Sentir que enero es eterno no es nada original, estimado lector. Cada año vuelven los memes de “74 de enero” o “Nada es para siempre… excepto enero, que lleva como 700 días y aún no es fin de mes”, porque creo que todos compartimos esa idea de que enero no se va a acabar nunca.
El año pasado me quejé de lo mismo, sin saber que enero iba a terminar siendo el único mes normal de todo el 2020. Y aun así, no estuvo nada normal: se murió Kobe Bryant, hubo un incendio en Australia que nos tuvo preocupados a todos; dejaron de dar bolsas de plástico en el súper y nos vimos en la necesidad de malabarear con nuestra comida, entre otras cosas. Por su parte, 2021 tampoco ha sido un monumento a la normalidad (cualquier cosa que sea eso): sigue la pandemia, México superó el millón y medio de contagios (ya hasta el presidente se contagió); Nevó en España como no se había visto desde 1971; Biden tomó protesta como presidente de Estados Unidos; tembló otra vez en Indonesia, que es como el Oaxaca del mundo; entre las buenas noticias está que en Argentina se promulgó la ley del aborto; volviendo a las malas, se murió Larry King y se canceló el carnaval de Rio De Janeiro (al cual de todos modos no pensaba ir)… y todavía no acaba enero.
¿Por qué sentimos que enero nunca se termina? ¿Es porque tiene 31 días? Pues sí, tiene 31 días, pero varios meses lo tienen en total son 7 meses los que tienen esta cantidad absurda de días. Pero nadie se queja de que mayo tenga 31 días, nunca he escuchado a nadie decir ¡que ya empiece junio, por favor! Entonces ¿qué tiene enero que nos parece eterno?
La ciencia (o mejor, la pseudociencia que hace un montón de estudios que a nadie le preocupan de verdad) ha tratado de responder a todos esos creadores de memes del “enero interminable”. El Dr. William Skylark, de la Universidad de Cambridge, sostiene que la percepción del tiempo, el “tiempo mental” tiene una métrica bastante frágil comparada con su duración física o “real”. Así, el tiempo pasa muy lento cuando estamos en el trabajo o en la escuela y se va “volando” si estamos en alguna fiesta o viendo nuestra serie preferida. En el caso que nos interesa hoy, en que a enero le falta aún una semana, sentimos que no acaba por un simple cambio de ritmo: mientras en diciembre los días festivos, las fechas emotivas nos traían a marchas forzadas, y las reuniones (aunque fueran pequeñas, por la pandemia) enero… bueno, enero no.
Ahora, tampoco es tan simple la cosa. El cerebro hace lo suyo, y según otro estudio de la Universidad de Londres, las vacaciones por la temporada navideña conllevan estímulos fuertes, haciendo que nuestro hipotálamo segregue dopamina, la cual afecta nuestra percepción del paso del tiempo, influyendo en esa visión subjetiva de que “el tiempo se va volando”, mientras que en enero lo más emocionante que pasa a nivel social sería encontrarte un Niño Yoda en tu rebanada de Rosca de Reyes, por lo que el tiempo se nos va a hacer más lento.
Pero no me quejo, enero se ha encargado de proporcionar acontecimientos importantes: he ido a las nevadas del Cofre de Perote (a todas he llegado tarde); mi mascota la Ira lleva todo enero en celo, lo cual es muy molesto porque me la paso espantando a sus pretendientes; las visitas me invadieron la casa (cuando termine de asimilarlo, platicaremos a fondo de este hermoso fenómeno social denominado “las visitas”) y tuve que improvisar; este mes hay como cuatro lunas llenas y hay que hacerles fotos; de la nada salió un proyecto de integrar una banda de rock bastante raro (como todos los proyectos de bandas de rock); han llegado algunas oportunidades profesionales, ¡y eso que aún no acaba enero!
En fin, amable lector. Le recomiendo tener paciencia durante los próximos días del mes, y espero que su año esté muy movido para que no se aburra, y que su cerebro le proporcione toda la dopamina que necesita para pasársela bomba. Si todo sale bien, nos leemos el próximo 33 de enero.
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