Por.- Roberto Palma, cronista de la ciudad.
Un muy grato y emocionante recuerdo de mi niñez lo constituyen las húngaras y me refiero especialmente a ellas porque a los varones nunca los vi, sabía de su existencia, pero jamás estuve cerca de ellos. Estas famosas y antiguas tribus en realidad eran gitanos, una raza originaria de la India a la que en nuestro país se le conoció con el nombre de húngaros. Relata la historia que cuatro gitanos llegaron a México con Cristóbal Colón trayendo sus tradiciones centenarias de viajar errantes por los caminos. Algunos años más tarde había muchos más que llevaban de pueblo en pueblo sus costumbres. Venían a Las Choapas periódicamente estableciendo su campamento a las afueras de la población. Contaban los adultos historias espeluznantes acerca de ellos: que plagiaban a los niños para comerlos y en el mejor de los casos obligarlos a pedir limosna; robaban sus pertenencias a las personas que confiando en ellas se acercaban a solicitarles la lectura de la buena ventura; los más audaces entraban en las casas con el fin de hurtar. En fin, cada vez que llegaban a un lugar se incrementaban los delitos de toda índole a decir de la población. Nada de esto pude corroborar dada mi corta edad, a los seis-siete años no conocía a nadie que hubiera perdido un hijo por culpa de los húngaros; los chamacos de la colonia estaban completos, sin embargo, los niños temerosos de ser raptados no salíamos de casa cuando llegaban al pueblo y menos al pasar por la casa ofreciendo sus servicios de lectura de la mano para conocer el futuro.
Las húngaras me producían sentimientos estremecedores y controvertidos porque al miedo se asociaba una gran fascinación por ver a esas hermosas mujeres caminar exquisitamente ataviadas con vaporosas vestimentas radiantes de color, dotadas de una belleza sin igual, regio porte y andar cadencioso con esas cimbreantes caderas, portando alhajas de oro que destellaban con los rayos del sol y ofreciendo a mis hermanas mayores leerles la suerte por tan sólo unas cuantas monedas. Trémulo, observaba todo desde el interior de la casa, hipnotizado por su hermosura y el acento extraño y atrayente que utilizaban.
Cuando se iban salía a verlas alejarse con ese donaire que tanto llamaba la atención. Aparte de recorrer las calles algunas tribus ofrecían funciones de cine por las noches proyectando en un aparato antiguo películas en blanco y negro cobrando cinco centavos por entrada; el lugar era el terreno donde actualmente se encuentra el mercadito de Campo Nuevo entonces había muchos árboles entre ellos una Ceiba que aporreaba diariamente con la pelota el gran Miguel “Becerril” Fernández Ramón, vecino nuestro que desde entonces se entrenaba para hacer su entrada a la inmortalidad. También se establecían junto a la parada Chicale, de Petróleos Mexicanos, donde actualmente se encuentra la terminal de autobuses.
Las húngaras durante muchos años visitaron Las Choapas, las perdí cuando me fui la Ciudad de México para continuar con mis estudios, al regresar al pueblo quince años después, habían desaparecido. No las volví a ver y debo confesar que las extrañé durante largo tiempo. Hoy día evoco vívidamente a tan bellos personajes que ejercieron tal fascinación en mis emociones. Dios bendiga a este esforzado pueblo itinerante inmerecidamente denigrado que se gana la vida honradamente de acuerdo con lo que ahora sabemos de ellos. ¿Alguno de ustedes ha visto a las húngaras en estos tiempos?
l lugar era el terreno donde actualmente se encuentra el mercadito de Campo Nuevo entonces había muchos árboles entre ellos una Ceiba que aporreaba diariamente con la pelota el gran Miguel “Becerril” Fernández Ramón, vecino nuestro que desde entonces se entrenaba para hacer su entrada a la inmortalidad. También se establecían junto a la parada Chicale, de Petróleos Mexicanos, donde actualmente se encuentra la terminal de autobuses.
Las húngaras durante muchos años visitaron Las Choapas, las perdí cuando me fui la Ciudad de México para continuar con mis estudios, al regresar al pueblo quince años después, habían desaparecido. No las volví a ver y debo confesar que las extrañé durante largo tiempo. Hoy día evoco vívidamente a tan bellos personajes que ejercieron tal fascinación en mis emociones. Dios bendiga a este esforzado pueblo itinerante inmerecidamente denigrado que se gana la vida honradamente de acuerdo con lo que ahora sabemos de ellos. ¿Alguno de ustedes ha visto a las húngaras en estos tiempos?