Las campañas ya no son lo que eran antes.
Algunas cosas sobreviven aún de los polvos de aquellos lodos del viejo sistema.
Los acarreados, que antes por lo menos recibían un refrigerio, la oportunidad de conocer el mar si vivían en la sierra; y por supuesto, un Zaragoza (200 pesos) per cápita para comprase una chuchería.
Sobreviven también las frases trilladas, los lugares comunes, las mismas promesas que descansan en la ilusión popular de cambiar el nivel de vida de las masas, sobre todo, de los jodidos, los que votan y entronizan a los gobernantes y funcionarios.
La demagogia sigue vendiendo la esperanza de una vida mejor.
Sin ánimo de romantizar la política, en los tiempos idos, cada mitin era una fiesta popular, los candidatos hablaban con tal dominio del discurso que la gente salía convencida que era el próximo gobernante.
Los tinglados armados al paso de la comitiva en campaña, impresionaban a la concurrencia, sobre todo en las zonas rurales donde se montaban templetes y escenarios con talento circense.
Era un espectáculo la política.
Auténticas recetas del pan y circo.
Las cosas han cambiado. El acarreo se disfrazó con un moderno ropaje eufemístico llamado movilización.
La cortesía del refrigerio que atenuaba la vergüenza del acarreo transmutó en dictatorial amenaza de despido para el burócrata que desobedezca y rechace apostarse tras la valla metálica gritando consignas de triunfos adelantados para alimentar el ego del candidato o candidata.
Los jefes de área se convirtieron en odiosos personajes que lista en mano, recitan el check list de los asistentes a los mítines, quienes tienen que movilizarse por sus propios medios económicos, pasar la aduana socialista del pase de lista y retornar cansados y hambrientos a casa. Todo para no perder de la chamba.
Claro, alrededor de la mesa familiar, el burócrata, la oficinista preconiza una espontánea contracampaña entre la parentela, tramando la dulce venganza descontada en el tiempo cada noche, ubicándose en la soledad de la urna, donde el voto será inversamente proporcional a los acarreos obligados en la campaña.
Y por el rasero de la naturaleza humana, quienes hoy ocupan la punta de la pirámide, serán defenestrados, abucheados e insultados por una burocracia a la que no se puede manejar como borregos corporativos.
Los operadores políticos convertidos hoy en agentes de una Gestapo tropicalizada, apestarán en el ocaso sexenal.
El viejo aforismo del pan para hoy, hambre para mañana, no ha cambiado.
La política sigue siendo el mismo el juego, con las mismas reglas, lo que han cambiado son los jugadores.
Es el mismo infierno, sólo cambia el diablo, diría un marido mujeriego.
La calma chicha que antecede a los tiempos oficiales de campaña, llegó a partir del sábado 10 de febrero y se extenderá hasta finales de marzo.
Los empleados descansarán de sus jefes inmediatos.
Los potenciales electores descansarán de los discursos vacíos, titubeantes, empedrados, que nadie entiende, que sólo eran monsergas interminables lanzadas al viento para cumplir con el protocolo legal.
La calma se disfrutará una cuarentena.
Después, la guerra.
… de otro costal.
Este marte 13 se celebró el Día Mundial de la Radio. La radiodifusión lucha a brazo partido para no apagarse.
Escribíamos hace algunas entregas que, en tiempos electorales, el Instituto Nacional Electoral dispone de 48 minutos al día, desde las seis de la mañana hasta las 12 de la noche.
96 impactos informativos y propagandísticos. Una barbaridad de exposición radial, obligatoria para estaciones concesionarias, gratuita para partidos políticos y árbitros electorales.
A la carga electoral se suman 23 spots diarios que programa Radio Televisión y Cinematografía (RTC) en uso de los tiempos oficiales del Estado mexicano.
119 spots diarios. Una barbaridad de impactos que matan a pausa a la radio concesionada.
Datos del Instituto Federal de Telecomunicaciones indica que existen 1,054 estaciones comerciales que transmiten en Frecuencia Modulada en este país, más 283 estaciones de radio pública, 14 de tipo social, 100 comunitarias y 18 indígenas.
Que no se apague la radio, que aguante dos siglos más.
La democracia electrónica, nacida en el 2008 con la reforma electoral, está matando a la radio.
columnacarpediem@gmail.com