El dinosaurio ya no está ahí, diríase en contraposición del viejo régimen, a contrario sensu del cuento más corto del mundo.
La victoria aplastante del morenismo en la elección de este domingo, es un latigazo de otro mítico dinosaurio, un pejelagarto, que se erige en la historia reciente como el hombre más poderoso en un país que volvió a entregarle masivamente el bono de la esperanza, un pagaré de un futuro mejor, el recibo de una ilusión quimérica que se perseguirá otros seis años como un pueblo que sigue al patriarca hacia la tierra prometida.
Seis de cada diez electores se volcaron a las urnas para extender en Claudia Sheinbaum Pardo la continuidad sexenal de un hombre llamado Andrés Manuel López Obrador quien maniobró como jefe nato de un ejército que le obedece a pie juntillas, una carambola de dos bandas: heredarle con el modelo democrático del voto mayoritario a la primera mujer presidenta en 200 años de historia; pero también la trascendencia personal de una forma de hacer política pública, descansando un ideario político en el pueblo.
El gran héroe del pantano.
El prócer de los manglares que dijo otra vez: el sur también existe.
Aparejada a una victoria aplastante que se extenderá desde el ejecutivo al poder legislativo, sin contrapesos en una mayoría que podría alcanzar los 380 legisladores en la LXVI Legislatura federal y sólo dejándole entre 40 y 44 senadores a la oposición de una butaquería de 128, el terreno ha sido rastrojado, rastrillado para un presidencialismo omnímodo y totalitario, sin el contrapeso del legislativo en las reformas constitucionales.
El espanto de las minorías, escribió alguna vez Ricardo Raphael al desmenuzar el voto de la mayoría de los mexicanos para darle todo el poder a un solo hombre.
La elección presidencial del 2018 no fue un accidente de hartazgo de la gente hacia un viejo sistema dominado por el PRI; no. Fue el principio de una continuidad que se gestó aún en los fragmentos rotos de un país lastimado por la delincuencia organizada, la carestía de la vida, inseguridad patrimonial y personal que son meros distractores en el esfuerzo colectivo de alcanzar una vida más plena.
El coletazo del dinosaurio que desplaza al otro, viejo, sangrante y enfrentado al repudio popular, habrá de sepultar al Partido de la Revolución Democrática del entramado político de este país; pero también tendrá que mover piedra sobre piedra en un priísmo destinado a otra refundación, en bucle interminable de renovarse o morir.
Decía el gran Saramago que la derrota tiene algo positivo, nunca es definitiva. En cambio, la victoria tiene algo negativo, jamás es definitiva.
En la soledad de la derrota, los partidos opositores, deberán analizar, por su propia sobrevivencia en la partidocracia mexicana, porqué no pueden convencer a una población que aguanta todo, que pierde todo, menos la esperanza, el Macondo idílico donde los problemas no existen.
El pueblo tiene memoria histórica, contra el pueblo nada, sólo agradecimiento por patentizar un modelo de gobierno llamado Cuarta Transformación, resumió un día después el presidente Andrés Manuel López Obrador.
El país de un solo hombre.
El país de una mujer que empezó a escribir su propia hoja de ruta a partir de la voluntad de seis de cada diez mexicanos, en una democracia donde el consenso es la mitad más uno, dirían los puristas.
Se gana y se pierde por un solo voto.
La tarea de Claudia es recomponer al país, valorar a las mujeres que decidieron la elección, trabajar de sol a sol como rastrillan las madres buscadoras el desierto, las parcelas, los cerros pelones, los manglares y los terrenos baldíos con la única esperanza de obtener un anclaje de huesos, ropa o ADN del hijo que no volvió a casa jamás, con el leitmotiv del dolor cerrado en duelo por la hija que no regresó.
Este país quiere seguir en la ruta marcada por Andrés Manuel López Obrador.
No cabe duda.
Ir a contracorriente significa el suicidio.
… del mismo costal.
En concordancia con el panorama nacional, Veracruz también demostró una voluntad aplastante contra quienes construyeron un escenario de humo, vendieron espejitos en una guerra de lodo.
Una diferencia de 812,522 votos a favor de Norma Rocío Nahle García, a la hora de escribir estas líneas, es un trecho abismal que arroja un blindaje insondable de 1 millón 837 mil 298 votos cosechados por la virtual primera mujer gobernadora del estado de Veracruz de Ignacio de la Llave, con una participación del 58.7 por ciento de los 6 millones 80 mil 509 electores.
Tendrá Nahle que escribir su propia historia, quizá basada en una vieja consigna izquierdista que, a los enemigos, ni perdón, ni olvido.
A quienes intentaron empedrar el camino de la hoy gobernadora electa, habría que repetirles la cita de Lucas 17:1-2; a quienes más les valdría que se atasen al cuello una piedra de molino y se arrojasen al mar.
Y esto aplica a los enemigos y a los de casa.
Ya vendrá el recuento de los daños.
Claro, en la visión sanadora de la victoria aplastante, Norma Rocío Nahle pudiera leer la historia del gran Nelson Mandela, quien optó por el perdón más que decantarse por la venganza y pasó a escribir su nombre con letras de oro en la historia política y humanística de la humanidad, gracias al estoicismo.
Sin embargo, algunos rodeólogos le dirán que el poder es para joder, en visión visceral de la política pública derivada en el ojo por ojo y todos acabaremos tuertos.
“lo que diga mi dedito”, pensará Nahle en sus noches de insomnio provocado por el poder que ejercerá a partir de hoy 03 de junio del 2024.
En el día después de la elección, los futurólogos de la tragedia se jalarán los cabellos ante un escenario que pinta el país de cuerpo entero en magenta.
El triunfo del pueblo bueno se manifestó.
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