Al todavía gobernador de Veracruz, Javier Duarte de Ochoa, se le revierten en muy poco tiempo las falsedades que se ha dedicado a colocar en los medios de la capital del país durante la “gira del adiós” con la que pretende limpiar su imagen antes de entregar el poder.
Sólo pasaron dos días para que el “respaldo” y la “extraordinaria relación” que dijo tener con el presidente Enrique Peña Nieto quedaran exhibidas en su justa dimensión: la de la frialdad y el rechazo.
Como era de esperarse, durante la visita de Peña Nieto este jueves a Veracruz para encabezar la ceremonia de graduación de los cadetes de la Heroica Escuela Naval, Duarte apenas si pudo acercarse al presidente.
No fue el encargado de recibirlo ni de despedirlo en el aeropuerto, como protocolaria y políticamente sería lo conducente, y apenas si le permitieron seguirlo cuando arribó a las instalaciones de la Armada de México.
Para mayor escarnio, Duarte fue colocado lo más lejos posible de Peña en el presídium de la ceremonia, a cuatro lugares, lo que le valió ser vapuleado con memes en las redes sociales, precisamente, tomando como base esa afirmación de “respaldo” presidencial que hizo el martes en el noticiero matutino de Ciro Gómez Leyva.
La molestia de Peña Nieto con Duarte es manifiesta e inocultable y se la hace sentir en público, a sabiendas de que con eso desarma la estrategia de defensa mediática que ha emprendido el mandatario veracruzano, al que le quedan 110 días para dejar la gubernatura. Días que parecen una eternidad.
Tan no hay tal respaldo de Los Pinos, que mientras Peña Nieto desairaba a Duarte en la misma entidad que aún gobierna, se daba a conocer que la Auditoría Superior de la Federación (ASF) presentó nuevas denuncias penales contra administraciones estatales por simulación de reintegro de recursos federales correspondientes a la Cuenta Pública de 2014, con Veracruz, para no variar, a la cabeza.
La ASF denunció, otra vez, al gobierno de Duarte ante la PGR por el desvío de cuatro mil 770.2 millones de pesos, de un total observado a seis entidades federativas por ocho mil 25.6 millones de pesos.
En Veracruz se concentra ni más ni menos que 59.4 por ciento del monto de lo que se simuló reponer a la Hacienda federal en todo el país en ese ejercicio fiscal.
Sin embargo, las puras señales no bastan. El que Duarte y sus colaboradores sean exhibidos como corruptos y ladrones, el que Peña Nieto le aplique la “congeladora” al gobernante saliente, no sirve más que para desahogar la indignación popular. Pero eso no es suficiente, en absoluto.
La única señal válida que esperan los veracruzanos es la de la aplicación de la ley y la búsqueda de justicia.
De nada sirven el escándalo mediático, la descortesía política e incluso las denuncias penales, si no terminan acompañadas por vinculaciones a proceso judicial y, sin exagerar, órdenes de aprehensión.
Todo lo demás es pirotecnia, fuegos de artificio para calmar las “ansias de sangre” del pópulo.
En la última parada de su gira de medios, en entrevista con el diario El Universal, Javier Duarte afirmó que no se ve en la cárcel al término de su mandato –y quizás no le falte razón, al menos no de inmediato-; que se va “con el ánimo del deber cumplido, con la frente muy en alto”, con todo y que, como él mismo aceptó, se irá por la puerta de atrás, pues ni siquiera tendrá el valor de entregarle el poder personalmente a su sucesor.
Pero algo dijo que es cierto, aunque como siempre, a medias: “la historia ha de poner a cada quien en su lugar... y en ese mismo sentido la historia me va a calificar”.
La historia, Veracruz y los veracruzanos ya lo calificaron desde el 5 de junio. La sentencia es inapelable.
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