Las últimas semanas hemos sido testigos de grotescos actos de clientelismo político y de manipulación de las leyes para fines electorales particulares como no se veían desde los años de “gloria” del otrora “partidazo” tricolor, que si bien hoy su membrete se ha reducido a su mínima expresión y está en vías de desaparecer, ha resucitado a través de sus peores prácticas en Morena.
Incluso, podemos afirmar que el partido que se autodenomina “la esperanza de México” está superando en mañas a su “abuelo” en desgracia. Eso sí, demostrando con creces que no son mejores ni diferentes a nadie de los que les han antecedido en el poder.
El infame acarreo y coacción de trabajadores del gobierno estatal y de beneficiarios de los programas sociales para obligarlos a afiliarse y votar en una elección interna de Morena, se inscribirá en los anales de los peores abusos de autoridad de la historia moderna de Veracruz. Y aunque ahora crean que no sucederá y que saldrán impunes, sus responsables tarde que temprano habrán de rendir cuentas: tanto legales como con la sociedad de la que se han burlado.
Pero como carecen de frenos y escrúpulos, no han dudado en continuar con su acelerada carrera de arbitrariedades. No salíamos de nuestro pasmo por la coerción a los burócratas -con amenazas de despido y/o de pérdida de apoyos si no acudían a la farsa de elección morenista-, cuando también en “fast track” en el Congreso del Estado reformaron la Constitución del Estado de Veracruz con dedicatoria para la secretaria de Energía Rocío Nahle, la “elegida” para suceder en la gubernatura a Cuitláhuac García Jiménez.
En realidad, no había necesidad legal de reformar la Constitución local para habilitar la posibilidad de que la zacatecana sea candidata a la gubernatura de Veracruz, pues la Constitución federal se lo permite. Pero de lo que se trata en su caso es de construir una narrativa para concederle -por decreto- una “veracruzanía” de la que carece no solo por lugar de nacimiento, sino por arraigo. Y por hechos, pues ni como diputada federal, ni como senadora ni como funcionaria, Rocío Nahle ha hecho nada por Veracruz.
La aplanadora legislativa en el Congreso local también se accionó para humillar a la oposición, haciendo que tres legisladores del PAN abiertamente se mostraran como lo que de por sí se sabía que eran: unos esquiroles al servicio del régimen morenista. Se trató de un acto de rudeza innecesaria que desvela, de igual forma, cuán sobrados y confiados están en el morenismo veracruzano de que no hay nada que pueda detenerlos.
Eso volvió a quedar claro este domingo con la gira -inútil en términos gubernamentales- de la jefa de Gobierno de la Ciudad de México, Claudia Sheinbaum, a la ciudad de Xalapa, a donde no vino a otra cosa que a promoverse políticamente.
Sin algo trascendente que abordar en su encuentro con Cuitláhuac García, la visita de Sheinbaum solo sirvió para que el grupo gobernante en la entidad se manifestara en la más priista de las “tradiciones” políticas: con la “cargada” de funcionarios y políticos locales en torno de la aspiración de la jefa de Gobierno por ser la candidata de Morena para suceder en la Presidencia de la República a Andrés Manuel López Obrador. No faltó el “besamanos” burdo, grotesco, prueba de ese retorno al pasado que representa la mal llamada “cuarta transformación”.
No hay nada más antidemocrático que la decisión de quiénes serán los próximos gobernantes se concentre en pocas o incluso en una sola persona. Fue la base de la hegemonía priista de 70 años. Y el lopezobradorismo está decidido a reclamar como suya esa herencia. Al final de cuentas, lo que querían era poder hacer lo mismo que antes criticaban.
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