Si a nivel nacional el manejo oficial de la pandemia de la covid-19 ha sido un desastre –más de 32 mil muertos y uno de los índices de letalidad más altos del mundo así lo demuestran-, en estados como el de Veracruz la catástrofe no es menor.
Más preocupadas por la grilla política –que incluye reformas electorales a modo- que por la salud de los veracruzanos, la actuación de las autoridades -sanitarias y políticas- en la entidad ha sido por lo menos errática. Cuando no displicente y temeraria.
Tanto en el caso del gobierno federal como en el de Veracruz se dejaron pasar semanas para establecer medidas de prevención que quizás hubiesen ayudado a salvar vidas. Costo que ahora pretenden trasladarle a la propia población afectada, a las víctimas de la criminal negligencia oficial, estigmatizándola.
No pueden interpretarse de otra manera los vaivenes en el discurso gubernamental: se habló de una “nueva normalidad” y se invitó a la población a retomar sus actividades cotidianas con la pandemia en ascenso, lo que provocó que se disparasen las cifras de contagios y defunciones de manera imparable y que ya incluyen en su lista a muchos que fueron escépticos respecto de la gravedad de la emergencia.
Ahora, a esas cifras diario se les adosan “convenientemente” todas las comorbilidades que, valga decirlo, desde un principio se sabía que podían complicar gravemente las condiciones de salud de una persona infectada por el coronavirus SARS-Cov-2. El problema es que aun sabiéndolo, los responsables del área de salud siguieron adelante con una estrategia destinada al fracaso, pues no buscaba la prevención, sino únicamente la contención.
Y es que lo que también sabemos hasta ahora es que lo único que en realidad les importaba era mantener el cupo en los hospitales y evitar que se hablara de saturación para afirmar que la curva de contagios se “aplanaba”. Aunque para lograrlo se dejaran de aplicar pruebas y a pacientes con síntomas de covid-19 se les mandara a morirse a sus casas con su receta de paracetamol en mano.
Los resultados están a la vista y ni siquiera hace falta comparar nuestras trágicas cifras con las de otros países, por una sencilla razón: los 32 mil 14 muertos a nivel nacional y los mil 838 registrados en Veracruz hasta el reporte de la noche de este martes 7 de julio –que además todos sabemos y el mismo gobierno admite que están muy lejanos de los que hay en realidad- no eran números, sino seres humanos que han dejado familias rotas. Solo eso debería bastar para que alguien asumiera alguna responsabilidad.
Pero ya sabemos que desde el 1 de diciembre de 2018 la culpa de todo lo que sucede en México es de otros, del pasado, del “prian”. De cualquiera, de todos, menos de quienes buscaron obsesivamente el poder durante años y una vez ahí, no han estado a la altura de las circunstancias. Vaya, esos muertos ni siquiera les valieron una mención de respeto y duelo en las pantomimas denominadas “informes” que montaron en los últimos días para “celebrar” que ganaron unas elecciones hace dos años. La vileza en su máximo esplendor.
Pero esa factura, tarde que temprano, ahora o después, en el presente próximo o en el futuro mediato, la tendrán que pagar.