En el marco del 101 aniversario de la Revolución Mexicana, el presidente Felipe Calderón dijo algo innegable: que los mexicanos hemos conquistado la democracia y que es necesaria la participación de políticos, sociedad y medios de comunicación para hacer de México la Patria de quienes hicieron hace 101 años la Revolución y lucharon por un país democrático.
Sin duda fueron palabras lucidoras, por decir algo acerca de la fecha, pero al margen de su demagogia (por disposición suya, porque en los hechos se asume como presidente también de su partido; si no, por lo menos con su aval, se mostró antidemocrático cuando dispuso que en 141 distritos electorales federales y en 24 estados del país se designaran por dedazo los candidatos a diputados y a senadores, pretendido dedazo que le echó abajo el jueves pasado el Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación con base en mil 455 juicios ciudadanos que impugnaron la dedodesignación que pretendía Calderón), los mexicanos sí han logrado y consolidado la democracia (eso de: “hemos” dicho, expresado por el Presidente huele a manada, como se dice popularmente) y de ello hay claras muestras.
En el siglo pasado, durante los regímenes de los políticos que encarnaban la Revolución hecha gobierno (otra frase demagógica que estuvo muy de moda y era infaltable en los discursos patrioteros del priismo), es decir, del PNR, PRM y luego PRI (abuelo, hijo y nieto), en el apogeo del priismo, era impensable que un candidato a un puesto de elección popular designado por el propio Presidente de la república perdiera; es más, viniendo del dedazo presidencial, una candidatura era, de hecho ya, el cargo mismo y si se participaba en el proceso electoral, si se iba a la elección, era sólo para disfrazar la burda y grosera imposición.
Haber acabado con eso por lo menos, ha costado muchos años de lucha del pueblo, del verdadero pueblo, no del concepto pueblo que utiliza Calderón para querer lucirse; en especial a partir de 1968 cuando los jóvenes de entonces iniciaron un proceso que desde aquella fecha ha costado muchas vidas humanas de quienes aspiraban a un país mejor, democrático, y por eso no puede menos que celebrarse la lección que dieron los michoacanos el domingo 13 cuando no permitieron que Felipe Calderón impusiera a su hermana Luisa María como gobernadora y los derrotaron en las urnas pese a todos los recursos oficiales que se utilizaron para pretender hacer ganar a la primera hermana del país ahora la hermana incómoda.
Esa es una buena señal, la mejor señal de que el pueblo no está dispuesto a aceptar más imposiciones de los hombres en el poder y la lección de Michoacán se dio en el mejor momento para el buen futuro del país pues en vísperas de elecciones federales el próximo año, que decir dentro de ocho meses, mostró y demostró a los ciudadanos de los demás estados que la verdadera decisión de elegir a su representante popular está en el poder de su voto; que pueden reprobar y castigar cualquier imposición impopular y que ningún recurso oficial ni todo el dinero público mal usado está por encima de la voluntad ciudadana, de nadie.
De todo esto debiera tomarse nota en el PRI estatal donde según señales y versiones estaría por imponerse a candidatos a diputados federales impopulares, cuestionados por su pasado personal y en el gobierno, hijos de caciques y pistoleros, protagonistas de escándalos personales por fotos en arrebatos amorosos, destacados por otras cosas menos por distinguirse como ciudadanos ejemplares o por haber servido bien y de veras a los intereses ciudadanos.
Los michoacanos le han dicho a los ciudadanos del país mira sí se puede si quieres, y los ciudadanos del país podrían hacer efectiva la lección y la recomendación. De nosotros dependerá dejarnos que nos impongan malos candidatos.
Pero como para mostrar lo democrático que es Felipe Calderón, de todos modos y pese a la sentencia del Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación, determinó que en 42 de los 141 distritos electorales del país que le echaron abajo se designe candidatos por dedazo, ninguno por cierto de Veracruz.
Pero de que se ha avanzado en la democracia habla otro hecho significativo en la historia del país que tuvo lugar el pasado 8 de noviembre cuando la Cámara de Diputados aprobó por unanimidad que el 2 de octubre sea incluido en las fechas de duelo nacional y que la Bandera nacional sea izada a media asta en escuelas, edificios públicos, embajadas y consulados de México.
De esa forma, tras la matanza de estudiantes en Tlatelolco ocurrida hace 43 años en la Ciudad de México se reivindica a los jóvenes y su causa, que era la de la mayoría de los mexicanos, y a los adultos buenos mexicanos que los apoyaron como el veracruzano Heberto Castillo, todos ellos acusados, perseguidos y muchos encarcelados cuando no otros desaparecidos acusados de comunistas y de ser enemigos de la Patria (nada honraría al Gobierno del Estado si en un acto de justicia impusiera el nombre de Heberto Castillo a algún sitio público, si en Xalapa existe una calle Gustavo Díaz Ordaz que conecta entre la prolongación de Rébsamen y 20 de Noviembre).
A mí lo que me extrañó es que ante la histórica decisión de los diputados federales del PRI, PAN, PRD, PVEM, PT, Panal y Convergencia, el alto mando del Ejército encabezado por su Comandante Supremo el presidente Felipe Calderón guardó silencio (la iniciativa, presentada por el perredista Pablo Gómez, estuvo congelada por muchos años) contrario al enojo de los comandantes del Ejército por la guardia aquella que siendo candidato del PRI a la Presidencia de la República montó Luis Echeverría Álvarez en la Universidad Nicolaíta de Morelia en 1970, guardia y minuto de silencio que en memoria de los caídos el 2 de octubre de 1968 en Tlatelolco guardó el locuaz político, lo que provocó un gran disgusto al entonces presidente de la república Gustavo Díaz Ordaz, de quien había sido secretario de Gobernación y por lo tanto era corresponsable de lo ocurrido en la Plaza de las Tres Culturas, por lo que estuvo a punto de enfermarlo y despojarlo de la candidatura.
El enojo de los hombre de verde olivo fue porque lo sintieron un agravio ya que a juicio de ellos lo único que habían hecho era haber defendido las instituciones que estaban en peligro (al comunismo le echaban la culpa de todo entonces) y aquel acto significó para ellos darles la razón a los enemigos de la patria. Hasta que murió, Díaz Ordaz siempre se arrepintió de haber hecho candidato y sucesor suyo a Echeverría.
Me extrañó el silencio de los hombres de verde olivo ahora cuando más podían reclamar por los servicios que están prestando al Gobierno y al país con su lucha en contra de la delincuencia organizada, pero independientemente de ello, los diputados mismos –una de cal por las muchas que van de arena–, con su voto, reflejaron el avance democrático y el reconocimiento a las causas y las luchas justas que han contribuido a la consolidación de la democracia de veras, no a la que demagógicamente se refirió Felipe Calderón.