Cuando hablamos de la cultura de la violación nos referimos al conjunto de normas no escritas y socialmente aceptadas donde se responsabiliza a la víctima de cualquier tipo de abuso sexual.
Cuando hablamos de la cultura de la violación nos referimos al conjunto de normas no escritas y socialmente aceptadas donde se responsabiliza a la víctima de cualquier tipo de abuso sexual.
Cuando hablamos de la cultura de la violación nos referimos al conjunto de normas no escritas y socialmente aceptadas donde se responsabiliza a la víctima de cualquier tipo de abuso sexual, por ello muchas veces sucede que cuando una mujer denuncia una violación las primeras preguntas que surgen son acerca de cómo iba vestida, qué hacía tan tarde en la calle o si en algún momento sus actitudes fueron de “provocación”, dichos cuestionamientos exculpan al atacante, de modo que se justifica su actuar por una creencia de que “no puede controlarse” y que es normal utilizar cualquier medio con tal de tener relaciones sexuales.
Otro ejemplo donde podemos visualizar el modo en que se revictimiza a quienes sufren de violencia sexual es cuando abusan de un menor de edad y la primera reacción es culpar a la madre, así que ponemos en tela de juicio su capacidad de crianza y de nuevo dejamos de lado la responsabilidad del abusador, ¿dónde estaba cuando sucedió? ¿por qué no estaba cuidando a sus hijos? ¿por qué no impidió que esto sucediera?, a final de cuentas aún se mantiene la idea de que es la víctima quien debió de cuidarse de no ser violentada.
Existe la creencia de que los violadores son individuos enfermos, aislados de una realidad social y que su formación es resultado de una educación de extrema violencia, sin embargo, todo apunta a que son consecuencia del machismo naturalizado culturalmente, donde el numero de parejas sexuales son referente para estimar el valor de un hombre, además de que el acto sexual ejercido de manera violenta se asocia más con una relación de poder que con el placer que pueda generar en si misma.
Las instituciones encargadas de procurar justicia no siempre lo hacen de manera igualitaria, al estar formadas por seres humanos con sus propios prejuicios es común encontrarnos con trabas derivadas del sistema patriarcal en el que estamos inmersos, basta recordar el caso llevado en España por la Jueza Carmen Molina, quien preguntó a una víctima de violación si había cerrado bien las piernas para evitarlo, otro ejemplo más reciente es en el caso de “la manada”, donde cinco hombres abusaron de una mujer y al ser enjuiciados contrataron a un investigador privado para seguirla, a fin de confirmar que seguía su vida de manera normal, concluyendo así que no fue un episodio traumático, poniendo en duda su calidad moral y de nuevo, exculpándolos de sus acciones.
Para acabar con la violencia sexual es necesario dejar de culpar a las víctimas y empezar a voltear hacia los agresores, educar a los niños para que respeten el “no”, dejar de valorarles por su vida sexual, empezar a formales para que acepten sus emociones y sepan lidiar con ellas, de igual modo dejar de criar “princesas indefensas”, no se trata de darnos a respetar, sino de entender que todos los seres humanos merecemos respeto.