Desde su reaparición en la Primera División de la Liga Mexicana de Futbol Profesional por allá de las décadas de los 80-90 del siglo pasado, el club Tiburones Rojos del Veracruz ha sido utilizado por el poder político para lavar su imagen y, particularmente, hacer grandes negocios con el erario.
Dante Delgado Rannauro, Miguel Alemán Velasco, Fidel Herrera Beltrán y Javier Duarte de Ochoa se “colgaron” de los Tiburones Rojos para buscar congraciarse con la ciudadanía durante el periodo en que fungieron cada uno como gobernadores del estado.
La manipulación política del club respondía a jugadas populistas para que esos gobernadores se mostraran cerca del “pueblo”, aunque ningún beneficio le trajera eso a la entidad.
Ni siquiera emocional, pues los Tiburones han sido siempre un equipo más bien mediocre, con dos o tres temporadas relevantes en los últimos 20 años.
Aunado a ello, el club ha servido para realizar pingües negocios con dinero público, pues el gobierno de Veracruz decidió invertir en la compra de los derechos de la franquicia en el sexenio de Miguel Alemán, época en la que fungió como administrador y socio el empresario taurino Rafael Herrerías, gran amigo del gobernador en turno y de quien se sospechaba fungía como su prestanombres.
Al arribar al poder Fidel Herrera, presionó la salida de Herrerías del club y el gobierno estatal tomó por completo el control, al grado de que en sus conocidos y habituales arranques de megalomanía, aquel gobernador se tomaba la atribución de opinar, y muchas veces imponer, las alineaciones para enfrentar los partidos en el estadio Luis “Pirata” de la Fuente.
El resultado era inevitable: en 2008, los Tiburones Rojos descendieron a la Primera División “A”.
Por aquella misma época hizo su aparición en el negocio del futbol profesional el empresario orizabeño Fidel Kuri Grajales, quien adquirió la franquicia de los Tiburones de Coatzacoalcos –filial de los Tiburones Rojos- y la convirtió en la de los Albinegros de Orizaba, equipo que utilizó como plataforma para sus propias aspiraciones políticas, al grado de prometer la construcción de un estadio en la Pluviosilla que nunca se concretó, pues el gobierno estatal no cumplió con su promesa de invertir en ello.
Una serie de malos manejos cometidos por el administrador de los Tiburones Rojos hacia el final de la era de la “fidelidad”, Mohamed Samir Morales –acusado de evasión fiscal y fraude y por lo que incluso cayó en prisión- llevó a la Federación Mexicana de Futbol, en junio de 2011, a decretar la desafiliación del club, por lo que el gobierno estatal tomó la decisión de recuperar su filial, que ya era la de Albinegros, para que no desapareciera el equipo porteño.
Enfurecido por la jugarreta que le hizo el gobierno, para entonces encabezado por Javier Duarte, Kuri Grajales compró la franquicia de los Reboceros de La Piedad en la división de ascenso.
Y en un golpe de suerte, salieron campeones en mayo de 2013, lo que se convirtió en una inmejorable oportunidad para que el empresario negociara con el gobierno de Veracruz –dueño de los derechos de la marca- el retorno a la Primera División de los Tiburones Rojos, lo que se concretó de inmediato, en el torneo de apertura de ese mismo año.
Desde entonces, el equipo fue usado como un arma propagandística en favor del régimen y de Fidel Kuri, quien actualmente es diputado federal por Orizaba y aspira a ser candidato del PRI la alcaldía de esa ciudad el año entrante.
Los términos del acuerdo entre Fidel Kuri y Javier Duarte de Ochoa no son públicos. Pero a finales del año pasado se reveló que en noviembre de 2013 el gobierno estatal y la empresa Promotora Deportiva del Valle de Orizaba firmaron un convenio en el que a la segunda se le cedían, a título gratuito, los derechos del uso de la marca, del estadio “Pirata” de la Fuente y todos los demás bienes del club.
La semana pasada, Javier Duarte envió dos oficios al Congreso del Estado para cederle a la empresa de Fidel Kuri, también a título gratuito, las instalaciones de un centro deportivo de alto rendimiento y una fracción de terreno, ambos en el municipio de Boca del Río, como pago de una “deuda” de la que nadie tiene información alguna. ¿A honras de qué son esos regalos?
Sin representatividad social fuera de la región central del estado, y sin significarle a la entidad ningún beneficio plausible, lo único que los Tiburones Rojos del Veracruz siguen representando es una insultante sangría de recursos y una fuente de negocios con el erario para una clase política insaciable y sin escrúpulos, que ahora, sin pudor, busca congraciarse con el régimen que asumirá el poder el diciembre.
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