​La reciente prohibición de las corridas de toros en la Ciudad de México representa un hito en la transformación social del país. Aunque los defensores de la tauromaquia la presentan como una tradición arraigada y una fuente de ingresos para ciertos sectores, su eliminación trae consigo ventajas económicas, sociales y culturales que superan ampliamente cualquier pérdida percibida. Este cambio debe servir de ejemplo para Veracruz, donde prácticas similares como las peleas de gallos y fiestas como la Xiqueñada y la de la Candelaria en Tlacotalpan entre otras, siguen siendo una realidad, y que solo traen retroceso.

Uno de los principales argumentos en favor de las corridas de toros es su impacto económico. Se dice que generan empleos y atraen turismo, pero un análisis más profundo muestra que su contribución es limitada y en declive. En la Ciudad de México, los ingresos provenientes de la tauromaquia representaban una fracción mínima del sector turístico y cultural. En cambio, la eliminación de estas prácticas abre la puerta a formas de entretenimiento más sostenibles y atractivas para una sociedad moderna con un gasto superior derivado del compromiso y responsabilidad que conlleva entretenimientos más amigables con el entorno.

El dinero que antes se destinaba a eventos taurinos puede redirigirse a actividades culturales y recreativas más incluyentes, como conciertos, teatro y turismo ecológico. Además, el espacio antes utilizado para corridas puede aprovecharse para eventos deportivos o artísticos que generen un mayor flujo de visitantes y un impacto económico más amplio. Esto no solo beneficia a empresarios del entretenimiento, sino también a comerciantes locales y prestadores de servicios.

En Veracruz, la persistencia de prácticas como las peleas de gallos y la suelta de toros en Xico y Alvarado se justifica bajo el mismo argumento económico. Sin embargo, estas actividades no representan una fuente significativa de ingresos para la población general, sino solo para grupos específicos. La sustitución de estas festividades por eventos culturales o deportivos podría generar más empleos y diversificar la oferta turística del estado, atrayendo a visitantes nacionales e internacionales que buscan experiencias auténticas sin violencia animal.

La eliminación de la tauromaquia y de otras prácticas similares en Veracruz responde a una evolución en los valores sociales. La creciente conciencia sobre el bienestar animal y el rechazo a la violencia innecesaria han llevado a la mayoría de la población a cuestionar la justificación ética de estos espectáculos. Diversos estudios han demostrado que la exposición a la violencia contra los animales puede tener efectos negativos en la percepción de la violencia en general, particularmente en niños y adolescentes.

En este sentido, el fin de la tauromaquia y de las peleas de gallos no solo protege a los animales, sino que también contribuye a la construcción de una sociedad más empática y respetuosa. Si bien algunos argumentan que estas prácticas forman parte de la identidad cultural, la cultura es un ente dinámico que evoluciona con el tiempo. Muchas costumbres que antes eran aceptadas, como las peleas de esclavos o las ejecuciones públicas, fueron erradicadas en favor del progreso social.

Lejos de representar una pérdida cultural, la prohibición de las corridas de toros y otras festividades con maltrato animal permite que nuevas expresiones culturales florezcan. En la Ciudad de México, la desaparición de estos espectáculos ha incentivado el crecimiento de otras formas de entretenimiento, como el cine, la música y la gastronomía, que generan mayor impacto económico y social.

Veracruz, con su vasta riqueza cultural y biodiversidad, tiene una oportunidad única para desarrollar alternativas turísticas más atractivas y sostenibles. En lugar de fiestas donde se maltrata a los toros, se pueden promover festivales gastronómicos, ferias de artesanías y eventos deportivos que celebren la identidad veracruzana sin recurrir a la violencia. La promoción del ecoturismo en regiones como Los Tuxtlas o la Sierra de Zongolica podría convertirse en un motor de desarrollo más sostenible y benéfico para las comunidades locales.

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