La XXII Asamblea Nacional del Partido Revolucionario Institucional, a celebrarse los días 9 y 10 de agosto próximos, promete ser un verdadero choque de trenes. Y no se trata de un mero lugar común.
La discusión sobre la posibilidad de la apertura de los requisitos de ese partido para la postulación de candidatos a cargos de elección popular amenaza con descarrilar esa vieja locomotora que ha logrado mantenerse unida durante poco más de ocho décadas, gracias a la posibilidad de alternar el ejercicio del poder entre sus grupos internos, pero que en la actual coyuntura no tiene ninguna garantía de permanencia.
El tema central que ha acaparado el debate de la asamblea priista es si se eliminan de los estatutos del PRI los llamados “candados” para la postulación de candidato a la Presidencia de la República, que actualmente exigen contar con militancia comprobada de por lo menos diez años y haber ocupado antes un cargo de elección popular.
El argumento esgrimido por el peñismo a través del presidente nacional priista, Enrique Ochoa Reza, es que en la actualidad los “candados” serían incluso inconstitucionales, así como un arcaísmo político. Sin embargo, la verdadera intención del grupo gobernante es impulsar una figura que no esté necesariamente asociada al viejo PRI, que vive uno de los momentos de mayor desprestigio de toda su historia –y eso ya es mucho decir- gracias a que consintieron la brutal corrupción de personajes como el ex gobernador veracruzano Javier Duarte, cuya sombra parece perseguirlos como la peste.
Bajo esa lógica es que se maneja a nivel de expectativa que la intentona peñista por abrir los “candados” lleva dedicatoria para el secretario de Hacienda y Crédito Público, José Antonio Meade, o incluso para el de Educación Pública, Aurelio Nuño. Ambos, tecnócratas sin trayectoria priista. El primero, incluso, sin militancia siquiera.
Como era previsible, el ala más dura del PRI salió a manifestar su rotundo rechazo a esta posibilidad. De hecho, desde el nombramiento mismo de Ochoa Reza como dirigente nacional, el llamado “Bronx” priista sacó la cabeza del agujero para constituirse en una “corriente crítica” dentro del Revolucionario Institucional, postura que ha reafirmado ante la pretensión de reformar los estatutos del tricolor, lo que rompería los equilibrios que han permitido el rejuego político que a su vez hizo posible la supervivencia de ese partido bajo distintas máscaras ideológicas, pero un mismo fin: el poder.
La reunión de Enrique Ochoa Reza con ex gobernadores priistas el pasado viernes 4 de agosto fue un claro ejemplo de lo anterior. Los ex mandatarios, muchos de ellos personas de la tercera edad que llegaron al encuentro acompañados de paramédicos, se pronunciaron por mantener al PRI para los priistas.
En el grupo de ex gobernadores se encontraba ni más ni menos que el veracruzano Fidel Herrera Beltrán, en su primera aparición en un acto político desde su salida del Consulado de México en Barcelona, y a quien no pudieron impedirle que saliera en la foto grupal, por más que Ochoa Reza lo esquivó en todas las demás.
Si hay un representante del priismo más dinosáurico, ése es Fidel Herrera Beltrán. Y son ellos, los “dinosaurios”, las figuras emblemáticas de las peores y más anacrónicas prácticas de la política de este país, los que están empujando en contra de la apertura de un partido que se encuentra en la mayor encrucijada de su existencia. Y que si no se reinventa se encamina, como los grandes lagartos del Mesozoico, a su extinción.
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