El 11 de febrero se conmemoró el Día Internacional de la Mujer y la Niña en la Ciencia, fecha en que se busca visibilizar las actividades de las mujeres en áreas conocidas como “STEM”, esto es, la Ciencia, Tecnología, Ingeniería y Matemáticas (según sus siglas en inglés). Asimismo, se pretende hacer evidente los contextos de estas mujeres y, sobre todo, los obstáculos a los que se enfrentan con el fin de que se eliminen y se llegue a una equidad.
Este día se implementó el 22 de diciembre de 2015 por la UNESCO y ONU Mujeres, con la participación de diversas instituciones y organizaciones de la sociedad civil. Tiene como meta reconocer e impulsar a las mujeres y a las niñas en las ciencias.
¿Por qué es necesario conmemorar este día? Aunque cada vez podemos ver a más mujeres sobresaliendo en las diferentes disciplinas, es un hecho que su reconocimiento sigue siendo insuficiente. De alguna forma, este sector de la población continúa sin estar representado de manera adecuada.
Todavía hay espacios en el país en donde se privilegia la educación de los hombres por encima de la de las mujeres, sobre todo, en donde la precariedad ha tocado no solo a la puerta, sino que se ha quedado para habitar al interior. Algunas familias deben elegir quién estudia y quién permanece en casa. Las desigualdades de distintos tipos siguen apremiando en nuestra sociedad.
En el pasado, muchos logros científicos fueron reconocidos de forma exclusiva para los hombres, a pesar de que en el desarrollo del trabajo estuvieran involucradas mujeres. Es más, en diversas ocasiones la mayor parte de la investigación estaba a cargo de ellas y, aun así, no eran reconocidas. Esto, sigue sucediendo.
No es un hecho oculto, pero sí ignorado, que en las universidades la mayoría de las carreras académicas que crecen con gran facilidad son las de los hombres, debido a que suelen tener en casa a quien les sustente su avance en la escala académica. Lo anterior porque cuentan con una esposa o una madre que les brinda cuidados y se encarga no solo de la administración del hogar, sino de tareas de limpieza y preparación de alimentos, entre otras, mientras ellos investigan y escriben.
En los hogares donde tanto el hombre como la mujer están en el gremio académico, se puede ver que tienden a decidir entre privilegiar una carrera sobre la otra y, regularmente, la elegida es la del hombre. Esto significa que se prefiere que ellos crezcan académicamente y, luego, ellas podrán hacer lo propio, pero, como numerosas autoras han puntualizado, muchas veces, se quedan esperando y ese momento no llega.
Es cierto que cada día podemos ver a más mujeres involucradas en las ciencias y en múltiples ámbitos. De igual forma, es verdad que existen parejas que han conseguido avanzar a la par en esa jerarquía y logran una gran producción académica, no obstante, todavía hay muchas que se quedan atrás debido a estas desigualdades de género.
El 11 de febrero nos recuerda que aún hay camino por recorrer a fin de visibilizar, respetar y reconocer el trabajo científico de las mujeres y, sobre todo, nos impulsa a continuar luchando para romper esas brechas de género que se han forjado en una pluralidad de espacios. Asimismo, nos invita a derribar esos obstáculos que las mujeres atravesamos, los cuales, se han concebido desde el seno de la sociedad patriarcal.
Recuerdo que, cuando estaba en la preparatoria, acudía a unas clases de informática. En una ocasión, uno de mis compañeros de unos 50 años (tal vez me equivoco) comenzó a contarnos historias de cuando estudiaba la ingeniería en la universidad.
¿Por qué saco esto a colación? El señor nos comentó que su grupo se componía de unos 20 hombres y solo una mujer, esta última era vista como “el bicho raro” y se la vivía apartada del resto porque el propio grupo la segregaba. Lo peor es que nos contó que, en una ocasión, se fue la luz y todos aprovecharon para manosear y tocar a la compañera porque les parecía gracioso.
Ante este acto, el señor reconoció que, según sus palabras, “se pasaron”, pero que eran jóvenes. Seguido de ello, nos dijo que su compañera ya no regresó a clases, pues se dio de baja. Al escuchar todo, me dio un asco y, desde ese momento, me causaba náuseas estar cerca de mi compañero. En aquel tiempo, me hacía falta entender tanto (aún ahora).
De esa anécdota ya pasaron casi 18 años y de cuando eso sucedió todavía distan muchos más, sin embargo, el pensar que eso estaba tan normalizado y que luego se argüía que las mujeres no querían estudiar esas carreras, me hace sentir cólera. Muy similar a cuando se decía que no había candidatas porque las mujeres no querían participar.
En el presente todavía hay dificultades que las mujeres tenemos que sortear en la política, en lo profesional y en lo académico. Reconozco la labor de mujeres como Flavia Freidenberg que se han esforzado por crear lazos que impulsen a las científicas sociales, en especial, con la Red de Politólogas desde donde ella y muchas más decimos #NoSinMujeres.