras dedica tenues críticas al desastre que ha provocado en Veracruz el fidelismo en el poder los últimos once años. Al gobernador Javier Duarte de Ochoa y a su antecesor Fidel Herrera Beltrán, apenas si los toca.
En cambio, para el casi seguro candidato del PAN-PRD, Miguel Ángel Yunes Linares, tiene toda clase de epítetos y de referencias a su actuación como secretario de Gobierno en el sexenio de Patricio Chirinos Calero, en el cual, y eso también es cierto, se distinguió por su mano dura contra la disidencia y por inhibir la crítica periodística.
Pero López Obrador parece estar más interesado en torpedear la alianza entre el PAN y el PRD que en señalar los abusos y corruptelas del gobierno priista que tiene a Veracruz sumido en la peor crisis económica y de seguridad de su historia. Los priistas lo saben y a eso le apuestan, a que Morena les quite votos a los demás partidos opositores.
Y para alimentar las sospechas sobre el papel del lopezobradorismo en estos comicios, baste señalar que un hermano del “Peje”, Arturo López Obrador, se ha dejado ver apoyando abiertamente actos anticipados de campaña de Juan Manuel del Castillo, subsecretario de Finanzas estatal que busca ser candidato del PRI a la diputación local por Córdoba, y que es uno de los más cercanos amigos del gobernador Javier Duarte, así como su operador financiero en la Secretaría de Finanzas y Planeación y uno de los responsables, entre otras cosas, del retraso en el pago de pensiones a los jubilados y la retención de las participaciones federales a los ayuntamientos.
López Obrador es cualquier cosa, menos ingenuo. Tendrá que demostrar que de verdad busca un cambio para Veracruz. De lo contrario, se convertirá en un mero esquirol a sueldo del PRI.
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