Cuatro hechos de violencia de alto impacto marcaron este fin de semana al estado de Veracruz.
El sábado a mediodía, sujetos armados irrumpieron en la iglesia de Santa Rita, en el puerto de Veracruz, y en medio de la celebración litúrgica se llevaron a una persona de nombre Abraham Agustín Ureña Estrada, de cuyo paradero nada se sabe hasta el momento de escribir estas líneas, pero que para no variar, ya fue señalado como integrante de la delincuencia organizada por las autoridades estatales.
Por la madrugada del domingo, en Xalapa, tres hombres fuertemente armados entraron al bar “Madame” y abrieron fuego contra los parroquianos. El saldo oficial es de cuatro personas muertas y más de una docena de heridos, cuyo estado de salud se reporta como grave.
Esa misma noche, pero en la ciudad de Orizaba, se suscitó un enfrentamiento a balazos entre presuntos criminales y la policía estatal en otro bar, el “Bulldog”, dejando un muerto, de nombre Luis Alberto Carrera Rodríguez, señalado por el gobierno estatal como “peligroso criminal, integrante de la delincuencia organizada”.
La tarde de este mismo domingo, en la comunidad El Polvorón, en el municipio de Cuitláhuac, se registró un ataque que habría dejado al menos dos muertos, aunque al momento de la redacción de este texto aún no había información oficial disponible.
Todo lo anteriormente reseñado ocurrió en el transcurso de dos días, en cuatro municipios distintos. Una oleada de violencia sangrienta que se da exactamente a dos semanas de que se celebren las elecciones de gobernador en el estado de Veracruz.
Infundir miedo entre la población siempre ha sido una estrategia para inhibir la participación ciudadana. Y es sabido que una de las mejores armas de los regímenes autoritarios para controlar los resultados de los comicios es el abstencionismo.
Porque cuando la participación ciudadana es alta, generalmente los resultados le son desfavorables al gobierno y a su partido. Más aún, en un escenario de alta polarización como el que se vive en Veracruz, propiciado por el propio régimen y sus campañas de odio.
Ya se han vivido antes en Veracruz situaciones similares. Tanto las campañas de 2004 como las de 2010 transcurrieron en medio de hechos violentos que arreciaron hacia el final de las contiendas, sobre todo en ciudades consideradas estratégicas. Y no hay que olvidar que hace un año, a dos días de la elección de diputados federales, jóvenes universitarios fueron brutalmente golpeados en Xalapa por un grupo armado y bien entrenado para esas tareas.
Por supuesto que no hay manera de probar fehacientemente que sea el gobierno de Javier Duarte de Ochoa el que de manera deliberada ocasiona la violencia que cimbró a los veracruzanos este fin de semana. Pero en política, y sobre todo en temporada electoral, las coincidencias y las casualidades no existen.
Y al menos por omisión, por ineptitud y por necedad, la administración de Javier Duarte es la responsable de este clima de inseguridad, de miedo y de crispación. Y por lo visto, viene lo peor.
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