La desigualdad se ha presentado de manera tradicional como uno de los principales problemas de la vida de toda nación, sin embargo, tenemos algunos esquemas que se contraponen a esta afirmación, el primero es que es imposible que desaparezca, dado que es un problema que se puede leer tanto a nivel microeconómico, como macroeconómico, en el primer orden, vemos que es generada por la propia población, donde aún en condiciones de una dotación inicial (sueldos y salarios) suficiente para sus necesidades, buscan un intercambio comercial, esto en pro de obtener no el máximo beneficio posible, sino lo que les da, de manera individual un mayor grado de satisfacción, generando de esta forma una desigualdad preferencial u optima.
Mientras que a nivel macroeconómico, el gobierno puede influir con la generación de condiciones para mejorar el desarrollo, donde el verdadero problema es el fortalecimiento de los pequeños ingresos que no están acorde al nivel de precios de México, aunque la realidad, es que este problema, no es solo del país, sino de todo el mundo de manera general, por lo cual, lo que realmente importa no es cuanto produce el más rico en términos monetarios, sino que políticas fortalecerán a los pequeños ingresos y como las personas de manera individual, toman sus decisiones.
La desigualdad en México no es un tema nuevo, ni tiene que ver con un modelo socioeconómico. En este caso, se vuelve más un tema de discurso político, que, de acción económica, ya que se busca capitalizar la lucha de clases sociales que hemos visto desde Marx y ahora en la actualidad con Piketty. Podemos ver que en nuestro país la tasa natural de desempleo realmente no pasó de 6%, de 1980 a la fecha, salvo el periodo del 2006 que corresponde a otros aspectos, lo curioso es que hubo un incremento poblacional entre 1980 y el 2021 del 88.16%, de manera inercial un aumento en la masa laboral en un 87.59% y un incremento en PIB a precios constantes del 54.69% pero no corresponde al mismo nivel de crecimiento de la población ni de la masa laboral, por lo cual vemos que el bono demográfico no se está aprovechando, dado que el PIB, debería mostrar una tasa de crecimiento más acelerada que la de la población por un principio catalizador, donde la tecnología y el aumento en los factores de producción dan un incremento exponencial en el PIB
Sin embargo, como vimos en los datos anteriores la desigualdad ha sido inercial y paralelo a los indicadores del PIB, desempleo y población, y al integrar los “datos duros de desigualdad” como lo son el coeficiente de Gini y el PIB percapita, nos encontramos con paralelismos no vinculantes, ya que el PIB percapita muestra un crecimiento del 63.3% entre 1980 y el 2021, mientras que para el coeficiente de Gini pasamos del 0.52 al 0.45 en los últimos 20 años, y en cuanto a la inflación se vuelve un poco complejo evaluarla de forma general, dado que no muestra un comportamiento secuencial ni constante, al menos en la década de los 80´s donde hubieron inflaciones superiores al 100%, lo que es que podemos ver que en los últimos 20 años no ha pasado del 6% (salvo el periodo que actualmente se vive).
Hay que mencionar que el coeficiente de Gini, es un indicador es sumamente engañoso y fácil de malinterpretar, ya que solo mide la desigualdad de ingreso en el país, por lo que si en el país ganan poco todos, el índice mostrará una mejor y equitativa distribución de la riqueza (aunque en este caso sería una distribución mejor de la pobreza), como por ejemplo Argelia con solo 0.27, por lo cual, es mejor utilizar como medida de referencia el ingreso, el nivel de precios, y la inflación, centrando el problema no en que alguien gane mucho y por qué gana mucho, más bien centrarnos en el que gana poco, y como hacer que gane mucho más y una vez teniendo un nivel de ingreso acorde al nivel de precios, entender que corresponderá íntegramente a la población la generación o reducción de la desigualdad a través de sus elecciones en el consumo.