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Arturo Reyes Isidoro

Prosa Aprisa

¿Felipe Calderón alcohólico?

20/10/2009 08:13 p.m.
Luego de tantos años en el medio periodístico y en el político y de saber cómo se las gastan los actores de uno y otro gremio, hasta donde puedo procuro mantenerme ajeno a los rumores. Sobre todo a la hora de escribir o de leer periódicos cuido de no irme con lo primero que me dicen o que publican como rumor, como también, cuando no puedo evitarlo, sólo escucho, para no ser desatento, a quien me platica como si fuera cierto algún presunto sucedido pero sin que le conste ni tenga pruebas. A mi paso por instituciones como el Comité Directivo Estatal del PRI y el Gobierno del Estado he podido comprobar cómo muchas veces la inventiva llega a excesos inimaginables, es decir, que me ha tocado estar en alguna reunión privada (se acostumbra decir luego que “secreta”, cuando que si lo que se dice lo escucha más de uno ya es carácter público, más en el medio político) donde se pide discreción en el asunto tratado, y luego afuera, por alguien que se entera que hubo la reunión, se especula, se inventa y se sueltan infinidad de especies que muchas veces en columnas periodísticas se publican como si fuera la pura verdad. A mi eso me ha llevado a ser muy selectivo con lo que leo, a quien leo y en donde lo leo.
No doy ningún crédito a nada que se publique apoyado en “se dice” porque no se dice quién lo dice, es decir, no tiene fuente, respaldo de veracidad, como lo recomiendan los verdaderos maestros de periodismo. Muchas veces ese “se dice” no esconde más que el interés de quien lo escribe, que tiene algún motivo personal en decir lo que dice que “se dice” pero que no quiere comprometerse ni asumir ninguna responsabilidad en sostener que él lo dice.  En mi trajín diario incluso no han faltado las ocasiones, muy contadas, en que me han tratado de involucrar en rumores basados en chismes. Quienes les dan crédito, definitivamente no me conocen. Eso no va conmigo. Y cuando quiero decir algo sobre algún asunto o persona procuro tener una fuente o decir con base en qué lo hago, y en última instancia cuando emito algún juicio lo sostengo con mi nombre y firma. Y claro que estoy consciente que puedo estar equivocado y por lo mismo también me he impuesto como norma estar abierto a cualquier aclaración o rectificación e inclusive a la crítica. Si me meto, me aguanto. (Ya aprovecho para ser muy claro en que en los juicios críticos que emito no me guía, nunca jamás –aunque a veces no me faltan ganas porque tengo motivos válidos; perdono pero no olvido–, ningún motivo personal, es decir, que nunca me siento frente al teclado para desahogos personales sino en función de la representatividad pública que tiene de quien me ocupo. Que sepa, no tengo pleito personal con nadie, todos merecen mis respetos aunque difiera de muchos por su forma de actuar en función de algún interés público. Tampoco va conmigo exponer a nadie con base en apodos, en tratar de ridiculizarlo en lugar de enjuiciar sus actuaciones públicas y menos juzgar situaciones familiares o personales. Que arroje la primer piedra y la segunda y todas las que quiera y la última el que esté libre de culpas). Cómo recuerdo en mis inicios como reportero cómo nos divertíamos con el difunto Ángel Leodegario “Yayo” Gutiérrez Castellanos, propietario del Diario del Sur (después lo sería de Política) con un folclórico dirigente ganadero, Mario Colonna Palacio, de Acayucan, hombre robusto, de piel blanca a veces casi sonrosada, mofletudo, bigote espeso, voz ronca y de trueno, siempre con un puro en la boca, quien dirigía la Asociación Ganadera Local desde su domicilio particular, siempre acostado en una hamaca y quien tenía como deporte, un día sí y otro también, soltar a temprana hora un rumor porque no tenía otra cosa que hacer.
Pueblo chico infierno grande Acayucan, el rumor salía y empezaba a circular por toda la ciudad y como una bola de nieve cuesta abajo crecía y crecía hasta que por la noche le regresaba de vuelta al mismo Mario Colonna pero ya modificado, aumentado y enriquecido por el populacho, tanto que el mismo Colonna se asustaba por lo que se decía, y entonces preocupado-asustado-sorprendido le hablaba por teléfono a “Yayo” para preguntarle: “¡¿Ya te enteraste de lo que se anda diciendo, etcétera?!”. “Yayo”, con la parsimonia que lo caracterizaba y la voz también de trueno que tenía, le respondía: “¡Coño Mario! No seas pendejo. Es el mismo borrego que tu soltaste por la mañana”. Y así era, lo que pasaba era que el “se dice” había hecho crecer tanto su criatura que ya luego le regresaba en forma de monstruo y no la reconocía e incluso llegaba a creer que se lo quería comer a él mismo, pues muchas veces el rumor a su paso por mesas de café o corrillos políticos recogía algo contra su persona.  Eso me enseñó desde muy temprano  a no hacer caso y desconfiar de los rumores, a no darles ningún crédito a menos que confirme lo que se dice.
