«Yo declaro que la justicia no es otra cosa que la conveniencia del más fuerte». Platón.
Siempre se ha manejado que uno de los grandes problemas de México y en general del mundo es la desigualdad económica, es decir que haya personas que ganen muchísimo dinero y haya personas que no ganen ni siquiera lo básico para cubrir sus necesidades primarias, pasando de esta forma de lo económico a lo social y humano.
La riqueza no es pecado, ni inmoral y mucho menos debe ser prohibitiva o limitativa en el sentido que no se incentive o castigue. Lo que si, por ningún motivo se debe preponderar a costa de la población más vulnerable y con más necesidades. Bajo este esquema podemos ver entonces que el problema central no es la desigualdad, sino los ingresos bajos que no cubran las necesidades básicas de la población. Ya que la molestia central proviene en el sentido de que algunos estratos de población cuenten con mayores ingresos y las condiciones de mercado estén estructuradas para incrementar ese ingreso -con la idea de que así, los poseedores del capital lo pondrán a trabajar y generarán empleos reduciendo de esta manera la pobreza- siendo este el principio del neoliberalismo.
Si bien no es una idea alejada de la realidad, si queda con vacíos o falta de integraciones que le den el éxito esperado, como por ejemplo los tipos de empleos que se generan, es decir las vacantes que se ofertan no van acorde con la especialización de nuestra mano de obra, dicho de otra forma, tenemos mano de obra sobrecalificada para los puestos que se ofrecen, por lo que ahí se genera la desigualdad provocada por un mercado laboral ineficiente que no está ad hoc a las necesidades de la población. Lo cual se traduce en ingresos insuficientes para la cobertura de su canasta básica, generando así el descontento social generalizado.
Por lo que la desigualdad proviene de las instituciones que de manera histórica están enfocadas en lo que Stiglitz llama teoría del goteo o vaso derramado, donde una vez que los poseedores del capital cubren sus necesidades y requerimientos para la reinversión, se destina la parte restante en la población.
En ese sentido como lo menciona Gerardo Esquivel en su publicación del 2015, una forma de conseguirlo es mediante una política fiscal expansiva social, con esquemas de aumento en el salario mínimo (que ya se aumentó y tal y como él lo dijo, no provocó inflación), impuestos progresivos (cobrarles más a los que más ganan), y por último, ese ingreso obtenido, destinarlo en proyectos de desarrollo social que reduzcan la pobreza (o algunos de sus umbrales, tal y como funcionaba en el programa solidaridad), para que de esta forma la población tenga la posibilidad de tener un poder de compra mayor y poder vivir mejor.
Con estos puntos nos localizamos en que la mejor solución es la participación gubernamental en medida de regulación, más no de limitación, con lo que nos permita llegar al punto de aumentar los sueldos sin sacrificar las potencialidades de reinversión de los poseedores del capital, mejorando así el ingreso, y por el propio esquema de participación gubernamental, se dé la generación de un nuevo mercado laboral acorde a la oferta, para que así haya un avance en producción desarrollo y disminución en la desigualdad.
Sin embargo, el no atender los temas de desigualdad va siempre más allá de un tema económico, basta voltear atrás y ver como el hartazgo social desemboca en cambio de sistema, en cambio de régimen y en cambio de gobernante.