La verdad; es que debo mucho y no tengo para pagar, sentenció María al inicio de la llamada. Al principio de la pandemia sí podía, pero ya no, relata que llegó a pagar hasta 8 mil pesos por semana, pero que por ahora simplemente ya no puede.
Todos los días van cobradores a su casa, llegan en coche y le piden que salga para hablar, ese diálogo es para preguntar una y otra vez, cuándo va a pagar la cuenta pendiente; algunos solo le dejan la amenaza de volver diariamente y que le cobrarán hasta lo de la gasolina.
Otros, le hablan de artículos y cosas legales que no entiende, pero que producen mucho miedo; pero los mas intimidantes son los que la han llegado a tomar del brazo para casi obligarla a subirse a un vehículo para acompañarla a pedir prestado a familia o amigos y que pueda cubrir por lo menos lo del pago semanal.
“Estoy a punto de perder la razón”, comenta casi al borde de la desesperación. Dice que antes de la enfermedad del virus, se dedicó a la venta de artesanía en barro y con sus ventas lograba juntar hasta 8 mil pesos para cubrirles lo de la semana a todas las financieras en donde debe.
¿Qué cuántas son?, “la verdad muchas, más de diez, pero a las últimas les pedí para pagarles a las primeras, a unas les debo 2 mil, a otras 3 mil, y a otras únicamente 600 pesos, pero por esos pesos me han querido secuestrar en sus carros para llevarme a conseguir el dinero”.
Vive en una localidad cerca de Huatusco, y ha visto a las mujeres de su pueblo desparecer por las deudas, dice que se han ido a trabajar a otros lugares para mandarle dinero, no a su familia, sino a las financieras a las que les deben. Hombres y mujeres por igual, abandonan sus tierras que antes producían café para irse lejos y servir de esclavos de las financieras.
Ella no quiere que eso le pase, quiere saber, qué de lo que le dicen es cierto y cómo debe proceder, si puede ir a la cárcel por deber 2 mil pesos, entender qué fue lo que firmó, y una de las dudas que mas la atormenta saber si esas financieras son legales, o son giros ilícitos. La duda se le ha despertado por la forma en que se manejan con sus “clientes”, y porque dice, parecieran intocables. Pues es un secreto a voces en aquella región, la forma de operar y los abusos cometidos, y no es posible que nadie los frene.
María es un caso más de miles, de millones, que en estos momentos padecen los efectos de la crisis, que han dejado de vender, de producir o percibir sus anteriores ingresos y que por quedarse en casa se han tenido que limitar a sobrevivir, y que derivado de ello no tienen ni para los “réditos” de lo que antes pagaban.
Lo que pareciera una historia de terror, lejana de vivir, inimaginable para muchos, es la cotidianidad de otros. Sin respuestas, sin soluciones, bajo una espera de que pase lo del virus, que parece no tener fin. No hay una fecha segura (ni probable) para salir de casa a retomar nuestra vida y nuestras actividades remuneradas, los comestibles y básicos de sustento subiendo cada día mas de precio.
Las instituciones encargadas de la defensa de los consumidores y usuarios de servicios financieros desmanteladas por la austeridad, y comandadas por jefes “cuadrados” que poco saben de la tarea que se les encomendó, pero que además carecen del contacto social necesario con los más necesitados como para dimensionar la encomienda que se les hizo. Para resumir y generalizar, seguimos en espera de un bienestar que nada más no llega.
Estamos solos. Y ante esa indolencia e incompetencia de las autoridades no tenemos otro camino que la organización social, ciudadana, la resistencia civil, la lucha pacífica basada en el conocimiento de nuestros derechos y en el deseo de ayudarnos los unos a los otros en el Frente de Resistencia contra la Cobranza Abusiva.
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