En el gobierno que encabeza Cuitláhuac García Jiménez ya no saben qué hacer para detener su debacle, que todos los días muestra nuevos signos de la descomposición que se extiende por todas sus áreas.
Ensoberbecido por un poder que jamás imaginó tener, confiado en que con el apoyo del presidente Andrés Manuel López Obrador le basta para sostenerse a pesar de su incapacidad manifiesta para gobernar, Cuitláhuac García lleva a Veracruz, cada vez con mayor celeridad, hacia un despeñadero en materia económica y de seguridad que, por desgracia, ya hemos vivido antes en el estado.
Los episodios de terrorismo criminal de días pasados con la ejecución y abandono en la vía pública de más de diez cuerpos humanos torturados, nos remontan al inicio del sexenio de Javier Duarte de Ochoa, cuando comenzó una de las etapas más oscuras de la historia moderna de la entidad y que empezó igual, con tiraderos de cadáveres. Ya sabemos cómo terminó.
A ello hay que sumar la violencia política. En un ánimo represor que no se hubiese esperado de un académico supuestamente “progresista”, el régimen de Cuitláhuac García se embarcó en un callejón sin salida con la reforma del Código Penal que llevó a la tipificación del delito de ultrajes a la autoridad, con el cual el gobierno estatal ha perseguido a adversarios políticos y ha reprimido a quien se atreve a protestar contra su desastrosa manera de gobernar. Y de paso, le dio paso libre a la policía estatal para cometer todo tipo de abusos. El más reciente, el robo de la nómina de una empresa local.
Mientras las corporaciones de seguridad están “ocupadas” persiguiendo ciudadanos, nadie se puede sentir a salvo en ningún rincón de la entidad. Y menos, si milita en la oposición partidista o es crítico del régimen. Tan solo este domingo fue asesinado el dirigente municipal del PAN en Yanga, Raúl Castillo, lo que ya provocó airados reclamos de la nueva dirigencia de ese partido en el estado, que a diferencia de la anterior no le va a lavar la cara a un gobierno que, en el mejor estilo de la “cuarta transformación”, es incapaz de reconocer sus carencias y pifias y recurre al gastado recurso de culpar al pasado. Cuando ya va a la mitad de su administración.
Las consecuencias las está pagando caras. La Comisión Nacional de Derechos Humanos emitió a finales del año pasado senda recomendación en contra del mismo Cuitláhuac García por los abusos de autoridad cometidos por su gobierno. Y la comisión en el Senado de la República impulsada por Ricardo Monreal y Dante Delgado tras la detención del operador de ambos, José Manuel del Río Virgen, continúa documentando todas sus tropelías con miras a aplicar una posible desaparición de poderes en el estado, que si bien es poco probable que llegue a concretarse, no deja de sentar un precedente y representar una marca funesta para el que ya se consigna en medios nacionales e internacionales como el peor gobernador de México.
Desesperado, Cuitláhuac García recurre a todo tipo de desfiguros para hacer creer que cuenta con fortaleza política y apoyo popular. Lo mismo se confecciona encuestas a modo que manda a los empleados estatales y a los diputados locales de Morena a que lo “defiendan” de las críticas y los señalamientos a su infame manera de gobernar. Y ahora hasta se inventa “convenios” con la jefa de Gobierno de la Ciudad de México y favorita del presidente López Obrador para sucederlo, Claudia Sheinbaum Pardo, con tal de tomarse la foto con ella. ¿El resultado? Una tunda en redes sociales, tiro por viaje, que refleja su descrédito.
La única manera de evitar la caída libre sería dar un golpe de timón y hacer cambios en áreas sensibles y que enfrentan serios señalamientos, como en la Secretaría de Gobierno, o que de plano son una nulidad, como en la Secretaría de Seguridad Pública. El problema es que Cuitláhuac García ni siquiera fue quien colocó ahí a sus titulares. ¿Cómo podría quitarlos?
Cuitláhuac García es un gobernador enclenque, que está cerca de quedar desfondado. Y los vacíos de poder siempre se llenan. Muchas veces, de la peor manera.
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