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05/01/2021 08:48 a.m.

“Los Reyes Magos de Oriente”, “Reyes Magos” o “Santos Reyes”, como les decía mi abuelita, es el nombre que se les da a los “Magos” que, según el evangelio de Mateo, tras el nacimiento de Jesús de Nazaret, acudieron desde el oriente para homenajearlo y llevarle regalos de riqueza más bien simbólica. 

A partir del Siglo XIX, en España, se inició a tradición de convertir la noche de Reyes en una fiesta infantil con regalos para los niños, imitando lo que hacían en otros países la noche de Navidad, en homenaje a San Nicolás. Hasta ahí, todo bien. Pero mi hipótesis, querido lector, es que la tradición de Reyes Magos esconde un propósito más bien perverso y sádico. 

Sigamos un poco con la historia: La palabra “mago” viene del persa y significa “sacerdote”. Los griegos se refirieron a ellos como una casta de sacerdotes persas o babilónicos que estudiaban las estrellas en su deseo de buscar a Dios. Aquí, querido lector, empiezan las mentiras: los “magos” no eran magos. En algunos documentos les llaman “sabios”. Pero creo que tampoco eran tan sabios, más bien eran como aficionados a la astronomía, que, por otro, lado, se equivocaban de forma garrafal, porque, si recuerda un poco, la famosa “Estrella de Belén” tampoco era una estrella sino una conjunción de planetas y entonces estos hombres de fe caminaron siguiendo uno de los peores rastros de la historia. 

La hipótesis de su Columna de los lunes, es que estos tipos, los Reyes Magos, no son otra cosa que un instrumento de nuestra cultura para enseñar a los niños latinoamericanos a ser tolerantes a la frustración. ¿Cómo pasa esto? Bueno, amable lector, desde los evangelios podemos obtener pistas de ello. Cuenta la leyenda que los Reyes Magos le regalaron al Niño Jesús oro, incienso y mirra. ¿Para qué quiere un niño un pedazo de oro, una vara de incienso y una planta abortiva? Imagínese, amable lector. Si este trío de despistados desilusionaron al mismísimo Niño Dios, ¿qué podemos esperar nosotros?

Pensé que solo era yo. Pero son muchos los casos (lo sé porque pregunté en mis redes sociales) de gente que le pidió a los Reyes juguetes que jamás llegaron, que fueron perversamente sustituidos con cosas parecidas, pirata, o, en el peor de los casos, con calcetines y suéteres. Si lo vemos desde un punto de vista amable, los mexicanos somos muy buenos lidiando con la desilusión, y eso, señoras, señores, se lo debemos a estos tres. Es como si ellos, con su caballo, su camello y su elefante, trajeran la nada bonita misión de “romper corazones a domicilio”

Yo entendí que la vida iba a ser muy dura cuando, después de varios años recibiendo calcetines, guantes, suéteres, por fin los Reyes me trajeron lo que yo quería: un cochecito anfibio todo terreno. Hermoso. Amarillo. Sin pilas. Tuve que esperar a que mis papás se despertaran, horas después de haber abierto mi regalo. Mi Elfo (mi papá) dijo: “ah, pues hay que ir a comprar pilas”. Esa operación se llevó un día más. 24 horas sin poder jugar con mi carrito todo terreno. Más horas. En la tarde del siguiente día, llegó el Elfo con las pilas. Encendieron las luces del cochecito. Y ya. No funcionaba. No hacía otra cosa. Nada de colgarse de cuerdas para atravesar ríos, o de meterse en los infranqueables paisajes selváticos de nuestro patio, ni nadar en las piletas que mi abuela usaba para regar sus plantas; no. Simplemente no funcionaba. ¿Qué hice? Después de hacer berrinche, leer la carta de los Reyes en la que me felicitaban por ser un niño bueno y además un ñoñazo que sacaba puro diez en la escuela, le puse una cuerdita al carrito y lo jalé por el patio. El anfibio hizo todo lo que se supone que hacía, pero requería mi ayuda. Y la obtuvo. Terminó siendo un gran regalo, y me divertí mucho más de lo que me habría divertido si el tal cochecito funcionara. Sirva esta columna como una carta a los Reyes Magos (eso también era chido, que te rompían el corazón, pero te escribían cartas) para agradecerles que nos enseñaran a mí y a otros niños mexicanos y latinoamericanos, el increíble valor de saber que la vida nunca es como uno quiere. Y que, en ocasiones, eso resulta ser lo mejor de ser niño. Nos leemos el lunes. 

Sígame en tuiter: @albantro.



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