Por eso nunca había dado crédito a los rumores que dicen que el presidente Felipe Calderón muchas veces por las tardes despacha en Los Pinos ahogado de borracho. Me he preguntado quién del populacho, entre los que he escuchado el rumor, ha bebido con él o convivido con él como para afirmar lo que afirma.
Cuando él, Calderón, se atrevió a dar su propio dictamen sobre la muerte de Michael Jackson, en este espacio publiqué una serie de denuestos que le dedicaron los ciberlectores del portal del diario Reforma, entre los que incluían el de “borracho”. Me sorprendió porque siempre había tenido la idea de que era abstemio. Pero tampoco le di crédito.
Mi percepción cambia ahora cuando el semanario Proceso (Nº 1720, de fecha 18 de octubre de 2009) ha hecho pública una carta de alguien insospechable: Carlos Castillo Peraza, panista honesto, digno heredero de los fundadores de su partido y quien por desgracia falleció relativamente joven, el que se duele por un plantón que le hizo Calderón siendo presidente nacional del PAN, por andar “muy bien servido”, lo que en nuestro lenguaje popular no se traduce más que como “bien borracho, ebrio, briago, beodo, pedo, incróspido (la palabra no la registra ningún diccionario pero se usa y más que eso se entiende), hasta las chanclas, hasta las manitas, hasta el cepillo, pegando carteles o propaganda, , como araña fumigada, en el agua” y agréguele todas las expresiones que conozca y quiera.
Se narra en Proceso  que el 30 de octubre de 1997 (la próxima semana hará 12 años) Castillo Peraza y Calderón Hinojosa tenían, por la noche, una cita a la que el ahora presidente no acudió, sin mediar explicación alguna. Ese hecho le dio motivo al difunto político, periodista e intelectual yucateco para escribirle una carta al día siguiente en la que, además de comentarle muchas quejas que había contra su comportamiento personal como presidente nacional panista, le exponía: “Ahora tengo que añadirte que me pareció desconsiderado de tu parte no haber acudido a la cita de anoche, sin siquiera haber avisado, y que me dolió y preocupó haberme enterado por boca de subalternos menores que el Presidente del partido salió de la oficina ‘muy bien servido’”. Castillo Peraza también le decía en su carta: “… llamó asimismo mi atención un tema reiterado de conversación (en una junta que se había celebrado unos días antes): el de las aventuras más que frecuentes –etílicas y demás– de algunos de tus colaboradores.”.
Pues sí. No lo dice cualquier hijo de vecino, sino quien fue maestro político de Calderón y lo ayudó a que llegara a la presidencia del PAN, y cuyos maltratos que le dio después de que lo ayudó a ascender –según le narró durante un viaje a España al maestro periodista Julio Scherer García–  lo llevaron a renunciar a su partido.
La vida personal, privada, de Felipe Calderón sería muy su vida si no fuera porque es, ni más ni menos, que el presidente de México. ¿Quién nos asegura que se ha curado del alcoholismo? En su carta, Castillo Peraza le decía que campeaba entre los entonces colaboradores de Calderón en la dirigencia panista “un sentimiento de frustración, de hastío y de hartazgo en relación con tu modo de encabezarlos”, porque las quejas eran de “que das órdenes y las cambias, que pides trabajos intempestivamente, que invades las competencias de todos y cada uno de ellos, que los maltratas verbalmente en público y que mudas constantemente de opinión, tardas en tomar decisiones, das marcha atrás, no escuchas punto de vista de tus colaboradores y haces más caso a ‘asesores de fuera’ que a los miembros del equipo que quisiste fuese el tuyo. Se refirieron a contrataciones hechas por ti sin siquiera avisar al responsable del área afectada, y de ‘saltos’ de autoridad de tu parte…”. ¿Cambios de humor y de estados de ánimo como consecuencia de los efectos del alcohol? Quizá eso explique, en parte, porqué el país está como está. Y las consecuencias las tenemos que pagar todos, incluso con el aumento de impuestos.
 
 

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